Pompeya: un viaje en el tiempo
Una calle de Pompeya |
El principio de estas líneas se lo dedico a dos hombres, el toledano Victorio y el brasileño Joao, que también viajaban en esos aviones. Con el primero, Victorio, coincidí en la misma fila de asientos a la ida. «Me encanta mi trabajo como auxiliar de enfermería porque ayudo a gente mayor que lo necesita», me confió. Con el segundo, Joao, me senté a su lado en el avión de regreso a Madrid, después de un viaje de dos semanas junto con su mujer por varios países europeos antes de volver a Brasil. «España, Italia y Lisboa me han encantado», resumió este hombre de tez morena.
Sagrario Gutiérrez y Manuela Carmena, en el avión |
Ella, que encabezaba la excursión organizada por José María Ballestero, compagina el cargo político con una pasión, la interpretación, que le ha dado bastantes satisfacciones; como grabar varios anuncios, algunos con un fuerte impacto publicitario. A Sagrario la saludé en la pasarela (finger) para entrar en el avión. En un tiempo récord de menos de dos minutos, me contó cuántas veces había ido a Roma, qué iba a hacer con sus vecinos allí, qué otros miembros de su equipo de Gobierno le acompañaban, el precio del viaje y hasta una curiosidad muy reciente: ha tenido que decir no a participar en un anuncio para el PSOE, para el que fue seleccionada, porque ella es del Partido Popular. «No iba a ser muy ético por mi parte», me explicó mientras nos encaminábamos hacia la puerta de la aeronave.
Cuerpos fosilizados en Pompeya |
Manuela Carmena, quien viajaba en clase Business, iba a Roma para asistir a un encuentro con otros alcaldes y con el papa Francisco para abordar la inmigración, según me contó luego Sara Medialdea, compañera en ABC Madrid. Sagrario Gutiérrez, quien se sentó en clase Turista, iba a la Ciudad Eterna para convertirse en una Cicerone de sus vecinos, si era necesario.
Era 8 de febrero de 2019, viernes. Yo ocupé mi asiento, en la parte trasera del avión, y tuve la enorme suerte de conocer a Victorio. Me cautivó que hablara tan bien de su trabajo en la residencia social asistida San José, en Toledo, después de 41 años en el mismo tajo. Se trata de un centro residencial destinado fundamentalmente a la atención a personas mayores de 60 años. «Yo los lavo completamente, les cambio de ropa, les doy de comer... Me encanta mi trabajo como auxiliar de enfermería porque ayudo a gente que realmente lo necesita». La frase me emocionó porque a Victorio se le iluminaron los ojos. Fue reconfortante ver que alguien disfruta con un trabajo que será muy poco grato para otras personas, mientras que otros privilegiados maldicen el empleo cómodo, y muchas veces muy bien remunerado, que la vida les ha regalado.
En el Babbo's, nuestro restaurante fetiche en Roma |
Sopa de marisco en el Babbo´s. Deliciosa |
«Ahora, en lugar de que los aspirantes se aprendan tantos artículos de la Constitución para las oposiciones, yo obligaría a que superaran unas pruebas de humanidad», reclamaba el bueno de Victorio, «porque, si este trabajo no te gusta, mejor no te dediques a él».
También me contó que comenzó a los 20 años en ese empleo y que siempre agradecerá a su madre, Victoria, de 91 primaveras, que le animara a seguir en la residencia. «Yo quería dejarlo porque ganaba justo la mitad de dinero que con los albañiles», recordaba.
Victorio tiene una alegría que ya transmite desde el primer minuto. Te engancha. Lo salpimienta con anécdotas de todo tipo, incluso culinarias. Porque, además, es cocinero. Desveló que el almuerzo en su trabajo lo prepara él: migas, gachas, conejo al ajillo o patatas al caldero. Lo que se tercie. «En el turno de noche trabajo con tres mujeres y yo soy el que cocino para cenar. Me encanta».
Pompeya |
Lo que le entristece, sin embargo, es ver tristes a los abuelitos de su residencia porque no tienen un familiar que los visite en Navidad o familiares que no quieren llevarse al yayo a casa esos días. «Y yo lo que hago, por divertirles un rato, es ponerme un gorro y gastarles bromas».
También recordó el día que con su amigo Antonio, de Magán, cogieron aceitunas de unos olivos, las aliñaron como dios manda y las repartieron para los abuelos enfermos que había en la residencia. «¡Cómo disfrutaron, la leche!».
Aunque me había levantado a las cuatro y cuarto de la mañana para coger el vuelo a las 8:45 en Madrid, me resistí a quedarme dormido al tener delante a un conversador tan ameno, y tan sabio, como Victorio. Por lo tanto, no pegué ojo en las dos horas y cuarto de vuelo para llegar a Roma.
Pompeya |
A este hombre le quedan tres años para jubilarse y dedicarse más de lleno a las tareas del campo, a las que dedica su tiempo libre. Espero que su alegría por su trabajo deje poso, huella, en la residencia cuando él no esté.
Al llegar al aeropuerto de Fuimicino la Ciudad Eterna, cada uno emprendimos caminos diferentes. Él, con el grupo liderado por la alcaldesa de su pueblo, a un autobús contratado para su viaje organizado; yo, con mi esposa, a un bus de Terravisión (18 euros los dos, ida y vuelta al aeropuerto) que nos llevaría hasta la estación de Termini. Llegábamos a Roma con los sencillos objetivos de pasear por Roma, saludar a viejos amigos, comer en restaurantes que merecen al menos una visita y viajar hasta Pompeya para conocer la ciudad que fue sepultada por el monte Vesubio en el año 79.
Nosotros nos alojamos en el Camplus Guest Roma, a 250 metros de la parada de metro Pietralata y a 7 estaciones de Termini. Un magnífico lugar para descansar (3 noches en habitación doble, con desayuno, 106 euros). Es una residencia de estudiantes pero no es como te la imaginas. Aunque puede que no te lo creas, el silencio reina durante la noche. Las habitaciones son enormes, con colchones muy cómodos, y unas instalaciones espléndidas. Por no hablar del completo desayuno.
Es una estatua que ilustra una realidad en Roma |
Los pompeyanos tenían hasta prostíbulo |
En este viaje, nosotros comimos allí dos veces (y no hubo una tercera porque los domingos cierran por descanso). En la segunda ocasión, coincidimos con la familia de Eloy, alias «cataollas», como le conocen en su pueblo, Méntrida. Juan Carlos López, el párroco de esta tierra toledana de buen vino, les aconsejó que fueran al restaurante de Julio y María. Y salieron muy felices de haber seguido la sugerencia del cura (el clero es asiduo en este local, como ya he podido constatar). Después de pagar, nos despedimos y hasta luego, Lucas.
Pero a Lucas, es decir, a Eloy y familia, los volvimos a ver pocas horas después. Casualidades de la vida. Y el encuentro no pudo ser en un lugar mejor, en un restaurante que mi esposa y yo recomendamos a todo aquel que va a Roma: Babbo´s (Volturno, 13). Lo conocimos hace más de 10 años y repetimos siempre que regresamos a la Ciudad Eterna. Una ciudad muy bella, pero muy sucia (me parto el pecho cuando en Toledo, donde vivo, la gente se queja de la basura en la calle; no han paseado por la capital italiana).
Y también en la Ciudad Eterna hay mucha miseria. Al día siguiente, sábado, me acordé de Victorio cuando caminábamos para cenar en el Babbo´s. En los aledaños de las bocas de metro de la estación Termini hay varios mendigos que duermen abrigados con cartones y mantas, y a los que unos voluntarios cargados con alimentos y bebidas les dan comida caliente. Una de ellas fue el sábado y fui testigo de ello; de repente, tuve un cruce de sentimientos: yo iba a cenar plácidamente a un restaurante mientras unas personas pasaban penurias en la calle. Por un momento, pensé en darme la vuelta, pero solo se quedó en eso, en un pensamiento.
Llegamos al Babbo´s, donde nos encontramos de nuevo con Eloy y allegados. Tanto les gustó que volvieron al día siguiente, como nosotros. Y a mí me entusiasmó tanto un pescado cubierto con patatas laminadas que hice un concurso a través del estado de mi teléfono en WhatsApp. Invitaba a una copa de vino en ese restaurante a quien adivinase qué había debajo de las patatas. Mi colega Natalia Guadamillas estuvo muy cerca al decir bacalao, pero, realmente, era lubina.
Manifestación alrededor del Coliseo |
Llegamos al Babbo´s, donde nos encontramos de nuevo con Eloy y allegados. Tanto les gustó que volvieron al día siguiente, como nosotros. Y a mí me entusiasmó tanto un pescado cubierto con patatas laminadas que hice un concurso a través del estado de mi teléfono en WhatsApp. Invitaba a una copa de vino en ese restaurante a quien adivinase qué había debajo de las patatas. Mi colega Natalia Guadamillas estuvo muy cerca al decir bacalao, pero, realmente, era lubina.
Con María, en el restaurante dei Musei |
En el Babbo´s ya habíamos estado la noche anterior, la del viernes. Sabrina y Flavio, al frente del negocio, nos recibieron como quien recibe al amigo que vuelve después de un tiempo fuera (besos y abrazos efusivos). Como siempre, cenamos de lujo, asesorados también por los camareros Marina (con una sonrisa de oreja a oreja), Dávide y Jorge. No me puedo olvidar de los cocineros Adamo, italiano, y Rubel, un bangladeshí que lleva 15 años viviendo en Italia. Sin ellos, este restaurante no sería el mismo. Por hacer, elaboran hasta las chamberinas romanas, un dulce riquísimo, con las que te obsequian al final de la cena acompañadas de un vino dulce. El precio por comensal suele rondar los 25-30 euros. Y te aseguro que merece la pena pagar eso.
Antes de ir la tercera y última noche al Babbo´s, dedicamos la mañana y la tarde del domingo 10 de febrero a visitar Pompeya. Había visto viajes organizados desde Roma entre 125 y 135 euros por persona, con un autobús que te llevaba hasta el parque arqueológico, además de la entrada, la asistencia de un guía y una comida.
Pero, fiel a mi espíritu, busqué por mi cuenta. Logré comprar billetes de ida y vuelta a Pompeya desde Roma (250 kilómetros cada trayecto por autopista de peaje) a 19,98 euros por persona. La empresa fue Flixbus, que ya había utilizado en otras excursiones por Europa. Solo tuvimos que recorrer tres paradas de metro para llegar a la estación de Tiburtina, donde el bus salía a las 8 de la mañana. El vehículo llevaba incorporado un aseo y, durante el trayecto, me vi obligado a experimentar orinar en un cubículo de reducidas dimensiones. Hubo que sentarse en el urinario porque, de lo contrario, la aventura habría sido tormentosa, desastrosa y poco higiénica. Luego entró otro maromo con pocas luces y meó hasta en el alicatado, como diría mi compañero Mariano Cebrián.
En Pompeya, el conductor del autobús (iban dos, que se relevaron) nos dejó y nos recogió a 20 minutos andando de la entrada al parque arqueológico, lo que ya sabíamos. Pero ese tiempo no fue ningún impedimiento para una persona que puede caminar a paso ligero. Luego la entrada, 15 euros por cabeza, y la comida, ligera: un poco de fruta, algo de pan tostado y otro de semillas (no nos preocupaba, porque cenaríamos en nuestro restaurante fetiche en Roma). Teníamos 3 horas y media para ver Pompeya y no había que perder muchos minutos en ingerir alimentos. Por lo tanto, aprovechamos el tiempo y también el dinero (por 70 euros, los dos hicimos la excursión que, a través de una agencia, nos habría costado 250-270 euros).
Al caso. Pompeya hay que visitarla antes de que uno se muera. Es impresionante, sorprendente, tétrica por momentos, misteriosa en otros y avanzada a su tiempo. Pasear por calles donde un reloj imaginario se detuvo en el año 79 te corta la respiración. Y también te hace reflexionar ver que ya idearon unas grandes piedras en las calles para comunicar unas aceras con otras, con el fin de que la gente no se mojara los pies, bien con la lluvia bien con los restos de basura que lanzaban a la calle. Además, servían para controlar la velocidad de los carros. Como dice mi compañera Ana Pérez, «la cuna de la civilización. Prostíbulos y pasos para peatones. No hemos inventado nada». Incluso las personas con movilidad reducida tienen indicado un itinerario para conocer parte de la ciudad en silla de ruedas. Por tanto, Pelayo, chatín, ya puedes ir a Pompeya en ese maravilloso viaje que has soñado con tu familia por Italia. Duchenne no podrá contigo.
Con Flavio, Sabrina y Marina, en el Babbo's |
Así tendrás la oportunidad de comprobar si es verdad, como dicen, que la población de Herculano es también otra maravilla. Muy próxima a Pompeya, fue cubierta por la lava del Vesubio aquel mismo año. Pero en este viaje no nos dio tiempo a visitar Herculano, por lo que queda pendiente para el siguiente (que no será muy tarde, seguro).
Tras llegar a las siete de la tarde a Roma, paso rapidito por el hotel, duchita y a por la última noche en el Babbo´s. Como ya te dije, coincidimos aquí con Eloy, «el Cataollas», y familia. Creo que tanto ellos como nosotros volvimos a salir satisfechos del restaurante, donde el tiramisú es su postre estrella, desde mi humilde opinión.
Sin embargo, me marché del restaurante sin hablar de lo que habíamos visto el sábado por la mañana junto a nuestro alojamiento: el traslado de un féretro en un coche fúnebre después de que al difunto la familia lo hubiera velado en un piso; una imagen que yo llevo sin ver en España muchísimos años.
Para la vuelta a Madrid, el día 11, fuimos hasta la estación de Termini para subir al autobús que nos llevó al aeropuerto de Fuimicino. Cuando esperábamos para embarcar en el avión, Alberto, un profesor de Historia en Motilla del Palancar (Cuenca), y su pareja, María Ángeles, docente albacetense de Lengua y Literatura en Guadalajara, nos pidieron un bolígrafo. Alberto quería que Rulo, un cantante rockero al que había saludado el día antes en Roma, le firmase un autógrafo, lo que consiguió fácilmente. Rulo no era el único cantante esperando el vuelo a Madrid. A su lado, Dani Martín, el del Canto del Loco, que iba acompañado de su familia.
Sin embargo, me marché del restaurante sin hablar de lo que habíamos visto el sábado por la mañana junto a nuestro alojamiento: el traslado de un féretro en un coche fúnebre después de que al difunto la familia lo hubiera velado en un piso; una imagen que yo llevo sin ver en España muchísimos años.
Trastévere, Roma |
Embarcamos y se sentó a mi derecha un hombre ya mayor, brasileño, con un gran sentido del humor. «¿Dónde dan el curso de camarero?», me preguntó con sorna, después de que el auxiliar de vuelo le llevara un sándwich diez minutos más tarde de dejarle un café americano, que se le había quedado bien frío. Y eso que había pagado 9 euros por el combo (las compañías aéreas deberían meditar ajustar más los elevadísimos precios).
Calle céntrica de la Ciudad Eterna |
Durante la charla, una mujer ya mayorcita no hizo caso a su hija, adolescente, que estaba avergonzada del paso que su progenitora iba a dar. La madre, que estaba en clase Turista, caminó con el teléfono en la mano hacia la clase Business, donde Dani Martín descansaba mirando su tableta. Fue a pedirle que se hiciera una fotografía con ella. Conseguida la hazaña, la madre volvió hacia su asiento enarbolando su trofeo. Por un momento confundí quién era la madre y quién era la adolescente. Necesito a Victorio para que me saque de dudas.
Manolo Aventuras, encantada de haber coincidido en el aeropuerto. Hazaña completada gracias a tu bolígrafo y me aplico el dicho certero de "en casa del herrero, cuchara de palo". Gracias por el artículo que tan bien detalla unos días intensos.
ResponderEliminarFue un placer que el boli compartieran tu chico y Rulo. ¡Guardaré el boli en formol!
EliminarUn placer leer tu aventura, desde mi sitio pude oir la tertulia que compartías con mi paisano Victorio. Yo viajaba dos lugares más adelante.
ResponderEliminarUn saludo desde Guadamur, donde tod@s son bien recibidos, y su visita no les dejará indiferentes.
Dory Neira
Hola, Dory: muchas gracias por tus palabras. La próxima vez, únete a la conversación. Siempre enriquecerá. Abrazos
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