Kiti, el hombre del banco

Kiti, junto a su banco, donde lleva sentándose 70 años
Se llama Joaquín, aunque todo el mundo le conoce por Kiti (83 años). Su piel oscura y agrietada está castigada por el sol, la lluvia y los años que lleva cuidando de su ganado. Está sentado en un banco de madera en la parte alta de Puerto Calderón, una acogedora ensenada en la costa de Cantabria en Alfoz de Lloredo, a una hora y media a pie de Santillana del Mar por caminos rurales, algunos solo para vacas.

Con sus robustas manos, Kiti agarra una gruesa vara y te mira de soslayo cuando pasas a su altura. Parece como si estuviera esperando el paso del autobús de línea. En realidad, Kiti está descansando a la sombra de una tapia porque está todavía trabajando a sus 83 añazos. Aquí tiene cabezas de ganado, vacas concretamente, y las está apañando, como hace a diario, para luego vender su leche.

Vista desde nuestra habitación en la Posada de Herrán
Kiti es una de las personas que van a dar contenido a estos apuntes. Como Eusebio, Lidia, Elsa, Alberto Manuel, Ana, Ramiro, Chicu, Andresu, Eva, Fernando o Verónica, la chica por la que realizamos este viaje hasta Santillana del Mar. Esta adolescente, de la misma edad que mi hija, vive en un pueblo muy cercano. Las dos se conocieron a través de las redes sociales por ser seguidoras del carismático Pelayo, diseñador de moda y personaje televisivo.

Hace unos meses mi hija nos pidió, a su madre y a mí, viajar desde Toledo hasta el pueblo de la tres mentiras (ni es santa, ni es llana, ni tiene mar) para conocer a Verónica. Dicho y hecho. Aunque María Jesús, una prima de mi mujer, puntualiza que Santillana sí tiene playa, una "pequeñita y preciosa", donde hay una ermita dedicada a Santa Justa entre las rocas, en un pequeño acantilado.

Cerca de Santillana
Confieso que había pensado no escribir en mi bitácora sobre este maravilloso pueblo cántabro, uno de los más bonitos de España, porque creía que yo no podría aportar mucho más que las guías de turismo. Sin embargo, unos días en este enclave medieval, verde y tranquilo, me ha regalado conocer a gente muy interesante.

¿Sabiduría popular?
El viaje arranca en Toledo apenas 48 horas después de llegar de Dublín y de Nueva York. Lavadoras con ropa sucia para limpiar, plancha para aviar lo necesario, maletas cargadas y a la carretera otra vez. Por delante, poco más de 550 kilómetros en coche hasta llegar a la Posada de Herrán, a 800 metros a pie del centro de Santillana. De camino, contamos a nuestra hija que va a recorrer a pie esta espléndida villa por primera vez, aunque ella ya había estado en otra ocasión. Pero de una manera distinta: hace 15 años lo hizo dentro de la barriga de su madre.

Tres kilómetros y medio antes de llegar a la posada, hacemos una parada para comer en el asador La Gloria, en el barrio de Las Quintas, a cinco minutos en coche de nuestro alojamiento durante cinco noches. Se trata de un restaurante-bar con una decoración ecléctica, ya que se mezclan estilos que hacen de este lugar un espacio muy acogedor. Si bien su interiorismo puede convencer al visitante, o no, lo que realmente te atrapa de este asador es su comida, casera y muy bien cocinada.

Santillana del Mar
Puedes ir de raciones o a la carta a cualquier hora del día. Ahora bien, yo te aconsejo que te abones al menú a la hora de la comida (12 euros de lunes a viernes en agosto, y 16, sábados y domingos) para darle sabor a la vida: te puedes meter entre pecho y espalda un primero, un segundo y un postre que quitan el sentido. Esas alubias con mejillones que se deshacen en la boca, o las lentejas de la abuela que te llevan a tu infancia, o ese arroz con leche que te hace soñar... La mano de Ana, una licenciada en Educación Especial de voz dulce metida entre fogones, se nota en los pucheros, en los platos de cuchara. Lo he decidido: antes de morirme quiero que me lleven a La Gloria.

Almuerzo para dos
Y quiero también que en mi entierro estén Ramiro y Alberto Manuel, dos de los camareros de ese asador. Para que levanten el ánimo a los plañideros/-as que vayan a mi funeral. Lo dejaré por escrito en mi testamento. Porque esos camareros son la alegría de la huerta. Es un placer comer en un lugar cuando te atiende personal amable y bromista. Alberto me recuerda a mi tío Bienve (los dos tienen respuestas ingeniosas para todo), mientras que Ramiro, con un acento más de la tierra que el de su hermana Ana, también tiene su punto de humor inteligente.

En lo alto de una colina
El asador La Gloria no es la única sorpresa grata antes de pasear por Santillana del Mar y sus alrededores. La Posada Herrán, en la localidad de la que toma el nombre, es el siguiente eslabón de la cadena de buena suerte. Este establecimiento lo lleva Lidia, una mujer rubia y conversadora que confía mucho en la buena voluntad de sus clientes. Cuando reservé, varios meses atrás, el único lazo de unión entre ella y yo fue un simple correo electrónico en el que Lidia indicaba que una habitación triple quedaba apalabrada a mi nombre (67 euros la noche, además de 4 por cada desayuno, muy completo). Ni siquiera pidió una tarjeta de débito o de crédito.

Sobre la limpieza del establecimiento, no sé si te acordarás de un anuncio de televisión en el que un mayordomo, Tomás, hacía una prueba con un algodón para constatar la pulcritud de un baño. "El algodón no engaña", decía el empleado, que se daba un aire a mi admirado Alfred Hitchcock. Pues bien, si Tomás hiciese la prueba en la Posada de Herrán, el algodón siempre estaría blanco.

Vista panorámica desde el Puerto Calderón
Desde esa posada, en la que te sientes como en casa, realizo varias rutas a pie por los alrededores de Santillana, donde el olor a campo y a animales me retrotrae a mi infancia, cuando acudía a las ferias de ganado de Talavera de la Reina, ciudad donde nací, para ver caballos, vacas, toros, ovejas... Y también a los veranos que caminaba en pantalón corto hasta el arroyo que pasaba cerca de la casa de mis abuelos maternos para buscar ranas entre cañas y juncos.

Por momentos, mientras pateo el terreno, imagino que puedo cruzarme con Modesto Cubillas, el campesino que descubrió por casualidad la cueva de Altamira en 1868, o con Marcelino Sainz de Sautuola, quien se adentró en la gruta y halló lo que ya conoces.

Una casa en mitad del campo
Dicen que tengo una flor en el culo (por la suerte que casi siempre me acompaña), pero no creo que, antes de que viaje al otro barrio, vaya a tener tanta fortuna como para poder admirar la belleza rupestre en la cueva verdadera, no en la recreación, que está a pocos metros. Mi tío Bienve, sin embargo, sí estuvo de suerte cuando pudo visitar la cueva allá por la década de los 70, una época en la que se permitía la entrada a todo el mundo. Y así pasó luego.


El jefe de la manada
Pero volvamos al presente. En una de las caminatas por los alrededores de Santillana conozco al susodicho Kiti, un ganadero de 83 trabajados años, con quien me cruzo en el Puerto Calderón y ante la bella ensenada como decorado. Al fondo, sobre la hierba, pastan un rebaño de vacas y un caballo, que dibujan una estampa inigualable.

A la sombra de una tapia y sentado en un banco de madera, Kiti cuenta que lleva muchos años viviendo en Oreña, a un puñado de kilómetros de Puerto Calderón. Me pregunta dónde queda Toledo después de hablarle de la bella ciudad donde vivo. Luego, y a pesar de sus problemas físicos para levantarse, accede a posar de pie con esa gallardía que se podrá apreciar en la imagen. La luz del sol del mediodía deja a Kiti en la penumbra si se queda sentado en la sombra, en su banco de toda la vida.

Eusebio Allende, después de echar "caramelos" a su ganado
Aunque se marchó muy joven a la vecina Oreña, Kiti es todavía muy conocido en Santillana. Lo puedo comprobar días más tarde, cuando pregunto por él a Amador, alias Chicu. Kiti es menudo, todo lo contrario que Chicu, un entrañable señor con una espléndida planta, además de un maravilloso sentido del humor, a sus 93 lustrosas primaveras recién cumplidas. Fue trabajador de Firestone y también cuidó de sus vacas. Ahora conduce un coche deportivo descapotable por tierras cántabras, y como testimonio de sus palabras lleva en su cartera una fotografía a los mandos del vehículo, de color azul oscuro. Luego lo corrobora Lidia, la dueña de la Posada Herrán, que es sobrina suya. 'Mi tío siempre ha sido muy coqueto", confirma la posadera.

Mensaje para Iñaki Urdangarín servido en un cuchillo
Coincidimos con Chicu en el asador La Gloria, nuestro cuartel general culinario. No va solo. Le acompañaba Andrés, más conocido por Andresu, un antiguo marino de 83 años, de habla pausada y ojos azules mar. Se jubiló con 40 años después de media vida de barco en barco, lo que le permitió conocer los cinco continentes. Tres días antes han estado José y Josefa, los padres de Lidia, que se reúnen todos los jueves con un grupo de amigos (ya mermado por el paso de los años) para comer y jugar luego a las cartas.

Recorrer los caminos que rodean Santillana del Mar te permite también conocer a ganaderos como Eusebio Allende, que trata a sus vacas con mucha mano izquierda. "Con cariño las llevas donde quieres; no es necesaria la vara, sino maña", afirma Eusebio, que también es el propietario de caballos y ponis que hacen ruta por los alrededores de la villa.

Vista panorámica
A tres kilómetros del pueblo, en una de las fincas de Eusebio, me sorprende ver cómo un rebaño de casi 50 vacas y algún toro semental, que mugen de manera estrepitosa, se ponen frente a él. Están impacientes, a la espera de que Eusebio reparta un saco con camperina, un pienso que para sus animales es como un "caramelo". "Comenzaron a utilizarlo en Andalucía con el ganado bravo", asegura el ganadero. Y su ganado le sigue por el campo, como al flautista de Hamelín, mientras suelta un particular maná para estos bovinos.

Paseando por el centro de Santillana, la amabilidad de algunos de sus paisanos se agradece. A Elsa, de la tienda de ultramarinos El Ermitaño (en la calle del Cantón, muy cerca de la colegiata) le falta tiempo para ofrecerle dos tiritas a mi mujer cuando ella entra dolorida por la mordedura de una zapatilla. "¿Nos puede decir dónde está la farmacia más cercana para comprar tiritas?", le preguntamos. Inmediatamente, Elsa saca su botiquín y resuelve el lacerante contratiempo.

Una mujer sube con el carro de la compra hasta su casa
en Santillana, como hace todos los días
Llegamos a su tienda de ultramarinos por los acordes que se oyen desde la terraza El Jardín del Marqués, cuya puerta de entrada está a apenas veinte metros. "Acercaros, el cantante es muy bueno", nos anima Elsa. Seguimos la sugerencia y acertamos. Fonso Blanco, de Torrelavega aunque vive en Villagarcía de Arosa, es un intérprete que conecta muy bien con el público. Ataviado con una gorra, una camiseta, unos vaqueros y una guitarra, nos hace creer, durante casi dos horas, que era Raphael, Julio Iglesias, su hijo Enrique; Melendi o Joaquín Sabina. "Fue miembro de la orquesta Súper Hollywood y también de la orquesta Fórmula. Fonso es buenísimo", habla de él con vehemencia Ángel, un joven camarero del Jardín del Marqués que nos atiende. Íbamos para tomar dos cervezas pero, al final, Fonso Blanco logra que nos quedemos a cenar.

Indigna ver basura en medio de la naturaleza
A mi compañero de trabajo Héctor Galán le he mandado una breve grabación mientras canta Fonso Blanco. Héctor es un seguidor de las orquestas que van de pueblo en pueblo animando las verbenas. No es al primero que conozco con esa afición. Y por eso estoy impaciente por conocer su opinión sobre la voz de Fonso cuando me incorpore al trabajo, a mediados de agosto.

También tengo la curiosidad de conocer la reacción de Adolfo Cano, trabajador del Teatro de Rojas de Toledo, cuando vea la fotografía que le he mandado el penúltimo día en Santillana del Mar. En la imagen yo aparezco con Eva y Fernando, dos actores de la veterana compañía Morboria, creada en 1983, y que volverán a pisar el histórico escenario de la bombonera toledana en octubre.
Paz, tranquilidad, relajación
Con ellos coincido en la cima donde se encuentra el cristo de Oreña. Yo había realizado dos intentos por llegar a ese lugar, después de una pronunciada ascensión de un kilómetro y medio, pero las condiciones del suelo no me lo permitieron. La primera vez, no hice caso a la advertencia de Sergio, un operario que estaba adecentando con zahorra una parte del camino, ya que cuatro días más tarde, el 6 de agosto, se iba a celebrar una romería hasta el cristo. "El suelo está un poco mal", me avisó. Sin embargo, seguí andando. Pero solo unos 200 metros. Las zapatillas se me pegaban en el barro. Media vuelta y para otro sitio.

El viernes volví a intentarlo. Caminé hasta que llegué al mismo lugar donde me había cruzado con Sergio el día anterior. Un camionero a los mandos de su bañera me sugirió que no siguiera porque el suelo seguía embarrado.

Cruce de caminos. A la izquierda, para ir a Santillana.
A la derecha, para subir al cristo de Oreña
Constancia es mi segundo nombre y, por eso, me marché del lugar con el refrán en la cabeza: "No hay dos sin tres". Dejé pasar el sábado con la idea de que el terreno secaría absolutamente, y el domingo vuelvo a la carga.

Antes de insistir, paso por el castillo de Vispieres. Bueno, realmente es un conjunto de piedras que quedan de lo que pudo ser una fortaleza. Lo que me llama la atención es lo abandonado que está el camino de subida, ya que las malas hierbas y otras plantas están comiendo el terreno en algunos puntos.

Desde el castillo me encamino hacia Oreña. Casi una hora más tarde paso por esta pequeña localidad, donde vive Chicu, y llego a su imponente cristo, de cinco metros de altura, que abre sus brazos desde encima de un pedestal.  Eureka: a la tercera, la vencida. La imagen en piedra es una obra de un escultor catalán, cuyo nombre desconozco, y fue una donación de Florentino Pino, un acaudalado hombre de negocios de Puebla (México), según se cuenta en un cartel al pie de la peana. Era hijo de Lucio y Sabina, vecinos de Oreña, lo que explica la existencia de la pieza en un emplazamiento que cautiva.

Cristo de Oreña
En lo alto de la cumbre, desde donde se contempla una vista sensacional de la ensenada de Puerto Calderón y de los Picos de Europa, solo hay dos personas más: Eva y Fernando. Los silencios me molestan. Por eso les pregunto y me comentan que se dedicaban al teatro. Que son miembros de la compañía Morboria. ¡Doy un respingo! "Vosotros habéis actuado en el Teatro de Rojas de Toledo. ¿Conocéis a Paco Plaza (su director) y a Adolfo Cano (su coordinador)?", les interrogo. Afirmativo. ¡No me lo puedo creer! ¡En lo alto de una colina!

Mira que no creo en cosas infundadas, pero, desde hace un tiempo, le doy vuelta a eso de la teoría de los seis grados (una hipótesis que intenta probar que cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier persona a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios).
Con los actores Eva y Fernando, de la compañía Morboria
Curiosamente, Eva y Fernando también habían subido hasta el Puerto Calderón y habían charlado igualmente con Kiti, a quien se lo encontraron sentado y con la vara asida en el mismo banco donde él y yo conversamos días atrás. "Nos dijo: 'Aquí llevo sesenta años sentao. Me da igual mirar pa un lado que pal otro'. Pura filosofía", recalca Fernando, que con su bigote y perilla me recuerda a un personaje extraído de un cuadro de Velázquez.

La pena es que me marcho de Santillana del Mar sin cruzarme con Modesto y Marcelino. Para la próxima.





















Comentarios

  1. Con el relato me has convencido, tendré que visitar la zona. Si todo va bien a finales de septiembre me gustaría ir por la zona de Santoña, ¿tienes algo de esa zona?
    José Antonio

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    1. En Sañota estuve hace muchos años. Nos alojamos en la casa rural La Joma. Maravillosa. En un entorno natural alucinante, a 10 kilómetros de Santoña. Mi hijo bajaba todas las mañanas a la casa de los dueños para que le dieran leche recién ordeñada, que luego nosotros hervíamos. Paséate por Castro Urdiales, si no lo conoces, y acércate a Noja e Isla para caminar por su litoral. En Noja, a 12 kilómetros de Santoña, estuvimos alojados en el hotel Torre Cristina, fenomenal, hace un par de años. La oferta hotelera en Noja es también amplia. Tengo muy buenas referencias del hotel Los Juntos. Tanto este como Torre Cristina están en la playa de Ris. Una pasada. Espero haberte ayudado, José Antonio. Muchas gracias por tu aportación

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  2. Me alegro mucho que te guste Santillana (mi pueblo) y su entorno, que por lo que veo conoces muy bien, pero sobre todo me alegro de tus conversaciones con algunas personas como Kiti, al que conozco, a el y a su familia. Saludos y a seguir disfrutando por ahí.

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    1. Muchas gracias, Pedro, por tus consideraciones. El pueblo me encanta, como Cantabria entera. Estamos ya planeando otra visita para dentro de unos meses.

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  3. Hola sino recuerdo mal quien tiene costa es el pueblo de Arroyo que pertenecía al Ayuntamiento de Santillana del mar

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    1. Buenas, Vicky. He consultado en distintas webs, en las que se informa de que la playa de Santa Justa se encuentra en el municipio de Santillana. En alguna web se indica que pertenece a Ubiarco, que forma parte del municipio de Santillana en cualquier caso.

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  4. Vaya ya me jugó una mala pasada el teclado he escrito pertenecía y no es así , arroyo pertenece a santillana

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  5. Vaya ya me jugó una mala pasada el teclado he escrito pertenecía y no es así , arroyo pertenece a santillana

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