Me apunto a Cambridge

Una plantas adornan el ventanal del salón con vistas al río
Chesterton Road, Cambrigde, a 80 kilómetro al norte de Londres. Todas las mañanas, Ismael se entretiene mirando por el ventanal de su salón mientras desayuna su 'porridge' inglés (avena con agua o leche) . O mientras se toma a sorbos un té después del trabajo sentado en su cómodo sillón junto con su pareja, Neia, una simpática brasileña apocada. Una estufa de gas calienta la estancia. 'Relax'.

A través del cristal, y con el río Cam delante, los dos ven pasar parte de la vida de Cambridge, mundialmente conocida por su universidad y sus 'colleges' (residencias para estudiantes). Contemplan las nueve embarcaciones que están atracadas en el cauce, que Ismael y Neia pueden casi tocar con la mano desde los sillones de su casa. A uno de esos vehículos flotantes, el que está justo enfrente del ventanal, llega un hombre cargado con una mochila. Vive en el barco desde hace años. Entra y enciende la chimenea. No es la única chimenea que humea; es primeros de marzo y hace mucho frío.

La nieve le da otro aire a Cambridge
A través de ese gran ventanal también ven al padre que empuja el columpio donde su hijo se divierte. Y pasan corriendo hombres y mujeres, jóvenes, mayores y con más edad; otros solo caminan. Y también los hay que van en bicicleta al trabajo. Porque en Cambridge la bicicleta es el medio de transporte personal más utilizado. Hay una guerra contra todo aquel vehículo que se mueve con gasolina o gasóleo por el centro de la ciudad.

Este fin de semana he tenido la suerte de poder contemplar la vida de Cambridge a través del ventanal del salón de Ismael, quien llegó desde Toledo buscándose un futuro hace más de un lustro. Ese ventanal es el tesoro de la casa. El tiempo pasa muy despacio a través de él. El césped del parque que tengo delante -río Cam de por medio- está cubierto por la nieve que ha caído estos días. También el puente Victoria, que está al lado. O la piscina exterior Jesus Green Lido, una de las más larga en Europa, al otro margen del cauce. Todo Cambridge está blanco, como inmaculado.
Senate House Passage, donde se celebran
ceremonias de graduación

Peligra nuestra participación en la media maratón, que cumple siete años. Ismael la correrá por quinta vez. En mi caso, será la segunda ocasión, si el tiempo lo permite. En mi primera participación, Ismael y un servidor alcanzamos a la meta en tercer lugar en la prueba por relevos (nos enteramos días más tarde del puesto por el cheque de 30 libras que enviaron a mi socio a su casa). Este año, sin embargo, no hay esa modalidad.

Pero para llegar hasta Cambridge he tenido que viajar primero desde Toledo hasta el aeropuerto de Stanted, uno de los cinco con los que cuenta Londres. Viernes. Un gran atasco en la M-40, uno los cinturones de Madrid, me retrasa tanto que sólo llego  50 minutos antes del vuelo a 'mi' aparcamiento de siempre en el aeropuerto de Barajas. Y eso que había salido de mi casa con tres horas de antelación, como hago habitualmente.

También protestan por sus pensiones
Sin embargo, es la primera vez que tengo que correr por un aeropuerto debido a la angustia de perder el vuelo. Control de líquidos y de pasaporte primero. Y a correr otra vez. En un monitor veo la puerta de embarque número 30. Llego pero no hay nadie. Ha cambiado el número; ahora, la 23. Allí que aparezco y la angustia se diluye. No se ha empezado a embarcar. 'Relax'.

El avión es de Ryanair (ida y vuelta, 65 euros; es lo que tiene comprar con bastante antelación). Un problema con una puerta de emergencia en el interior de la aeronave nos obliga a despegar finalmente con sesenta minutos de retraso sobre el horario previsto. Vaya mañanita.

Afortunadamente, en el vuelo conozco a Cristina, una joven ciudadrealeña ya doctorada que imparte clase en Madrid y también en Cambridge, donde forma parte de un equipo de investigación. Hablamos de lo mal que está ese campo, la investigación, en España. Y de la poca importancia que en nuestro país se da a los doctorados. Una pena.

Christ's College
En cuarenta y cinco minutos llego a Cambridge desde el aeropuerto de Stanted en un autobús de la compañía National Express (11,20 libras, ida y vuelta). En esta ocasión lo he preferido al tren por dos motivos: era más económico cuando compré los billetes y, además, porque el bus me deja al lado del centro.

Me apeo en Parker's Piece, el parque donde esta compañía de autobuses inglesa tiene sus paradas. Cambridge está lleno de enormes parques, con extensas praderas de césped. No soy el único que me bajo en esa marquesina. Una familia de once miembros también lo hace. Son asturianos. Dos de sus componentes participarán en la media maratón por segunda vez y el resto ha venido a apoyarlos. ¡Me alegra comprobar que no soy el único que viajo desde España para correr 21 kilómetros, 13 millas al cambio!

Un talaverano en Cambdrige.
La media maratón, terminada
Camino siete minutos al centro tranquilamente. Hace frío y Cambridge está muy nevado. 'Relax'. Llego al centro comercial Gran Arcade. Estoy esperando a que mi amigo Ismael salga de la universidad, donde trabaja. Para matar el rato, voy a comprar una barra de pan y una especie de jamón cocido en el supermercado de la cadena Marks and Spencer que hay en la plaza del Mercado (Market Hill).

Vuelvo al centro comercial y subo con las viandas a la tercera y última planta, donde hay un piano de la marca Yamaha a disposición de los visitantes. Allí te puedes encontrar desde un joven estudiante hasta un ejecutivo que lo toca durante unos minutos. En esta ocasión, he tenido suerte. Dos chavales sacan un libro de partituras e interpretan a dos manos. Soberbios. Para redondear, son sustituidos por otro chico que acaricia las teclas mientras se escucha el tema principal del musical Los Miserables. Emocionante. El bocadillo me ha sentado de lujo.

Ya en casa de Ismael, donde dormiré durante tres días, esperamos un par de horas antes de salir a pie a recoger el dorsal de la carrera. Ha caído la noche. Calles y parques nevados. Bonito y peligroso porque en Cambridge el alumbrado público brilla por ser deficiente, a pesar de la cantidad de dinero que se mueve con los estudiantes. El paseo dura unos 25 minutos hasta la universidad pública Anglia Ruskin, cuyas paredes están empapeladas por fotografías de los candidatos a las elecciones de alumnos.

Parker's Piece, el lunes, ya sin nieve
Luego vamos a cenar a un pub donde sirven unas hamburguesas que a Neia le gustan. Pero esta vez las han servido frías, y nos quejamos, claro, a una camarera. Seguro que tenemos una vena inglesa en lo más profundo de nuestros corazones.

Allí coincidimos con los dos asturianos que correrán la media maratón; están acompañados de su prole de animadores. Cambridge no es muy grande, pero locales para comer y beber tiene unos cuantos (recomiendo una buena cerveza en el Eagle, el pub donde una pizarra en la calle y una placa en el interior recuerdan que allí fue anunciado el descubrimiento del ADN en los años cincuenta del siglo pasado). Hablo de ciencia en una ciudad en la que vivieron Albert Einstein, Isaac Newton o Stephen Hawking, un referente desde mi infancia. 

The Eagle, donde anunciaron
el descubrimiento del ADN
A la mañana siguiente, sábado, clase de 'body pum' en un gimnasio. Ha dejado de nevar pero el suelo está blanco en muchos lugares. ¿Podremos correr el domingo? No estoy seguro.

De compras por Cambridge, urge también buscar una oficina postal para mi amigo Ismael. En frente de una puerta de entrada al centro comercial Gran Arcade, en la calle de St Andrews, hay una oficina de correos. Pero cuando llegamos ya han cerrado, aunque vemos gente que está siendo atendida en el interior. Son las 12.31. Un cartel escrito a mano indica que el horario se ha reducido por las malas condiciones atmosféricas y por la falta de personal. ¡Es Inglaterra, señores!
Rafael Muro, en su puesto de la plaza del Mercado

Reacción. Toca echar mano del teléfono móvil de Neia y buscar otra oficina, a 15 minutos a pie, en la zona comercial Grafton. Apretamos el culo, parecemos concursantes de Pekín Express, algo despistados. Durante el trayecto, albergo esperanzas de encontrarme con Sam, hijo de unos amigos británicos que estudia en Cambridge. Pero no ha habido suerte, seguramente estaría en la biblioteca. Nosotros, en cambio, llegamos a la oficina postal antes de que echen el cierre.

A la mañana siguiente, domingo, la nieve ha desaparecido milagrosamente. No hay excusas, a correr toca. Baja temperatura. Es Cambridge, es Inglaterra. Pero la clase de 'body pum' pasa factura a partir del kilómetro 16. Más de siete mil participantes llegamos a meta.  Metros antes de cruzarla, me detengo porque hay un corredor inglés en el suelo con calambres. Le ayudo a estirar ya que sé muy bien lo mal que se pasa. Acabo de hacer la gran labor del día, pero no he cumplido mi objetivo de correr la media maratón en 1:40:00. Para el año que viene. Diez minutos más tarde me encuentro con Ismael, que acaba de llegar a meta. A este toledano y a mí, de Talavera de la Reina, nos une la cirugía y una afición: ambos estamos operados de corazón y a los dos nos gusta correr.

Corn Exchange, una sala de
espectáculos para 1849 personas
Ya en casa de Ismael y de Neia, llega lo mejor. Una paella cocinada por el toledano de la avenida de Europa. La disfrutamos en compañía de otra encantadora brasileña, Leonor, y de su marido, Rob, una dicharachero y cordial húngaro muy agradable. La sexta en discordia es Noemi, una inglesa que sabe bailar sevillanas, seguidora del Betis y conocedora de la vida de su presidente Lopera, ya que ella estuvo viviendo doce años en la capital hispalense. Noemi no se olvida de traer jamoncito ibérico del bueno, con sus picos por supuesto, que casan muy bien con el chorizo y el salchichón ibérico de bellota que uno ha traído desde España (además del arroz para la paella, of course).

Capilla del King's College. No hay
que perderse la actuación del coro.
El lunes hubo actuación.
El lunes por la mañana, vuelta a Toledo. Paseo antes por la plaza del Mercado (Market Hill otra vez), donde me encuentro con Rafael Muro, un zaragozano que lleva en Cambridge más de cuatro años . En su puesto vende tortilla española recién hecha, con poquísima cebolla laminada que casi no se nota; y también puedes comerte una empanadilla vegetariana casera, o dos para que sean pares. En la otra punta de la plaza otro español, Josep, de Valencia, que vende paellas en su 'Black Rice'. Tanto él como Rafael tienen en común que se licenciaron en Derecho y los dos han acabado en la plaza del Mercado.

Muy cerca del valenciano que vende paellas, hay una camioneta donde puedes comer hamburguesas caseras extraordinarias. Sus propietarios son ingleses pero no tontos: de vacaciones se marchan a España. ¡Qué tendrá el sol, que a todos nos encanta!

Ya en el aeropuerto, explico a una pareja de jóvenes de Salamanca, que ha viajado a Londres por primera vez, que hay que esperar media hora hasta que salga la puerta de embarque. Van algo perdidos, los pobres. Por su inexperiencia, les ha salido un poquito cara la escapada de fin de semana. Es cuestión de práctica y de mirar también en centraldereservas.com, mi web de cabecera para mis viajes.

En el vuelo de regreso tengo la suerte de compartir dos extraordinarias horas de animada charla con una experimentada y veterana investigadora. Ane vive en Inglaterra desde 2001 y va a Madrid con cierta frecuencia por motivos profesionales. "Vasca y española", aclara con gracia.

Bicicletas y carteles anunciadores conviven en Cambridge
Aunque la conversación se había iniciado en inglés, su acento le delata rápidamente: española. Luego charlamos de lo mal que está mi profesión, el periodismo, en nuestro país. Y como me sucedió en la ida con Cristina, una colega suya, la conversación con Ane  se centra también en las penurias de la investigación científica en España. No termino de entender por qué no se intenta poner remedio seriamente al ver cómo tantos expatriados se tienen que buscar el futuro laboral y personal en otras latitudes. Solo hace falta sentarse a hablar con ellos un par de horas, por ejemplo en un avión, para conocer sus inquietudes, sus miedos y sus ilusiones, muchas veces frustradas.

Uno de esos expatriados es mi amigo Ismael, quien cada mañana contempla, junto con
su novia, Neia, parte de la vida de Cambridge a través del gran ventanal del salón de su casa.











Comentarios

  1. Me encanta el blog!
    Y me encanta tu viaje, siempre lleno de aventuras.
    Muchas felicidades por terminar esa Media Maratón y esa cervecita tan rica. Hasta la próxima!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchísimas gracias, amiga Nuria. Estoy a tu disposición para cualquier consulta.

      Eliminar
  2. Muy bueno, lo que no me sorprende. José A.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchísimas gracias, J. A. Mi objetivo es animar a la gente a que viva experiencias similares.

      Eliminar

Publicar un comentario