Brexit: toreando para la reina de Inglaterra

Juanito, con una camiseta del Betis, torea con un capotillo delante del Palacio de Buckingham
«This is silly» (esto es absurdo) se podía leer en la pancarta que un joven pelirrojo portaba en la estación de tren de Croydon. Allí esperaba para subir al convoy que le llevaría hasta la estación Victoria de Londres, situada a 17 kilómetros de la ciudad dormitorio de la capital británica. Apenas eran las diez de la mañana del 23 de marzo de 2019. El treinteañero con gafas a lo John Lennon iba a ser uno de los participantes en la histórica manifestación, la segunda en cinco meses, que arrancaría desde Marble Arch, una de las esquinas de Hyde Park, para recorrer las principales calles de la ciudad hasta llegar a Westminster, la sede del Parlamento. Bajo el lema «Put it to the people march» («Ponlo en manos de la gente»), los contrarios a la salida del Reino Unido de la Unión Europea solicitaban un segundo referendo.

Una manifestante tras la marcha contra el brexit. Foto de Abel Martínez
Mientras veía a ese joven pelirrojo me acordaba de nuestros amigos Joe, Karen, Sam y Eli, una familia británica contraria al 'brexit'. Con Karen ya intercambié varios correos cuando la votación salió adelante, y recuerdo cómo me relataba su tristeza por los acontecimientos.

Por momentos, pensé en irme detrás del chico con gafas a lo John Lennon para vivir desde dentro una manifestación histórica, que iba a reunir a miles de personas (hablaron de un millón) según supe después. Sin embargo, había ido a Londres para acompañar a mi colega Juan Antonio y a tres amigos suyos durante su primera, corta aunque intensa, incursión en la capital británica. Y esa responsabilidad de hacer de Cicerone me frenó. El joven pelirrojo se marchó en el tren con destino a la estación Victoria y nosotros esperamos el siguiente para llegar a la estación London Bridge, al oeste de la ciudad.

En el barrio chino
En realidad, este viaje había comenzado el día antes. Después de dejar de madrugada el coche en el aparcamiento del hotel Hilton junto al aeropuerto de Barajas (30 euros, cuatro días), una furgoneta me trasladó hasta la terminal 4. Allí me encontré con Juan Antonio y sus amigos (Jesús y Álex), que habían estacionado en el aparcamiento anexo (43 euros también por cuatro días). El tercer amigo en discordia que no cito lo llamaremos 'X', ya que iba de incógnito para mucha gente. Es mejor no desvelar su identidad por si hubiese algún tipo de represalia, con lo que tampoco aparecerá en ninguna de las fotografías.

Dos del grupo, Jesús y 'X', solo iban a estar dos noches en Londres, hasta el domingo, mientras que el resto de la expedición se quedaría otra más. Por ese motivo, los precios de los vuelos variaron al contratarlos. Volamos con Iberia Express (65 euros cada billete de ida y vuelta para el grupo de tres y 105 cada pasaje para la pareja). En la aeronave, con los asientos muy pegados, me encontré con una grata sorpresa. El periodista Carlos Segura, de Equipo de Investigación (La Sexta), al que no veía desde hacía años, viajaba junto con su pareja para pasar el fin de semana.

Aterrizamos en el aeropuerto de Gatwick, al sur de Londres, sobre las diez de la mañana. Mientras Carlos y su pareja viajaba en el tren exprés hasta el centro de Londres, mi expedición viajó en un tren convencional hasta Croydon, a mitad de camino de la capital británica. En esta población a 25 minutos del aeródromo nos alojamos, concretamente en el hotel Hampton, de la cadena Hilton (habitación triple, tres noches, con desayuno, 240 euros; la doble, dos noches, 150). Se trata de un hotel muy moderno, con un confort muy superior a lo que uno se puede encontrar en Londres, en el que había dormido con mi familia cuatro meses antes. Está a solo dos minutos andando de la estación ferroviaria.

Trileros sobre el puente de Westminster, junto al Big Ben
Desde Croydon bajamos y subimos a la capital británica precisamente en tren durante los días que estuvimos. Como los billetes ya los había adquirido con anterioridad por internet desde España, solo tuve que recogerlos en las máquinas expendedoras. El ahorro económico fue considerable al comprar por anticipado; calculo que cerca de un 40 por ciento. Además, viajar en grupo en Inglaterra tiene premio, no se te olvide.

El viernes ya empezamos fuerte en Londres. La primera parada fue delante del Palacio de Buckingham. Allí, quizá a los ojos de la reina de Inglaterra, que podría estar asomándose tras un visillo, Juan Antonio se remangó (realmente, se quitó el abrigo) y se preparó para dar unos lances toreros. Al igual que los cuatros que le acompañábamos, mi colega es un aficionado taurino y sacó un capotillo para torear delante del edificio de Isabel II. Ante la atónita mirada de los turistas, algunos españoles, toreó de salón, cargando la suerte. Después de los primeros pases, Juan Antonio se vino arriba. Mi admirado Juanito se enfundó la camiseta del Betis que había traído su amigo Álex, un empleado de banca de 33 años, y abrochó con una media verónica unos apretados lances de recibo. Como si, en lugar de un Miura, torease el brexit.

Juan Antonio, con una foto de su querida reina de Inglaterra.
Observen el gesto del vendedor del puesto
Luego continuamos la ruta a pie hacia el Parlamento y el Big Ben, el icono de Londres, que no se puede admirar ahora porque está cubierto de andamios desde 2017 por unas obras de mantenimiento que se prolongarán hasta 2021. Caminamos por el puente de Westminster a la otra orilla del Támesis entre numerosas personas, algunas con más peligro que una caja de bombas. Porque me llamó la atención contar, a plena luz del día, hasta doce grupos de trileros (estafadores callejeros con tres cubiletes y una bola) en apenas 150 metros.

Llegamos al 'Ojo de Londres', la famosísima noria desde la que, aseguran, hay unas vistas fantásticas de la ciudad. ¿El precio del viaje? Unos 30 euros (varían los céntimos si se compra por internet o en taquilla); una cantidad que echó para atrás al resto del grupo finalmente, aunque yo ya había advertido. Luego tres de ellos se entretuvieron en comprar cada uno una gorra de estilo inglés (13 libras) para mimetizarse con el ambiente que iban a vivir horas más tarde.

Juan Antonio, en Trafalgar Square
Piccadilly y el barrio chino fueron otras de las paradas antes de que los cinco nos disgregáramos. Tres, con sus gorras perfectamente caladas, fueron al estadio de Wembley para ver el partido Inglaterra- República Checa, valedero para la Eurocopa 2020. Las 30 libras por barba que pagaron merecieron la pena, según contaron después, porque vieron al equipo británico endosar una manita (cinco goles) a los checos.

A la misma hora, el señorito (yo) y Jesús, un abogado con un gran bagaje académico, íbamos a echar la tarde en el teatro Queen. No obstante, antes pudimos encontrarnos con mi amiga Estela Cuesta, una periodista risueña de Guadalajara que lleva años trabajando en Londres. Ahora escribe para una publicación 'online' sobre alimentación, 'Foodnews', y uno de sus últimos trabajos ha sido sobre su querida Feria Apícola Internacional de Pastrana.

Como teníamos casi una hora de margen, vino a buscarnos a la puerta del teatro después de salir del trabajo. Ella iba a asistir a un concierto de Kirk Fletcher en una sala cercana. Allí había quedado con su novio, Igor, que trabaja para una empresa de efectos especiales que ya ha ganado algún Óscar. El objetivo, por tanto, era llegar al lugar de la actuación musical, que iba a comenzar media hora antes que nuestro espectáculo en el Queen.

Pero no fue una meta fácil. Gracias al Google Maps, los tres nos perdimos por las callejuelas en el barrio del Soho. Eso sí, bendita desorientación, porque Estela nos enseñó el interior de la maravillosa güisquería 'Milroys', abierta en 1964 en el número 3 de la calle Greek. Tiene un pasadizo que te lleva a una planta inferior. Para ello, tienes que empujar una estantería de libros que es una pasada. No dejes de visitarlo. Ya beber es otra cosa. Es cierto que anuncian que venden el güisqui más viejo de Londres, pero el precio no es el más bajo: a 10 libras el trago más barato, según Estela.

'Sound of the universe', tienda para los amantes de los vinilos
Con ella también descubrimos la tienda 'Sound of the universe', en el número 7 de la calle Broadwick. Es un templo para los amantes de los discos de vinilo, que se acumulan a millares en las dos plantas del negocio.

No muy lejos de allí llegamos a la calle Peter, donde hay unas tiendas en las que diseñadores de ropa y complementos presentan sus últimas colecciones. La gente hace cola, largas colas en ocasiones, para ver y comprar. Sorprendente.

Después de que Estela encontrara la sala del concierto, Jesús y servidor regresamos al teatro para disfrutar con el musical Los Miserables (60 libras la entrada). Tercera ocasión que lo gozaba y salí encantado nuevamente, como el abogado. Mi sugerencia, por tanto, es que no puedes dejar de ir a verlo cuando vayas a Londres.

Mi reino por una fotografía con el puente de la Torre
Desde Wembley, después del encuentro de fútbol, mi Juanito, Álex y el señor 'X' llegaron en tren sin contratiempos hasta Croydon (dos transbordos), a 25 kilómetros de distancia. Jesús y el menda, sin embargo, bajamos a pie hasta la estación Victoria para volver en un tren a Croydon.

La segunda jornada en Londres arrancó con el encuentro en la estación del tren con ese joven pelirrojo que iba camino de la manifestación en contra del brexit. Mi grupo, sin embargo, se dirigió en un convoy hacia el puente de la Torre, la famosa estructura atirantada de color azul que es otro emblema de la capital. Pero el programa que había trazado se me vino abajo más tarde. Tras cruzar el puente y pasar a lo largo de la Torre de Londres, llegamos al embarcadero que está a unos metros. Juan Antonio y sus tres amigos decidieron en ese momento que se subían en un barquito para ir hasta Greenwich (15 libras ida y vuelta) para ver la representación del meridiano cero.

Una cabina roja, el mejor decorado
Como ya lo estuve allí durante unas vacaciones para asistir a los Juegos Olímpicos de Londres en 2012, opté por quedarme paseando por los alrededores de la torre de Londres y descansar en los agradables jardines Trinity, donde no pude evitar echar una cabezadita. Desde allí me encaminé luego a la iglesia de St Olave, del siglo XI, que se libró del Gran Incendio de Londres, un desastre que devastó la ciudad en septiembre de 1666.

También recorrí el mercado techado de Leadenhall, uno de los más bellos y antiguos de la ciudad, ya que data del siglo XIV. Y aproveché para entrar en uno de los miles de supermercados que te encuentras en Londres para comprar una cerveza y tomarla luego con el sol calentándome la cara.

De vuelta a los jardines Trinity para disfrutar de la birra (la italiana Moretti), pasé por debajo del edificio Sky Garden. Es un rascacielos con un restaurante en su última planta, donde también hay una terraza que goza de una de las mejores panorámicas de la capital y a la que se puede acceder previa reserva. Fue mi paisano Abel Martínez quien, días antes, me habló de las vistas desde este inmueble. Pero ya era demasiado tarde, no había plazas, cuando quise reservar una visita desde España por internet.

Pasadizo secreto en la güisquería Milroys
Precisamente, estando debajo del Sky Garden, me acordé de que mi paisano y su esposa deberían de estar a esa hora dentro del edificio. Le telefoneé pero no hubo suerte. Sin embargo, después de tomarme mi cerveza en los jardines con una bolsa de patatas fritas y dos bocadillos, sí contacté con él. Abel ya estaba moviéndose por los alrededores de la Torre de Londres, y allí que nos encontramos para saludarlos.

Esperé con ellos a que mi grupo de intrépidos aventureros capitaneados por el señor 'X' regresara de su viaje a Greenwich. Mientras tomaba un café con la pareja de paisanos, mis colegas se fueron a comer y Juanito aprovechó para comprar una fotografía de su querida reina de Inglaterra. El propósito del guasón era enmarcar la imagen de su graciosa majestad y ponerla en la cabecera de su cama para besarla por las noches antes de irse a dormir, o por la mañana nada más levantarse. [Yoy doy fe de que lo ha hecho, hay testimonio gráfico].

Reagrupados, fuimos caminando hacia Covent Garden, un lugar donde te vas a entretener de lo lindo. Ya muy cerca de este barrio tan animado, nos encontramos de bruces con Casa Manolo, en el número 99 de la calle Strand, que cuenta con varias tiendas repartidas por Londres. El personal se vino arriba con unas cervezas Mahou, unos vinos y un plato de jamón de Guijuelo, todo servido por Miguel. La cuenta: 61 libras (resérvate el comentario).

Álex, con Trafalgar Square detrás
Después de pasear por Convent Garden ya con la luz de las farolas, enfilamos la vuelta a la estación Victoria para regresar a Croydon en tren. Aprovechamos el trayecto en el convoy para que Jesús y el señor 'X' dieran de alta a los tres miembros del grupo que todavía no se habían dejado atrapar por las redes de Instagram.

En Croydon nos esperaba una cena en el restaurante Galicia, viejo conocido de servidor, donde se come de lujo. Cuando llegamos a las 21:30, el señor 'X' expresó, en pocas palabras, la magia de este negocio: 'Se escucha a la gente hablar alto y el tintineo de los platos. ¡Como en España!'. El grupo salió muy satisfecho con las magníficas raciones y los dulces postres que comimos, aunque a algunos se les quitó las ganas de irse de parranda cuando descubrieron en qué consisten los combinados de alcohol, cortos y caros, en el Reino Unido. Por tanto, vuelta al hotel y a dormir para estar presentable el tercer día.

Gente hace cola para comprar en
tiendas de diseñadores en la calle Peter
Álex, un tipo que todavía duerme con camiseta de la marca Abanderado, se despertó a la mañana siguiente con una frase lapidaria: «¡Da gusto levantarse así de fresco, sin resaca!». Tras el desayuno, tren hasta Londres y a patear otra vez. Fuimos al Museo Británico y luego en taxi a Camden Town, un barrio famoso por su mercado, un laberinto de tiendas de moda y curiosidades, además de puestos para comer, que levanta junto a un paraje muy bello, el canal de Regent. Tanto en el museo como en Camden, gente, gente y gente. Y mis acompañantes sacaron una conclusión que no es moco de pavo: si quieres comprar recuerdos, hazlo en Camden Town, nunca en las tiendas que rodean el Museo Británico. La diferencia de precio puede ser casi del doble.

Desde el barrio más alternativo, llegó el momento de romper el grupo. El señor 'X' y Jesús tomaron otro taxi para ir a la estación de Pancras, a diez minutos. Allí subieron a un tren que les llevó a Croydon para recoger el equipaje en el hotel. Luego otro convoy los dejó en el aeropuerto de Gatwick. Tocaba volver a España.

A Juan Antonio y Álex, en cambio, los convencí para ir al centro en metro. Yo llevaba mi 'Oyster' (una tarjeta individual de transporte con la que pagas una cantidad tope cada día, lo que te permite viajar todo lo que quieras). El viaje me costó 2,40 libras. Mis colegas, sin embargo, prefieron pagar el billete (5 libras por cabeza) en lugar de emplear una tarjeta bancaria de contacto, que funciona igualmente que una 'Oyster'.

Un helicóptero sanitario aterriza junto a la catedral de San Paul
Ya por las inmediaciones de Covent Garden, Juanito y Álex decidieron que era el momento de ir una discoteca. Estaban deseosos. A servidor le tocó, por tanto, tirar de agenda y mi querida amiga Estela, aconsejada por su novio, nos recomendó Zoo Bar & Club (Leicester Square, 13-17 de la calle Bear). Antes de entrar, una joven me sugirió que dijéramos al vigilante que íbamos al 'Mammoth', en la planta baja del local. Se trata de un intercambio para la gente que quiere practicar idiomas mientras suena música pegadiza y se toma alguna consumición. Así nos ahorramos las cinco libras de la entrada. Además, algunas bebidas eran a mitad de precio hasta las 21:00 (a 2,4 libras el tercio de cerveza es un regalo en el centro de Londres). Y así echamos un rato hasta que el hambre llamó a la puerta, lo que saciamos en la hamburguesería que Five Guys tiene junto a Piccadilly Circus. Esta firma de comida rápida se hizo mundialmente famosa porque se difundió el bulo de que era la favorita del expresidente norteamericano Obama. Una hamburguesa por 15 libras (yo me abstuve) y vuelta a Croydon para dormir.

Durmiendo la siesta con vista a La Torre de Londres
Nuestro cuarto y último día arrancó con un paseo por el tranquilo barrio de las embajadas, al sur de Hyde Park, donde España ocupa dos espléndidos edificios muy señoriales, según vimos desde la calle. A pie continuamos hacia la embajada de Ecuador, en cuyas inmediaciones sigue gente acampada en apoyo de Julian Assange, un periodista australiano que se ha hecho célebre por ser el fundador del sitio web Wikileaks. Desde las ventanas de la sede diplomática, Assange seguramente puede ver una de las fachadas de los vecinos almacenes Harrods, a donde te aconsejo que pases aunque no compres. Te podrás entretener un buen rato viendo precios desorbitados (no te avanzo ninguno, prefiero que sea una sorpresa).

Jesús, con el puente de La Torre al fondo
De Harrods continuamos hacia el Museo de Victoria y Alberto. Aunque había pasado varias veces por la puerta en otras ocasiones, nunca había tenido la oportunidad de entrar. Esta vez, en cambio, lo hice. Y me sorprendió gratamente. ¡Qué colección de copias de obras de arte hechas en yeso! El David de Miguel Ángel o la columna de Trajano, por ejemplo.

Cuando salimos, ya era la hora del aperitivo. Como es una tradición española que Juanito y Álex no podían pasar por alto aunque fuese lunes, pues paramos en el cercano Casa Brindisa, un bar de tapas español que a mí no me resultó barato (y eso que no tomé nada, solo miré con los rayos de sol dándome en la cara). Repuestos, enfilamos hacia el mágico Museo de Historia Natural, situado en un encantador edificio que me recuerda a la serie de Harry Potter. Si vas con niños, no te lo pierdas. Y, si eres adulto, tampoco.

Interior del Museo Británico
A la salida, una propuesta me cogió con el pie cambiado. Mis dos compañeros hablaron de ir hasta el estadio de Chelsea, a más de media hora andando. Podía haberme quedado tomando el sol esperando su vuelta, pero no quería sobresaltos de última hora (había que ir al aeropuerto) y acepté acompañarlos.

Llegamos al campo de fútbol, que es muy feo desde fuera y que parece como metido con calzador entre las edificaciones que lo rodean. Unas fotos, y vuelta a la estación Victoria en metro. Yo, con mi 'Oyster'; Juanito y Álex, esta vez sí, utilizaron sendas tarjetas bancarias de contacto. Realmente, yo presté la mía al segundo, el empleado de banca, porque la suya la tenía desactivada (y eso que avisé antes del viaje).

Regresamos a Croydon, cogimos las maletas en el hotel y llegamos al aeropuerto de Gatwick con el tiempo justo. Vuelta a España en otro avión de Iberia Express no apto para personas altas o corpulentas debido a la estrechez de los asientos.

Antes de despegar, me despedí por teléfono de mi querida colega Beatriz Romero, que trabaja en Londres para la Agencia Europea del Medicamento. Me contó que, tres días más tarde, ella viajaría a Ámsterdam para buscar piso porque esta organización cambia su sede a la ciudad holandesa debido al brexit.

Entretanto, en la capital inglesa dejamos resonando los ecos de los millones de británicos que están en contra del brexit. Deseo, de corazón, que finalmente sus autoridades recapaciten. De lo contrario, todos perderíamos mucho, ¿verdad, Karen?






 



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