Bajo el sol de Venecia


Dicen los venecianos que el origen de la palabra Venecia podría ser «veni etiam»; esto es, vuelva otra vez. Les gusta dar como verdadera esa teoría, según he leído. Porque pasear por Venecia sobre todo de noche, cuando los miles de turistas han desaparecido de las calles, es maravilloso, mágico, encantador. Muy bello. Caminar de madrugada por un laberinto de callejuelas en penumbra, a veces a oscuras, con las góndolas amarradas hasta la mañana siguiente, te obliga a dar la razón a los venecianos: vuelva otra vez. Y así he hecho: visitar de nuevo esta ciudad italiana, levantada sobre un archipiélago de 118 islas pequeñas, que están conectadas por más de cuatrocientos puentes en el norte del mar Adriático.

Mi nueva visita a esta Venecia seductora y misteriosa, peatonal totalmente, ha sido con otro objetivo distinto al de miles de turistas: participar de lleno en su carnaval de 2019, disfrazado con un traje azul eléctrico que simulaba uno de época y con el rostro cubierto con una máscara. En suma, vivirlo desde dentro. Y la experiencia, segunda en tres años, ha sido sublime. A cada paso, un turista entusiasmado te pedía permiso para fotografiarse contigo; y, si iban en grupo, todos terminaban rodeándote para quedar plasmados en una instantánea que viajará posiblemente miles de kilómetros, quizá a las antípodas de la siempre bella Italia.

Para esta cuarta expedición a Venecia, del 22 al 24 de febrero, a mi esposa y a mí nos acompañaron Nuria y Ana (la primera, delineante; la segunda, fotógrafa profesional con un sexto sentido periodístico). En realidad, el viaje de estos cuatro toledanos a la ciudad de Marco Polo (según la Historia, aunque hay otras teorías) había comenzado varios meses antes. Porque, si quieres ir hasta allí con un coste no muy elevado en época de carnaval, sugiero reservar el alojamiento y el avión con toda la antelación posible. Tampoco te preocupes si se te olvida ropa o lencería (verdad, chicas), porque en Venecia hay muchas tiendas, unas de lujo y otras para gente corriente.

En esta ocasión, el lugar elegido para dormir fue Casa Sant'Andrea, en el barrio de Santa Croce, muy cerca de la estación de tren. Dos noches en una habitación cuádruple amplia, con desayuno incluido, 197 euros. En Venecia, este precio ha sido una ganga. El establecimiento, muy limpio y modesto, ocupa un enorme palacio con cuatrocientos años de historia. Camas comodísimas y una calefacción que funciona a tope, con un recepcionista, Marco, que es un primor: 'Señor Moreno', afirmó nada más me vio entrar por la puerta, como si me conociera de toda la vida.

El edificio está a 250 metros de la 'piazzale' Roma, donde se encuentra la terminal de los autobuses que llegan por el puente de la Libertad desde Mestre a Venecia, una ciudad donde no hay tráfico rodado, solo navegación por los canales. El emplazamiento nos vino de perlas, ya que aterrizamos en el aeropuerto Marco Polo y, desde allí, un autobús (13 euros ida y vuelta por persona) nos trasladó a La Serenísima en apenas 17 minutos. Iba con la firme intención de fotografiar una glorieta para enviarla al programa de radio 'La Rotonda', de Joaquín Guzmán -el creador del mítico espacio 'La Gramola'-, pero no hubo formar de encontrar una en Venecia. 

Esperando a comer en
el restaurante Al Gazzettino
Para abaratar el coste a la ciudad de los canales, y dado que había que adaptarse a las obligaciones laborales, elegimos un vuelo desde Madrid con escala en Bruselas con salida vespertina: 112 euros por persona, con la compañía Brussels Airlines. Extraordinario servicio, con despegues y aterrizajes suaves, algo que siempre ayuda a personas que lo pasan mal en los aviones.
Llegamos pasadas las once y media de la noche al alojamiento (en el trayecto aéreo ya habíamos dado cuenta de nuestros bocadillos de jamón y queso), por lo que nos decidimos a pasear hasta la plaza san Marcos por calles estrechas, atravesando numerosos puentes y escuchando las sacudidas del agua contra las paredes de los canales cuando una embarcación pasaba lentamente. Fabuloso. No había que perder tiempo, ya que íbamos a pasar solo 39 horas en La Serenísima, un nombre que también ha escogido una funeraria de la ciudad.

Con el grupo de
mujeres asturianas
Aunque Nuria era nueva en la ciudad, dio varias pinceladas que demostraron que se había preparado a conciencia la completa guía, hecha por ella misma durante horas y con la que te obsequia en cada viaje. Es sorprendente cómo el muñequito de Google Maps puede enseñar tantos rincones, algunos casi secretos, a alguien interesado en descubrir la ciudad antes de llegar a ella. Sí, ya sé que los hay a los que no les gusta saber absolutamente nada de la población que van a visitar, y están en su perfecto derecho. Pero la curiosidad no tiene límites.

Y algo de investigador tiene el menda, cosa de mi profesión. He leído que Truman Capote, periodista y escritor estadounidense, dijo de Venecia que era como comerse de golpe una caja entera de bombones de licor. Estoy totalmente de acuerdo con él. Yo sigo emborrachándome cada vez que camino por "la reina del Adriático". No me extraña que digan que es un lugar para enamorados, para poetas o escritores. Siempre cautiva, embelesa.
Con un grupo de
españoles de Madrid
Es cierto que nos costó un poco llegar por el laberinto de calles hasta la plaza de San Marcos. Y eso que intenté preguntar a un guarda de seguridad en las inmediaciones, pero me dejó con la palabra en la boca y el dedo índice de mi mano derecha levantado. El amable señor solo acertó a hacer un sonido difícil de reproducir, acompañado de un movimiento de su cabeza, lo que me recordó la imagen de un perro san bernardo cuando sacude la suya.

Llegamos a la plaza de San Marcos. Toda ella para nosotros y cuatro más. El campanario y la catedral, por encima de nuestras cabezas. Sobrecogedor. Finalmente, el paseo nocturno se alargó hasta las dos de la madrugada. Habríamos estando mucho más tiempo, pero la jornada del sábado iba a ser larga y había que descansar. Como ya había hecho nada más llegar, Marco nos volvió a franquear con un gesto amable la puerta de madera de Casa Sant'Andrea.


Los 14 españoles de Madrid.
Maravillosamente formados
El sábado, el tañer de las campanas de la iglesia del Nombre de Jesús nos sobresaltó minutos antes de las ocho de la mañana. A esa hora, mirando por una ventana, pudimos comprobar desconcertados lo cerquita, apenas 20 metros, que teníamos la espadaña. Jurando en arameo, pasamos por la ducha antes del desayuno. Luego a maquilarse y a vestirse con nuestros trajes de época, una operación que nos llevó más de una hora y cuarto, para iniciar después un viaje en el tiempo.


Con un empleado del
mítico café Florian
No pienses que nos gastamos un dineral en ellos. En el caso de mi mujer, Marcela, y en el mío, los compramos hace tres años para venir por primera vez. Para Nuria y Ana eran nuevos. En todos los casos, habían sido comprados en una tienda de Toledo (Disfraces Martín). Por menos de 50 euros cada uno, y algunos arreglitos caseros, pudimos pasearnos bien vestidos por Venecia entre la sorpresa y la admiración de los turistas e, incluso, de algunos paisanos de la isla, que fue algo que nos descolocó. Para llegar desde la plaza de Roma a la bella plaza de san Marcos, en la que habíamos estado la noche anterior fotografiándonos, utilizamos el "vaporetto" (7,5 euros por persona). Es como un autobús acuático y el medio de transporte público típico en Venecia. Con él recorrimos el Gran Canal. Otra experiencia maravillosa. Nos sentamos en la parte trasera, en una especie de terracita, donde una mujer no dejó de fotografiarse con todos nosotros durante los treinta minutos que duró el trayecto. La señora estaba como si hubiera visto una aparición. No nos extrañó ni a mi mujer ni a mí porque ese mismo rostro lo habíamos visto cientos de veces tres años atrás.


Ya en la plaza de san Marcos, los turistas no pararon de fotografiarnos y de fotografiarse con nosotros. A los niños pequeños les cambiaba la cara cuando se acercaban, y a los adultos se les dibujaba una sonrisa de oreja a oreja. Sería el día tan soleado lo que haría brillar nuestros sencillos trajes, de pasear por casa si los comparamos con las indumentarias que recorrían el emblemático lugar. Por ejemplo, un grupo de 14 españoles de Madrid que estaba en la ciudad también disfrazado para el carnaval, aunque con unos trajes más elegantes y más elaborados que los nuestros. Todos juntos, sin embargo, nos hicimos a prisa una fotografía sobre un puente estrecho para no interrumpir el paso de turistas como nosotros.


Con Carmen, una profesora
de Rota
Íbamos camino del puente Rialto porque teníamos reserva para visitar la terraza del centro comercial Fondaco dei Tedeschi a la una de la tarde. A pocos metros, coincidimos con un numeroso grupo de mujeres asturianas que se sorprendieron al saber que éramos españoles. Una a una, se fotografiaron con nosotros y, para terminar, una instantánea todos juntos.


El tanto se lo anotó Nuria, que descubrió este espléndido regalo. Las vistas desde la azotea son formidables, quitan el aliento a cualquiera durante 15 maravillosos minutos, el tiempo que te permiten permanecer en el mirador. Y, de momento, es gratis.


Después de disfrutar de las vistas, fuimos a gozar de la comida del restaurante Al Gazzettino, un pequeño y coqueto local en el que ya había comido en otra ocasión. Y esta vez tampoco defraudò. Servicio rápido, camareros muy agradables, comida exquisita (increíble la pasta con productos del mar) y precio muy ajustado: 35 euros por cabeza, con cerveza, agua, postre y licores incluidos. ¡Fantástico precio para ser Venecia! Y, además, nos quedamos alucinados cuando Kawsar, un simpático camarero, nos pidió permiso para hacerse una fotografía con nosotros.

Con viandas en el estómago, salimos a la calle otra vez. A cada paso, los turistas nos paraban para fotografiarse con nosotros. Nuestros modestos trajes habían triunfado. A la seis de la tarde tocamos retirada. De regreso a pie (media hora el trayecto), tomamos un 'spritz' (un famoso refrigerio de alcohol) en un establecimiento junto al conocidísimo teatro La Fenice. Desde la terraza de la cafetería pudimos ver un peculiar desfile teatral con motivo del carnaval. Unos minutos antes, se había acercado Carmen, una profesora de Rota (Cádiz) en excedencia, para pedirnos gentilmente que nos hiciéramos una fotografía con ella. Aceptamos inmediatamente. Había ido a Venecia para conocer su carnaval y nos confesó que creía que éramos venecianos, ¡todo un orgullo para nosotros! Le acompañaba su marido, Luis, un puertorriqueño al que conoció cuando él estaba destinado en la base de Rota, en la Marina de Estados Unidos. Luis trabaja ahora como civil y lo han destinado a Vicenza, una población a 55 kilómetros que visitaré este verano. Pero eso es otra historia.


Ya en la habitación de Casa Sant'Andrea, tuvimos dos horas de descanso, en las que buscamos por Tripadvisor (extraordinaria herramienta tecnológica) para encontrar un restaurante bueno en los alrededores. Y acertamos. Río Novo, a 500 metros, junto a uno de los canales. Pero la noche y la temperatura ya habían caído, por lo que cenamos en el interior. Por 18 euros cada uno, con una botella de vino y agua incluida, salimos encantados. El tiramisú que compartimos fue un magnífico epílogo.


Desde la terraza del centro
comercial junto a Rialto
Como el día anterior, dedicamos esta vez tres horas a conocer la Venecia nocturna, concretamente el barrio Canareggio, dotado también de un gran encanto. Pasamos incluso al casino, donde solo pudimos ver la planta baja, con embarcadero, e intentamos subir a las plantas superiores. Había que pagar 10 euros para gastar en juegos, pero eso ya no nos convenció y salimos por donde habíamos llegado.

En el avión

Mientras admirábamos preciosos parajes en penumbra, nuestra guía particular, Nuria, se vino arriba. '¡Uy, uy, uy!', exclamó. Había encontrado la casa donde dicen que Marco Polo nació. 'Y en esta casa de la derecha, la roja, vivió Casanova', añadió. Me quedé ojiplático. Seguimos el recorrido por calles estrechas hasta que llegamos a un callejón. 'Por aquí llegamos a la Taberna al Reme!', aseguró Nuria. Confieso que dudé de ella: '¿Cómo iba a meterme por ese callejón, que parecía que no llevaba a ningún sitio?'. Pero me dejé llevar. Y llegamos a la taberna, situada junto a un cautivador embarcadero en el Gran Canal. Chulísimo el local, con una luz poco intensa. Prometimos volver al día siguiente para tomar una cerveza.

Continuamos camino de Casa Sant'Andrea. Minutos más tarde, padecimos el momento más desagradable de este viaje. Cinco tipejos, algunos más chulos que un ocho y con olor a alcohol, nos estuvieron incordiando durante un tramo largo al ver que los ignorábamos. Intentamos despistarlos al irnos por otra calle, pero no fue posible: volvimos a encontrarlos. Cuando uno de ellos intentó tocar a una de las chicas, la cosa se caldeó. Decidimos detenernos y dejar que se marcharan. Acertamos. Íbamos en minoría. Luego nos dimos cuenta de que, unos metros más adelante, había un cuartelillo de la Policía local.

Llegamos a las dos de la madrugada a Casa Sant'Andrea, donde Marco, el recepcionista, nos hizo sonreír: '¡Señor Moreno!' exclamó al otro lado de la puerta principal de madera, cerrada a cal y canto. Una espléndida anécdota para irse a dormir.


A la mañana siguiente, después de la ducha, del desayuno y de comprar viandas en un supermercado cercano para los dos vuelos para llegar a Madrid, regresamos a la plaza de San Marcos. Nuria quería ver el Vuelo del Ángel, con el que se anuncia el comienzo oficial del carnaval en Venecia. Después de media hora de retraso, decidimos que el vuelo lo vería en otra ocasión porque, sinceramente, tampoco es para tanto y ella ya lo había visto en un vídeo. La mejor opción era volver a la taberna al Reme para irnos con el mejor sabor de boca: una cerveza en un lugar muy coqueto. Y volvimos a acertar. Luego fuimos hasta un bacari (tasca) que nos sugirió Nuria, pero estaba cerrado por ser domingo. Por eso nos conjuramos para volver a Venecia con un único propósito: hacer una ruta solo de bacaretos. Queda pendiente.

Después de recoger nuestro equipaje, llegamos al aeropuerto en un autobús. Vuelo de Venecia a Bruselas y una escala de tres horas. Tuvimos tiempo suficiente para tomar un café en el aeropuerto de la capital belga, concretamente en un Starbucks porque el café, que nos lo sirvió Enrique, era mucho más barato que en otros establecimientos. Nuevo vuelo, ahora a Madrid. Sin contratiempos. De vuelta a Toledo en coche por la autovía A-42, un olor muy característico nos puso en alerta en pleno noche. ¿Marihuana a la altura de Numancia de la Sagra? 'Raro, raro, raro', como diría el padre del cantante Julio Iglesias. Luego supimos que se debía a emanaciones procedentes de una fábrica de cervezas. Un gran colofón para un viaje soñado por muchos. Anímate y vete a Venecia. Debes visitarla antes de morirte. Luego será más jodido.
























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