Martina, una niña de cuento

Martina, sujetada por su madre, con la Torre del Oro al fondo y rodeada
de los libros de Mar Azabal. Fotografía de Ana Pérez Herrera
Aquí tienes a Martina, una bebé sevillana con unos ojos tan grandes como luceros. La fotografía que ilustra este viaje a la capital hispalense, para correr su media maratón, es obra de mi compañera Ana Pérez Herrera. Se hizo sobre una mesa del restaurante «La Primera del Puente», en la calle Betis, en el mítico barrio de Triana. Al fondo, la Torre del Oro. A nuestros pies, el río Guadalquivir.

Martina está rodeada de cinco cuentos infantiles, libros que encierran el mundo de Mar Azabal, una ilustradora que ha ganado un prestigioso concurso organizado por el emblemático periódico «The New York Times» con «Ayobami y el nombre de los animales». Días antes de viajar a la ciudad de Frank Sinatra para recoger su galardón, tuve la enorme satisfacción de entrevistar a Mar, una encantadora persona cuya vida me atrapó. Tanto fue esa persuasión que decidí comprar los cinco cuentos ilustrados por ella hasta la fecha como obsequio para Martina, que acababa de nacer. «Es bonito saber que formarás parte de la infancia de una personita», escribió Mar en un wasap  cuando le desvelé mi regalo.

Naranjas por los suelos. Fotografía de Ana Pérez Herrera
Sus cinco libros, dedicados por la ilustradora, encandilaron a Malú y a Álvaro, los padres de Martina, nada más verlos. A ellos les corresponde ahora la difícil tarea de transmitir el mundo de fantasía que Mar crea con sus dibujos. Inocular el amor a los cuentos, a los libros, de la misma manera que Piedad, la madre de Mar, lo hizo con su hija desde pequeñita. Malú tendrá algo más fácil eso de inocular, por aquello de que es enfermera; Álvaro, periodista y cronista de sucesos, probablemente le sabrá dar esos puntos de inflexión necesarios cuando lees un cuento.

Para cuento, mi último viaje a Sevilla. Además de llevar el regalo a Martina, la de los ojos como luceros, el objetivo principal de la excursión a esta maravillosa ciudad fue para participar en su media maratón. Como cuartel general, el hotel Eurostar Regina, donde reservé habitaciones con desayuno a unos precios de hostel, además del garaje incluido inesperadamente. ¿El truco? Pagar por adelantado y con tres meses de antelación.

Flamenco a través de la reja.
Fotografía de Ana Pérez Herrera
La expedición, formada por ocho personas (familiares, compañeros de trabajo y amigos), fue llegando con cuentagotas a Sevilla. Por un lado, un cuarteto: el menda, su esposa, mi compi Ana y su cuñada Nuria, una artesana de las guías turísticas de los lugares que visita (su última creación, para nuestro próximo viaje a Venecia, es un lujo). Por otro, mi compi Mariano y su mujer, Laura, dos periodistas de batalla. Y el tercer grupito, Manu y su hermano Alberto, a los que el trabajo les obligó a llegar a la ciudad que tiene un color especial solo 15 horas antes de la carrera.

Viernes, hora de cenar. Llegamos al bar Santa Marta, en la calle Angostillo, 2. En realidad, la terraza de este establecimiento de comida casera está en una coqueta plaza, donde pudimos degustar un flamenquín XXL muy rico, una de las mejores tortilla de patata que he probado en mucho tiempo, una ensaladilla que no superaba a la que hacemos en casa (según Ana y Nuria) y un sabroso adobo. Por supuesto, todo acompañado con la cerveza de Sevilla, la Cruzcampo (otro día te hablaré de ella). Vuelta al hotel, donde Mati, una amabilísima camarera de habitación, nos regaló varias sonrisas.

La Giralda y la catedral, desde la terraza del hotel EME.
Fotografía de Ana Pérez Herrera
Sábado por la mañana. Desayuno abundante y a lanzarse a recorrer el centro de Sevilla. Día luminoso de invierno, que más parecía una primavera. Yo, en manguita corta al mediodía para no variar. La comida, en el restaurante «La Primera del Puente», en la icónica calle Betis. Este establecimiento, con una de las mejores vistas panorámicas de Sevilla (la Torre del Oro justo enfrente, al alcance de los dedos), lo conocimos mi esposa y yo en nuestro primer viaje a la capital andaluza hace unos añitos. Un empleado del hotel en el que nos alojamos entonces (hotel Ayre, junto a la estación de Santa Justa) nos lo recomendó y acertó. De pleno. Desde entonces, siempre que vamos a Sevilla hacemos al menos una visita a «La Primera del Puente» para degustar raciones [Tiene guasa que un talaverano le haya descubierto el lugar a un sevillano, Álvaro, el padre de Martina].

Nuria, la reina de las guías de turismo artesanas, en el hotel
Eurostar Regina. Fotografía de Ana Pérez Herrera
En la terraza del restaurante, con un sol espléndido, parte de los ocho expedicionarios de Toledo quedamos a comer con Álvaro y Malú, los padres de la pequeña Martina. Después de los postres, mi compañera de ABC Ana Pérez Herrera empezó a hacer fotos como una posesa a la niña, rodeada de las cinco publicaciones de la ilustradora intrépida Mar Azabal, para este cuaderno de viajes. Martina ni rechistó.

Después de la comilona (a 18 euros por barba), paseamos por Sevilla buscando un bar para tomar café. Llegamos hasta las inmediaciones de la catedral, donde echamos la tarde. Allí se incorporaron los hermanos Manu y Alberto, que completaban la expedición llegada de la Ciudad Imperial. A Martina le llegó su hora de irse para casa, con sus cinco cuentos en el canasto (no se si se llama así) de la silla de paseo.

Manu contempla a dos violinistas junto a la Giralda.
Fotografía de Ana Pérez Herrera
Para cenar, y por eso de tomar algo de pasta, descubrimos un restaurante con comida italiana, Pomodoro, en la plaza Alameda de Hércules. Barato. Relación calidad-precio, excelente, aunque siempre hay comensales a los que les gusta montar el numerito. Testigo fuimos de ello.

A la mañana siguiente, desayuno abundante en el hotel muy temprano (7 de la mañana), ya que la carrera comenzaba dos horas más tarde. Y mira que es grande Sevilla y mira que hay hoteles,... pues entre la piña y la pera que me comí saludé a Maite, hermana de mi amigo Rafael Martín, toledano de pro (os ahorro pensar la frase: el mundo es un pañuelo). Ella también había ido a correr la prueba.

Así se hizo la foto a Martina. Con la ayuda de
su padre y de su madre (está sujetando a la niña).
A las 8:15, camino de la línea de salida. Pero como unos deportistas profesionales, nos llevaron en coche (gentileza de mi compañera Ana, siempre dispuesta). De camino, Mariano y Manu (Alberto iba calladito) tuvieron una ocurrencia; más bien una osadía delante de un aficionado taurino como es el menda: vinieron a decir que la plaza de toros de La Maestranza, por fuera, era una birria o que no era para tanto. Opiniones de peso si vienen de Mariano, que dice que ha entrado en varios cosos (¿?); y de Manu, que confesó que había visto en su vida un festejo taurino, y eso fue en... Nambroca. ¡Casi ná!

Minutos antes de comenzar la carrera, junto al parque de Maria Luisa (donde estaba también la meta), guardamos 60 respetuosos segundos de silencio por el pequeño Julen, fallecido a causa de la irresponsabilidad de un ser humano. Del chaval me acordé varias veces durante el recorrido, a él le dedique el esfuerzo. Como periodista, he tenido que escribir en más de una ocasión sobre la muerte de niños en desgraciados accidentes, algo que siempre le entristece al más desalmado (supongo).

Los cuadro mediomaratorianos
Foto de Ana Pérez Herrera
La carrera transcurrió sin sobresaltos, aunque me sorprendió cruzarme con otra vecina de Toledo, empleada en una óptica en la capital de Castilla-La Mancha, a 500 kilómetros de mi casa. Eché en falta animación en la calle, que el público alentara a los corredores durante los 21 kilómetros de la prueba, y algo más que agua en los avituallamientos. Después de haber participado tres veces en la Behovia-San Sebastián, la mejor carrera de España (desde mi humilde punto de vista), el listón está muy alto (y este noviembre volvemos al norte).

Hay que estirar en la plaza de España. Un lujo.
Mariano, fuerte como un torito, llegó el primero de los cuatro. A 300 metros de él, el menda; y luego Alberto y Manu. Recuperados del esfuerzo, regresamos al hotel. Ducha y a comer. No elegimos mal para reponer fuerzas, tanto los cuatro corredores como las cuatro acompañantes. Siguiendo la sugerencia de mi vecino Benito, mesa y mantel en el restaurante del encantador hotel Alfonso XIII, precioso. Nos apuntamos al «brunch» de los domingos: comida buffet, con jamoncito del «güeno», una gran variedad de quesos y embutidos, ensaladas, unos muy buenos langostinos, una carne de ternera excepcional, un pavo jugoso y postres para terminar (entre otras viandas). Todo, regado con cava (zumos y agua, como alternativas; el resto de las bebidas se pagaba aparte). ¿El precio? 50 euros por persona (45, que fue lo que pagamos, con la tarjeta de la cadena, que es gratuita). El personal quedó encantado.

Reponiendo líquidos. Foto de Ana
Pérez Herrera
Tras la comida, unos regresaron a Toledo en coche y otros permanecimos una noche más en Sevilla. Pero antes había que pasar la tarde. Y los cinco que quedamos paseamos por el barrio de Santa Cruz. Íbamos acompañados de Robocop (por su forma de andar después del meritorio esfuerzo que le supuso la carrera; y, por respeto, no voy a desvelar su nombre). Pasito a pasito llegamos al restaurante «El Cordobés», en Santa María la Blanca, 18. Al camarero parecía que le habían regalado el alcohol. No escatimó a la hora de echar ginebra y pacharán para unos seres humanos sedientos.

Entre palmas y alegrías por el efecto de los licores (con Robocop marcando nuestro paso, más propio de una talla de Semana Santa), paramos luego en la terraza del EME Catedral Hotel. Sus vistas a la Giralda y al templo sevillano son majestuosas, te cortan la respiración. Es verdad que las consumiciones no son baratas (un tercio de cerveza, 6 euros), pero, quillo, un día es un día.

En el restaurante del hotel Alfonso XIII
Para abrochar la noche, caminando de regreso al hotel llegamos a la plaza de la Gavidia, donde descubrimos la bodega Dos de Mayo, un establecimiento coqueto, con sus empleados uniformados y un servicio rápido y eficaz. Allí, todos los sábados, la madre de mi compañero de ABC Carlos Hidalgo va con sus amigas, jubiladas, para echar un ratito. Y nosotros lo echamos también. Muy ricas las tapitas que tomamos y las coquinas, ¿verdad, Ana?

Luego a dormir al hotel, un camino de varios cientos de metros que se le hizo duro a Robocop, que aguantó como un campeón.

A la mañana siguiente, a desayunar sin dormirse en los laureles porque tocaba la vuelta a Toledo, adonde había que llegar antes de las cuatro de la tarde (objetivo que cumplimos).

En Sevilla se quedaba Martina, rodeada de los cinco cuentos ilustrados por Mar Azabal. Felices sueños, princesita. Que papá y mamá te guíen por el mundo de fantasía de una niña con zapatillas rojas.





















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