Francesco: un angel viaja en taxi, y no es el papa
Francesco, a la izquierda, con el autor del blog. Foto: Marta Moreno |
Francesco Sangiorgi es un gentil italiano que trabajó como técnico de máquinas de café hasta que su empresa cerró. Hace doce años, se puso al volante de un taxi en Bolonia y el año pasado vivió una experiencia que le ha dejado huella: ayudó a un anciano a burlar la muerte enmascarada en un infarto.
Ocurrió a primeros de septiembre en el centro de Bolonia, la ciudad que cuenta con los pórticos más largos del mundo, y que suman cuarenta kilómetros. Un hombre de 70 años se desplomó en el suelo en plena calle, cerca de la estación del ferrocarril. El corazón se le había parado. El propietario de una tienda de comestibles, Luca Sarti, salió rápidamente a auxiliar al anciano, a quien le practicó masajes cardíacos y hasta el boca a boca.
El desfibrilador (de color rojo), dentro del maletero |
Para entonces, Luca ya había llamado al 118. Los taxistas de la cooperativa Cotabo, provistos de desfibriladores desde hace tres años, recibieron el aviso en su aplicación móvil. Fransceso Sangiorgi acudió rápidamente al código azul. Era una cuestión de vida o muerte. El tiempo corría en contra. Mientras Francesco activaba y usaba las placas del desfibrilador, Luca seguía con el masaje. Milagrosamente, el anciano recuperó el ritmo cardíaco. Los servicios sanitarios realizaron el resto.
«Fue muy emocionante ver al anciano vivo», recuerda Francesco mientras nos traslada a mi familia y a mí en su taxi desde el aeropuerto de Bolonia hasta la estación de autobuses. Me pregunta si soy médico o periodista, porque le llama la atención que me haya dado cuenta de que algunos taxis llevan en la parte trasera pegatinas anunciando que en su interior hay un desfibrilador. Además, hay el dibujo de un corazón en la parte superior del vehículo.
En Verona, los romanos están muy adelantados tecnológicamente |
Nos despedimos de Francesco en la estación de autobuses, donde mi familia y yo tomamos un autocar de Flixbus (9.90 euros por billete) para llegar a Padua, a 125 kilómetros. Allí montamos nuestro cuartel general, en el hotel de tres estrellas Al Cason, antiguo aunque muy bien cuidado y con un desayuno abundante. Está situado a 300 metros de la estación del tren, donde hay varias tiendas y un supermercado Spar que tiene de todo y a muy buen precio. Regentado por una familia, en el hotel Al Cason nos recibe Lucía, una señora muy agradable que se defiende muy bien en español. Las habitaciones son muy amplias y muy, muy limpias.
Mientras mi hija visita a unas amigas en Padua al día siguiente, mi mujer y yo vamos en tren hasta Venecia. Hemos pasado antes por el Spar, donde hemos comprado viandas para el viaje relámpago de un día en un tren de alta velocidad, ya que la ciudad de cautivadores canales no es el mejor lugar para comer barato en restaurantes.
En el centro, el balcón de Julieta en Verona |
La casa de Romeo, propiedad privada, cerrada a cal y canto |
En treinta minutos nos presentamos en la estación de Santa Lucía por encima del mar. Una llegada de ensueño. La mañana anuncia un día muy caluroso y el presagio se cumple. Pero Venecia bien se merece patearla. Entonces nos adentramos en el corazón de esta bellísima ciudad de ensueño, aunque saturada de turistas, cuyo carnaval tuvimos la suerte de disfrutar hace dos años (mira la entrada dedicada a Venecia) como unos locales más disfrazados.
Plaza de Verona |
Una de las calles principales de la ciudad de Romeo y Julieta |
Pero la magia la rompen dos policías locales, que nos obligan a levantarnos, ya que está prohibido sentarse y comer en los soportales de la plaza (hay carteles que lo anuncian). Pero somos españoles y lo volvemos a intentar. Y los mismos policías aparecen de nuevo. Mueven sus manos de arriba abajo mientras exclaman: «¡Up, up!».
Desistimos, nos ponemos en pie y damos una vueltecita. Camino de los Jardines Reales, encontramos una fuente de agua potable (toma nota, porque es como hallar una aguja en un pajar). Después de refrescarnos, volvemos para intentar sentarnos debajo de otros soportales de la plaza de San Marcos para tomarnos nuestros bocadillos. Me resulta curioso que los policías ya no nos llaman la atención en esa zona (¿será porque no hay restaurantes ni cafés en los alrededores?).
Pagué 8 euros por este plato en Farcito. Riquísimo |
Tarifa de las góndolas |
Venecia no son solo canales |
Ya en el tren, en apenas una hora y media llegamos a Verona, la ciudad de Julieta y Romeo. Muchísimo público por las calles, a pesar del sofocante calor (las ranas iban con cantimploras). Se nota la época de rebajas en las tiendas.
Plaza de San Marcos |
Comemos en Farcito (Vía Guglielmo Oberdan 18/A), un establecimiento abierto solo hace ocho meses. Simone, un extraordinario anfitrión, estuvo cinco años trabajando en Ibiza. Ha vuelto a Italia después de pasar también por Reino Unido, y ahora es el responsable del local, decorado con muy buen gusto. Nos explica sobre un cartel las limitadas propuestas del local: elegir entre una patata asada o un riquísimo pan, y rellenarlo de diferentes productos. Probamos tres opciones, todas riquísimas, dependiendo de los paladares. Y sólo por 6.5 o 8 euros cada una, según la elección. También probamos la versión de su tiramisú. Muy bueno, aunque no descubriré su secreto.
Simone anuncia que aumentarán la superficie del local y también la carta en los próximos meses, porque el público está respondiendo satisfactoriamente. Por tanto, hemos prometido volver, seguramente para el festival de ópera el próximo verano. El programa ya ha sido publicado y hemos fijado nuestros ojos en el homenaje a Plácido Domingo en el circo romano de Verona, un lugar que quita el hipo, el 4 de agosto de 2019.
Después de algunas compras en las numerosas tiendas por el centro de Verona, volvemos a la estación de ferrocarril. Por la falta de información de Trenitalia, subimos en el tren equivocado para regresar a Padua. Tenemos que esperar a llegar a Mantua, a 38 kilómetros, para regresar en el mismo tren a Verona. Allí, felizmente, subimos al convoy correcto que nos llevará, ahora sí, a nuestro cuartel general.
Pero, como dije mi mujer, «cuando las cosas suceden, pasan por algo». Y, debido a esa equivocación, podemos conocer a Martin Gutman. Es un comerciante de textil argentino que fue a París para asistir a una feria. Ha aprovechado tres días libres para hacer turismo y acudir al Campeonato del Mundo de Mountain Bike que se ha celebrado en Daolasa Commezzadura, a 150 kilómetros de Verona. Aquí se sube al mismo tren que nosotros, ya que regresa a Venecia para tomar un avión hasta París, y desde allí a su querida Argentina. Sin embargo, como es un apasionado de las bicicletas, cuenta que iba a intentar acercarse antes a Cholet, a 358 kilómetros de París, para ver una prueba del Tour.
Papel repartido por dos mujeres que pedían dinero en el tren |
Pero, como dije mi mujer, «cuando las cosas suceden, pasan por algo». Y, debido a esa equivocación, podemos conocer a Martin Gutman. Es un comerciante de textil argentino que fue a París para asistir a una feria. Ha aprovechado tres días libres para hacer turismo y acudir al Campeonato del Mundo de Mountain Bike que se ha celebrado en Daolasa Commezzadura, a 150 kilómetros de Verona. Aquí se sube al mismo tren que nosotros, ya que regresa a Venecia para tomar un avión hasta París, y desde allí a su querida Argentina. Sin embargo, como es un apasionado de las bicicletas, cuenta que iba a intentar acercarse antes a Cholet, a 358 kilómetros de París, para ver una prueba del Tour.
Portadas de periódicos en la puerta de un local de prensa |
En Padua, corona en homenaje al policía Arnaldo Trevisan |
Para volver a España, tomamos un autobús de Flixbus con el que llegamos a la estación de Bolonia, donde esperábamos encontrarnos otra vez con Francesco, el ángel de la guarda taxista. Sin embargo, tuvimos que conformarnos con un compañero suyo muy reservado, que nos llevó hasta el aeropuerto para regresar, sin contratiempos, en un avión de Ryanair.
Viajar es una aventura, pero las cosas que se viven dentro de esa aventura son increibles todas!!👏
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