Sevilla, de feria en feria

Gracia y Quique
Gracia y Quique
Mi amigo Pepe Melero es sevillano. Presume de ser del romántico barrio de Triana, aunque siempre ha vivido al otro lado del puente. Desde hace unos años trabaja fuera de su Sevilla del alma, a más de 500 kilómetros de distancia, pero nunca falta a las dos citas más importantes del año en esta bella ciudad andaluza: su Semana Santa y su Feria de Abril.

Acabo de regresar de disfrutar unos días en el Real de la Feria. Pepe dice que le ocurre como a su colega Carlos Herrera: a los dos les da alergia el albero. En el caso de don Carlos no puedo corroborar si es cierto. Sin embargo, si lo que Pepe sufre con el albero del ferial es alergia, debe atiborrarse de antihistamínicos antes de pisarlo, porque de allí no le echan ni con agua caliente.

Parafraseando a mi querido amigo, a mí que también me lleven al ferial cuando me ponga malito. Porque me gusta, lo disfruto, entre rebujitos, cazón en adobo, pescaíto, bailes de sevillanas y gente, mucha gente.

En esta ocasión he compartido viaje con mi compañero de trabajo Juan Antonio y sus amigos Quique y Jesús, un farmacéutico con mucho arte y un electricista amante del crossfit. Me alojé con los tres galanes (así se llama a los chicos en su pueblo, Colmenar de Oreja, Madrid) en los apartamentos IGH Vega de Triana, a ocho minutos en coche del recinto ferial. Amplios apartamentos a precios muy competitivos, si se reserva con suficiente antelación, ya que dormir en la capital andaluza es muy caro, y más en esas fechas. Lo mejor es alojarse en el extrarradio, caso de Bormujos (apartamentos Vértice y Domocenter), en Mairena de Aljarafe (hotel Lux) o en Castilleja de la Cuesta (hotel ATH Santa Bárbara), lugares en los que también he dormido.

La diversión no tiene edad
Desde los apartamentos IGH nos movimos siempre en taxi, ya vestiditos para la ocasión, aunque tienes la opción del autobús para ir directamente al centro de Sevilla o bien para llegar al ferial con trasbordo en metro en la estación de San Juan Bajo.

En el inmenso Real de la Feria, a uno le llama la atención las mujeres vestidas de flamenca, los engalanados coches de caballos (nada de calesas) y tanto hombre con chaqueta, desde niños hasta abuelos. Es la prenda, acompañada de un pañuelo asomando por el bolsillo de la solapa, que no le puede faltar a un sevillano cuando va a la feria. Vestido con chaqueta sí o sí, aunque haga un calor de mil demonios.

En La Maestranza 
Con chaqueta o sin ella, paseando por el gigantesco ferial uno encontrará precios económicos en las casetas públicas, abiertas para todo el mundo. Hay pocas (pide un plano en la caseta de información, junto a la portada del Real), por lo que dentro de sus instalaciones hay mucha gente. Sin embargo, si lo que buscas es divertirte, encontrarás animación y espacio para moverte, según la hora. Quique, el farmacéutico, asentó su huella como bailarín de sevillanas en una de esas casetas públicas. Con Gracia, una pediatra que trabaja en un hospital de la capital, dejaron boquiabiertos al respetable con su estiloso y grácil baile. Pocas veces yo había disfrutado tanto viendo a una pareja moverse con ese arte.

A pocos metros de ellos, unas orientales vestidas de flamencas en las que también me fijé. Maldita la envidia que me entró por lo bien que bailaban sevillanas, tanto o mejor que una conocida inglesa, Noemi, que estuvo viendo en Sevilla doce años.

Extranjeros fotografiándose junto a la plaza de toros
También tuvimos la suerte de poder entrar y disfrutar en varias casetas privadas, donde los precios son más elevados que en las públicas, gracias a la influencia de mi amigo Pepe. Son más elegantes y, por supuesto, hay menos gente porque en ellas se reservan el derecho de admisión.

No solo pasamos horas y horas en el ferial. Además, aprovechamos para ir a la maravillosa plaza de toros, La Maestranza. Dijo el director de orquesta Daniel Barenboim que en ningún sitio suenan mejor los aplausos que en Sevilla, "una de las ciudades más musicales que conozco". Estoy de acuerdo con el músico, aunque lo que más me gusta en el coso sevillano es escuchar el silencio cuando un maestro labra una faena con su franela. Inolvidable para siempre será también haber podido disfrutar del pasodoble "Suspiros de España", interpretado magistralmente por la banda de música, mientras José María Manzanares dibujaba el buen toreo. 

Mi compañero Juan Antonio, en trance
También el ambiente antes y después de un festejo taurino es para no perdérselo, con mucha gente vestida como para ir de boda. Mi compañero Juan Antonio no perdió la ocasión de fotografiarse dando un lance a la verónica con su chaqueta a modo de capote. Mucho arte en él. Tampoco Quique dejó pasar la oportunidad, aunque lo suyo son las sevillanas y la farmacia. Quedó muy claro.

Comimos en el bar Taquilla, al ladito de La Maestranza. Es un lugar con una solera de 36 años, donde se tapea muy bien (¡su carrillada en salsa está superior!), a un precio muy ajustado y por donde pasan muchas caras conocidas. Allí coincidimos con César Cadaval, del dúo Los Morancos.  Antonio, uno de los amables camareros, nos contó que el torero Morante de La Puebla se deja ver a menudo, al igual que Mario Conde y Herrera, don Carlos.
La Torre del Oro al fondo

También pasamos por el restaurante Las Piletas, un clásico. Y nos reunimos con mi compañero Álvaro García, de ABC de Sevilla, en el restaurante La Primera del Puente, donde las vistas a la Torre del Oro con el río Guadalquivir a nuestros pies no tienen parangón. O pasear por el parque de María Luisa, o por el barrio de Santa Cruz. Sevilla tiene un color especial, como cantan Los del Río.

El periodista Iñaki Gabilondo ha dicho de Sevilla que "es una amiga. Tanto que hay épocas en las que, si no voy, enfermo". Eso le pasa también a mi amigo Pepe Melero, y no me extraña. Yo ya estoy contando los días que faltan para volver al Real, salvo que me dé alergia el albero el próximo año. Intentaré regresar con la gracia y el salero de Quique, el farmacéutico, para bailar sevillanas. Lo prometo. 






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