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Puerta de Brademburgo. Foto: Mariano Cebrián
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Berlín es una capital que ha logrado crearme sentimientos encontrados. No sé si esto es un mérito o un desmérito. Por un lado, la interesante historia de la ciudad me cautivó pero, por otro, la tristeza que respiras en muchos lugares por el dominio nazi se me quedó grabada en la mente. "Papá, es una ciudad muy triste", espetaron mis hijos, de corta edad, cuando regresamos a Madrid después de una semana en la capital germana. Quizá por ese ambiente de pesadumbre, reconozco que la visita me dejó mal cuerpo.
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Parlamento (Reichstag). Foto: Mariano Cebrián |
Pero esta ciudad hay que visitar sí o sí para que uno se dé cuenta de que acciones del pasado no deben volver a repetirse nunca. La aventura en la ciudad de las salchichas a la parrilla o cocidas (Bratwurst), que debéis probar, arranca en el aeropuerto Schönefeld.
Para preparar el viaje, consultad en esta entrada.
Ya en Berlín, la Puerta de Brandeburgo impone a medida que vas acercándote. Impresiona mucho, aunque la visita al cercano monumento a los judíos de Europa asesinados me pareció aún más sobrecogedora. ¡Lo que pueden "contarte" unos bloques de hormigón si los "escuchas"!
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Disparos de nazis
en un muro. Foto: Estela Cuesta |
Desde la espectacular Puerta de Brandeburgo te puedes mover con facilidad por la calidad del servicio que te ofrece el metro y el tranvía. Una advertencia: cuando bajes al metro, déjate de zarandajas y compra el billete. No hay tornos y eso engaña: "Vamos a colarnos", pensará algún amigo tuyo. ¡Pues mucho ojo, que multan!
También te puedes mover en bicicleta, siempre con mucho cuidado y si el tiempo acompaña, claro. Es una ciudad muy cómoda para circular en dos ruedas por la zona centro. Por ejemplo, un trayecto agradable y corto es el que separa la puerta de Brandenburgo y Checkpoint Charlie, un lugar donde tienes que fotografiarte indudablemente antes de volverte a tu tierra. Es el paso fronterizo más conocido del Muro de Berlín. Es un viaje al pasado, aunque sea un emplazamiento muy turístico. Y ya que hablamos de este "muro de la vergüenza", toma un autobús, piérdete por la ciudad y conviértete en un berlinés más para recorrer el muro más allá de la zona turística.
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Puerta de Brademburgo con otra luz. Foto: Mariano Cebrián |
No olvides que Berlín está llena de túneles y de refugios (hablan de cerca de 3.000 búnkeres), por lo que se puede decir que forman una ciudad subterránea. No te puedes volver tampoco a casa sin visitar uno. Te sugiero las visitas de Berliner Unterwelten, geniales y, además, con guías que hablan español.
Si vas en diciembre, te encontrarás con bellísimos mercadillos, donde los juegos de colores parecen que rebajan el frío intenso en esa época. Para combatirlo, debes de beber vino caliente, además de cerveza de todo tipo. ¡Te sentará de lujo, tanto la cerveza como el vino caliente! Para comer, sin embargo, no te puedo sugerir restaurantes, porque nosotros estuvimos alojados en unos apartamentos, ahora cerrados, que tenían debajo un Lidl. Eso sí, esta experiencia, con niños, fue muy satisfactoria.
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Una mezcla energética. Foto: Mariano Cebrián
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No obstante, un compañero de trabajo,
el periodista Mariano Cebrián, acaba de regresar de Berlín y me ha apuntado algunos restaurantes para la próxima vez que vaya. Por ejemplo, el
restaurante-cervecería Brauhaus Lemke am Alexander, ideal para tomar todo tipo de cervezas y platos tradicionales de la gastronomía berlinesa y alemana. También me ha recomendado el
restaurante Rotisserie WeinGrün, en Gertraudenstrase 10-12. Aquí se pueden degustar platos de carne elaborados y otras propuestas de su carta, maridado con vinos de la zona, "aunque yo me quedo con la cerveza alemana mejor", asegura Mariano. Y, si lo dice él, pues habrá que hacerle caso. Como también tienes que apuntar el
hotel H4 Berlin Alexanderplatz, en pleno centro, como propuesta para dormir.
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Víctimas del Muro de Berlín. Foto: Mariano Cebrián |
Por otro lado, tampoco es necesario ir a Berlín en diciembre, con tanto frío, para encontrarte sorpresas en mercadillos, donde puedes encontrar frutas curiosamente marcadas con firmas comerciales conocidas por todos. Si tienes la tentación, paga y te llevas una.
Y en el caso de que te gusten los animales, pasea por el zoo (si vas con niños, es un lugar ideal). Afirman las crónicas que es el más visitado en Europa, en pleno corazón de la ciudad, con más de tres millones de personas pasando por sus tornos al año. Recuerdo con especial cariño el espacio dedicado a los homínidos. ¡Muy interesante y nuestros colegas, muy simpáticos!
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Frutas para comérselas.
Foto: Mariano Cebrián
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Opcional: si quieres hacerte a la idea, ligeramente, de cómo era un campo de concentración, tienes el de Sachsenhausen a una hora en transporte público. Todavía se me remueve algo dentro del estómago cuando recuerdo la visita: unas ganas de llorar inmensas pensando cómo la sinrazón de algunos les llevó a vejar, y asesinar, a pobres personas entre 1936 y 1945. Aunque muchas guías indican que es una visita imprescindible, yo la marco como opcional porque la experiencia es muy dura. Por lo menos lo fue para mi.
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