El pasajero misterioso del vuelo I23715
Dos policías y un pasajero bajan del avión en Madrid |
Aunque habíamos salido de casa (Toledo) con una antelación de tres horas, llegamos a la terminal 4 apenas 40 minutos antes de embarcar. Paso acelerado por el aeropuerto ya que, además del control en el arco de seguridad, nos espera otro más adelante porque viajaremos a Reino Unido.
No obstante, a unos metros del control de pasaportes ya se encuentra nuestro hijo, que estudia en Madrid y que ha llegado con tiempo al aeródromo. Ante la premura inesperada por culpa del maldito atasco, le hemos pedido que vaya de avanzadilla por si tiene que agarrarse a la puerta del avión para que no la cierren hasta que lleguen sus padres. Finalmente, no es necesario ejercer esta medida de presión, porque aparecemos a tiempo, sudorosos, cuando el resto de los pasajeros está haciendo la fila antes de embarcar. Un buchito de agua para atemperar el cuerpo y listos para surcar los cielos nuevamente.
Cena en el restaurante Galicia,
en Croydon
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Durante el vuelo de dos horas y cuarto me entretengo con la película "Asesinato en el Orient Express", la versión de la novela de Agatha Christie llevada al cine por Kenneth Branagh. Viendo la película, se me ocurre un titular sugerente para la nueva entrada del blog. Dejo anotada la idea en un papel.
Llegamos sin contratiempos a Gatwick, el segundo mayor aeropuerto de Londres, situado a 45 kilómetros al sur de la capital británica. En esta ocasión, nuestro enésimo viaje de ida y vuelta a las tierras de Theresa May va a ser casi como un relámpago: no pasaremos más de 40 horas en suelo inglés. El objetivo es un musical, Los Miserables. Es un espectáculo que lleva representándose desde 1985 en Londres y del que debes de disfrutar antes de morirte.
Será poco tiempo aunque muy bien aprovechado. Esta vez dormimos en la localidad de Croydon, a 15 minutos del aeropuerto en tren (3,10 libras por billete). Es la misma línea ferroviaria que te lleva hasta Londres. El hotel, un Hampton, de la cadena Hilton, emplazado a tres minutos andando de la estación del tren. Una habitación triple, con desayuno, dos noches, por 172 euros. No se puede pedir más.
Grupo en la estación Victoria |
Redondeamos la noche con una cena espléndida en un restaurante gestionado por un gallego, Fernando. ¿Nombre del negocio? Pues Galicia. Lo he encontrado en Tripadvisor. A 20 minutos andando del hotel. El mánager, Pedro, portugués, nos orienta con la carta. Acertamos. Allí lo llaman tapas; en España son raciones como Dios manda (la de berenjena con verduras y bechamel, de 10). La cuenta: 37 libras, con la propina incluida (un 10 por ciento, opcional). Además, conocemos a uno de los camareros, Lidia, una catalana que ha dejado de fumar hace un mes, aunque que no pierde la sonrisa a pesar de tanto ajetreo.
A la mañana siguiente, viajamos a Londres, donde ya es Navidad. Otros 15 minutos en tren (4,1 libras por billete) hasta la estación Victoria. Un enorme cartel en el grandioso vestíbulo anuncia que los baños son gratuitos. Insólito. ¿Será un efecto del Brexit? A unos metros, miembros de una asociación benefactora cantan para recaudar dinero. Buen anticipo de lo que veremos más tarde en el "West End", la zona de teatro en la capital británica.
En el camino hasta el centro pasamos por la encrucijada de Picadilly Circus, donde puedes leer un anuncio en la famosa rotonda en el que te aconsejan beber agua durante la noche (como alternativa al alcohol, supongo). También llegamos hasta las inmediaciones del Big Ben, pero está cubierto por reformas. Como opción, en la tienda de Lego junto a la plaza de Leicester puedes ver la conocida torre hecha con pequeñas piezas de la empresa danesa de juguetes.
Una media hora de agradable paseo te conduce hasta el teatro Queen para retirar las entradas de Los Miserables, el objetivo del viaje. En las taquillas del Queen nos atiende un agradabilísimo empleado, con una semblante muy parecido al de un vecino de Toledo, que nos revela que tiene una tía española, lo que le ha permitido chapurrear nuestro idioma.
Una media hora de agradable paseo te conduce hasta el teatro Queen para retirar las entradas de Los Miserables, el objetivo del viaje. En las taquillas del Queen nos atiende un agradabilísimo empleado, con una semblante muy parecido al de un vecino de Toledo, que nos revela que tiene una tía española, lo que le ha permitido chapurrear nuestro idioma.
Entrada para Los Miserables |
En un par de horas vamos a admirar el mejor musical que hemos visto hasta ahora. Y será por segunda vez en el mismo teatro en menos de un año y medio. En esta ocasión nos mueve la ilusión de que nuestro hijo, que estudia realización de espectáculos, se empape de un montaje que, por momentos, te hace creer que estás contemplando una película. Música, canto e interpretación. La perfección.
Y la experiencia vuelve a ser conmovedora, muy gratificante. Como era de esperar, no puedes reprimir las lágrimas durante varios momentos y, sobre todo, al final. Da igual que no sepas inglés. Estos actores te atraviesan y logran que te broten los sentimientos. El público, en pie nada más echar el telón; vitoreando, ovacionando, aplaudiendo hasta romperse las manos.
Mensaje en Picadilly Circus: "Bebe agua durante la noche" |
Canturreando algunas de las composiciones, regresaron a pie hasta la estación Victoria. En tren, llegamos a Croydon, pasamos por el hotel y repetimos en el restaurante Galicia para cenar. La noche antes, el mánager nos había advertido que el local se pone hasta los topes los sábados. Pensé que exageraba, pero luego comprobé que no.
Esperamos más de una hora para que nos dieran mesa. En nuestro caso, algunos impacientes se habrían marchado. Pero la comida merece la pena. Por tanto, había que aguantar. Y volvimos a acertar. ¡Qué bacalao con tomate! ¡Qué cerdo y patatas marinadas! Lo menos conseguido, el tiramisú; el bizcocho es muy grueso. La cuenta: 38 libras. Por supuesto, felicitamos por la comida y hacemos saber a Lidia que sería conveniente dar una vuelta al postre. "Una crítica constructiva", responde ella.
Esperamos más de una hora para que nos dieran mesa. En nuestro caso, algunos impacientes se habrían marchado. Pero la comida merece la pena. Por tanto, había que aguantar. Y volvimos a acertar. ¡Qué bacalao con tomate! ¡Qué cerdo y patatas marinadas! Lo menos conseguido, el tiramisú; el bizcocho es muy grueso. La cuenta: 38 libras. Por supuesto, felicitamos por la comida y hacemos saber a Lidia que sería conveniente dar una vuelta al postre. "Una crítica constructiva", responde ella.
Antes de marcharnos, vemos cómo Alex (inglés, aunque 15 años en España) y Julio (de Marbella) felicitan a los clientes que celebran su cumpleaños en el Galicia con una tarta. Con una cuchara, los dos camareros aporrean sus bandejas mientras cantan el cumpleaños feliz en inglés o en castellano, según se tercie. A unos metros, otro de los camareros, Adrián, un simpático chaval también de Marbella, que nos despide luego en la puerta con una sonrisa y entregándonos tarjetas del restaurante.
Domingo por la mañana. Desayuno y camino hacia la estación, a un tiro de piedra, para regresar al aeropuerto. El vuelo, I23715, despega a las 10:50. En 16 minutos en tren estamos en el aeródromo. Ya dentro del avión, escucho a dos azafatas mascullar sobre un pasajero que se encuentra en las plazas traseras. Un vuelo de 2 horas y aterrizamos en Madrid, en la terminal 4.
Todo por una foto |
Al salir de la aeronave, dos policías nacionales esperan en la misma puerta. Uno de ellos lleva un pasaporte en las manos. Aguardan a que salga un pasajero. La pareja de agentes baja con él unas escaleras auxiliares desde el avión para que el caballero suba al furgón policial aparcado a unos metros. El hombre misterioso, de raza negra, no va esposado. Lleva una maleta pequeña y una mochila. Todos caminan tranquilos, charlan. El pasajero sube en los asientos traseros del vehículo. Los policías, delante. Segundos más tarde, los tres se pierden camino de un destino desconocido.
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