Las Palmas, un carnaval que hechiza

Marcela, Ana, Nuria, Manolo y un amigo de Juego de Tronos
Encontrar similitudes entre el carnaval de Las Palmas de Gran Canaria y el de Venecia es una tarea muy complicada. Seguro que llevaría muchas horas de ardua investigación para hallarlas. Y, probablemente, habría que contratar una compañía de  estudios demoscópicos para que nos arrojaran luz sobre este asunto. Porque ni los trajes, ni el diseño urbanístico, ni la manera de celebrar el carnaval se asemejan. Si acaso, el sol podría ser un denominador común; un elemento que, tanto en Las Palmas como en Venecia, jugará siempre a tu favor, nunca en contra.

Preparativos para el desfile
Catorce días después de haber paseado un traje de época por las calles de la bella ciudad de los canales, tuve la suerte de volver a subir en una carroza en la capital grancanaria para divertirme durante siete horas recorriendo algunas de sus arterias principales.

En la primera ocasión, hace un año, me acompañó mi entrañable colega Juan Antonio Pérez, un periodista al que las cifras le chiflan, lo que se nota en muchas de sus trabajadas informaciones. Sin embargo, para mi segundo viaje al carnaval canario me rodeé del mismo equipo que causó admiración en La Serenísima dos semanas antes: mi esposa, Marcela, y dos amigas, Ana y Nuria, autoras de los trajes de Power Rangers con los que nos íbamos a disfrazar. Una estupenda plantilla para ir de fiesta sin gastar mucho dinero, claro.

La primera satisfacción fue ir y volver desde Madrid a Las Palmas, en un viaje exprés de 44 horas en fin de semana, por solo 47 euros. Es decir, a 0,019 céntimos de euros el kilómetro recorrido ¡Como te lo cuento! Sí, ya sé, es cierto que reservé con una antelación de once meses. ¿Y? La apuesta salió redonda. Yo solo arriesgo en viajes, nada de juegos de azar, que se pierde mucho y se gana muy poco. Como te digo a menudo, no invierto en Bolsa, sino en aventuras: te aseguro que siempre salgo ganando.

Es verdad que, a veces, debes soportar algunas incomodidades, como los asientos de algunos aviones de Iberia Express, compañía con la que volamos. En la aeronave que nos llevó hasta Gran Canaria el viernes 8 de marzo, el espacio entre asientos era casi para liliputienses. Íbamos como sardinas en lata. Aunque peor lo tuvo Ana. El asiento que tenía justo delante estaba roto, por lo que la butaca estuvo vencida hacia atrás todo el viaje, incluso para el despegue y el aterrizaje, algo inexplicable. Se lo comenté a un auxiliar de vuelo pero, chico, como si oyes llover. En este momento me acordé de mi prima María Jesús, que confía mucho en Iberia. [Chus, si lees esto, recuerda: era un avión con poco espacio, asientos poco confortables y, en algunos casos, averiados. Reza para que tengamos más suerte cuando viajemos a Verona].

Con nuestro disfraces de Power Rangers,
confeccionados por Ana y Nuria
Eso sí, el cierre de las puertas del avión fue puntual, a las 20:40. Una buena hora para cenar. Esperamos a que el pájaro levantara el vuelo y se estabilizara para seguir con el plan. Minutos más tarde, el equipo desplegó unas viandas que quitaban el sentido. Sobre todo ese jamoncito de cebo resudadito y envasado al vacío con el que Nalio, un policía nacional ya jubilado, nos obsequió unos días antes. Para acompañar, nada mejor que unos picos de pan y un buen maridaje con cerveza comprada en el aeropuerto, ya que no se puede pasar bebidas por el control de seguridad. La idea había partido de Ana y fue muy acertada, porque 'la rubia' salía mucho más cara dentro del avión (otro día te contaré, por si no lo sabes, los precios desorbitados de la comida y de la bebida que venden en las aeronaves). Además del jamón curado resudadito, nos habíamos aprovisionado de bocadillos hechos en casa y hasta de chocolate negro para el postre. Por tanto, una cenita suculenta a 10.500 metros de altura.

Llegamos sin novedad a Gran Canaria, donde aterrizamos a las 22:15. Allí nos esperaba Santiago, el conductor que nos llevaría hasta nuestro apartamento en Las Palmas. Que yo recuerde, era la segunda vez que montaba en un Mercedes de alta gama (48 euros, ida y vuelta, a través de Ziptransfers). El señor nos recibió con una sonrisa, a pesar de que tuvo que esperarnos 45 minutos por la demora al recoger las maletas de mano, que viajaron en la bodega por la falta de espacio en la cabina.

En 25 minutos estábamos en la puerta del apartamento (126 euros, dos noches), al que se accedía por medio de un código y al que no le faltaba de nada. Bien situado y muy amplio, pudimos luego desde allí dar un paseo hasta la maravillosa playa de Las Canteras y recorrer una parte de su magnífico paseo marítimo antes de ir a dormir. Atravesamos la plaza de Santa Catalina, el corazón del carnaval en Las Palmas, y visitamos otro escenario situado a muy poca distancia. Mucha gente en la calle. También nos llamó la atención la gran cantidad de policías nacionales y locales, varios de ellos con material antidisturbio, controlando las zonas de diversión.

A la mañana siguiente, realizamos una compra para el desayuno en las tiendas de los alrededores. Entramos en una de las cientos de cafeterías que te puedes encontrar en la capital (hay tantas como setas en la época de recolección) y también en una tienda regentada por un oriental. Con todo, renovamos fuerzas en el apartamento y salimos otra vez a la calle, ahora para ir hasta el coqueto Mercado Central, en la calle Galicia, donde hicimos unas compras para los bocadillos del día siguiente. Christopher, de la frutería Antonio Armas (más de 40 años dedicado al negocio), no tuvo inconveniente en explicarlos lo que era un tuno indio, procedente de la tunera aunque en Gran Canaria también la conocen como chumbera, penquera o topete. Para que nos fuéramos con un mejor sabor, hasta nos peló un tuno indio amablemente. Pruébalo porque te sorprenderá.

Con Christopher en el Mercado Central

Me gusta pasear los mercados cuando viajo. Son lugares que encierran el pasado de las ciudades, de los pueblos; lugares que tienen un encanto especial, que encierran historias de autónomos aguerridos y donde puedes encontrar, como en el Mercado Central de Las Palmas, a carniceros disfrazados con sombreros y pañuelos rojos al cuello, al más puro estilo de 'cowboy', mientras te cortan una pieza en filetes.

Con las viandas necesarias para el vuelo de vuelta (la previsión es muy importante en mis viajes), regresamos al apartamento para comenzar con los preparativos del desfile de carnaval, nuestro objetivo en esta aventura, que iba a comenzar a las 17:00 horas.

Lo que más tiempo nos llevó fue maquillarnos la cara con unos motivos acordes con nuestros trajes artesanos de Power Rangers. Menos mal que, además de una fotógrafa profesional (Ana), en el grupo había una delineante, Nuria. Curioso fue verla estirar las piernas para adoptar la posición más cómoda que le permitiera pintarnos. Me recordó, porque soy taurino, a los diestros cuando realizan los ayudados por bajo [mira en internet para que te hagas una idea de la postura]. Finalmente, en la paciente operación de maquillaje Nuria, auxiliada por Ana, invirtió más de una hora y media.

Ya listos, sobre la una y media de la tarde salimos a la calle camino de nuestra próxima parada: el restaurante Amigo Camilo. Aquí, en la zona conocida como La Puntilla, puedes degustar pescado del día a unos precios bajos, desde mi punto de vista. Comimos muy bien por 12 euros cada uno en un lugar donde la brisa del mar te acaricia la cara mientras escuchas el arrullo de las olas. Te recomiendo que vayas a mediodía, porque el pescado se va acabando y a la noche sirven lo que va quedando.

Con tiempo suficiente para llegar al desfile del carnaval, encaminamos a pie los más de dos kilómetros que nos separaba de la salida, en La Isleta. Después de seis ediciones, recuperaba su tradicional recorrido para atravesar la ciudad con rumbo a San Telmo, donde estaba el final.

Había que estar en la salida a las 16:30 y llegamos puntuales, como casi siempre. Fuimos viendo carrozas (tráileres de dos plantas, acondicionados como discoteca móviles, a los que no les falta un baño para hombres y otro para mujeres) y alcanzamos la nuestra, la número 46. Un médico, Cristian, y mi amiga Pilar, ambos residentes en la capital, habían sido nuestros intermediarios para inscribirnos.

Por 70 euros cada uno, disfrutamos de lo lindo y bebimos un poquito, pero solo un poquito, durante siete horas. Bailamos apiñados al rico son canario y conocimos a mucha gente. Nuria, una excelente relaciones públicas, fue nuestro ariete para romper el hielo con el personal. Así, pudimos conocer a Assia y Carima, a Iván, un docente canario; y a Abel, un taxista de Barcelona que se ofreció a enseñarnos la Ciudad Condal cuando mi mujer y yo vayamos en abril. Todos iban vestidos de azul con trabajados fruteros sobre sus cabezas.

Mónica, una bruja que cedió su sombrero picudo para que Nuria se luciera, me contó que su hermano conducía la carroza sobre la que nos divertíamos. Y al lado Tomás (Tomy para los amigos) era una de las piñas con las que compartimos las croquetas, las tortillas, los bocadillos y las 'tortitas de carnaval' que comimos. Y creo que Tomás fue el que luego me dijo que no conocía a los personajes de Power Rangers porque se había criado en la calle (probablemente, aprendió mucho más que delante de la televisión).

También conocimos a Ada, una simpática chica de padre canadiense y de madre dominicana, con la que Nuria se echó un baile casi, casi de contorsionista. Ada iba acompañada de su novio (perdona, pero no recordamos tu nombre), hermano de uno de los dos divertidísimos 'mama chicho' que se mezclaron con nosotros.

Una mujer, miembro de un grupo folclórico, descansa
después de una actuación
Y fuimos testigos de un milagro: cómo la diversión y la música pudieron conseguir que un tipo con muletas, que se sentaba sobre una silla de campin  al comienzo del desfile, no parase luego de moverse a pesar de un esguince en una rodilla. El joven, de 23 años, contó a Marcela que él había descartado ir a la cabalgata debido a la lesión. Pero los dos amigos que le acompañaban se las ingeniaron para que estuviera finalmente. Uno de ellos, disfrazado de personaje de Juego de Tronos, era un argentino informático y el otro, vestido de tirolés, se marchaba en pocos días a trabajar al norte de Europa.

Después de siete horas de diversión, llegamos al final de la ruta, a la zona de San Telmo. Si hubiéramos tenido una discoteca o un chiringuito con música nada más bajarnos de nuestra carroza, habríamos seguido la fiesta. Pero sucede como en el deporte: cuando te enfrías, te vienes abajo. Y así nos pasó. Subimos a una guagua para llegar al apartamento, y hasta la mañana siguiente.

Con Isaac Mayordomo Exojo, en el centro.
Fotografía de A. Pérez Herrera
Con más hambre que los pavos de Manolo, nos levantamos el domingo para buscar una churrería. Y la encontramos a 150 metros. Compramos churros y nos pusimos como el Quico en el apartamento. Ya con el estómago lleno, tocó recoger y dejar las maletas listas antes de salir a dar una vueltecita por el casco viejo de Las Palmas, siempre sugerente, ya que nuestro avión no despegaba hasta las 7 de la tarde.

Marcela paró en un puesto para comprar unos chulísimos pendientes, realizados con alas de mariposas disecadas, que el artesano Isaac Mayordomo Exojo vende los domingos en la plaza del Pilar Nuevo, junto a la Casa de Colón. Este hombre me dijo una frase que me hizo reflexionar sobre lo afortunado que soy por el trabajo que tengo: "Con 40 años ya eres un despojo para una empresa". Se refería a que él, que había trabajado en el sector de las aseguradoras, tuvo que reiventarse como autónomo y puso en marcha este proyecto, que incluye la venta de perlas cultivas en agua dulce. Y lo hizo nada menos que a 1.700 kilómetros de su tierra natal, Pedro Muñoz (Ciudad Real). Casualidades de la vida, vecinos y amigos nuestros, paisanos de Isaac, le reconocieron cuando les enviamos una fotografía en la que aparecíamos con él.

Delante de la catedral de Las Palmas
Después de escuchar a un grupo folclórico local en esa misma plaza, comimos en la terraza del restaurante El Deseo (nada que destacar) y regresamos al apartamento. Minutos más tarde, un amable conductor, Luis Miguel, nos recogió puntual en una furgoneta Mercedes para llevarnos al aeropuerto dos horas y media antes del despegue del vuelo. "Nací el mismo día que el cantante mexicano, el 19 de abril de 1970", nos confesó el afable chófer.

Y volamos a Madrid según el horario establecido, pero aterrizamos con veinte minutos de retraso, alrededor de las once de la noche, debido a la demora causada por las obras en una de las pistas de aterrizaje del aeropuerto. Recogimos luego el coche cómodamente en el aparcamiento donde lo habíamos dejado, junto a la terminal 4, y para casa. Por los 34,20 euros que pagamos, ya te digo que merece la pena cuando regresas de noche y tienes luego por delante una hora de viaje hasta que te acuestas en tu cama.

¿Que si volvería al desfile de Las Palmas? Ya estoy pensando en el disfraz para la cabalgata del carnaval de Maspalomas, al sur de la isla, el 14 de marzo de 2020, sábado. No sé si te he contestado. Si quieres apuntarte a la aventura, avísame.


Atardecer desde el avión de vuelta a Madrid. A la izquierda, el Teide


















Comentarios

  1. Todo un placer conocer gente tan amable y con ganas de disfrutar el co ntacto con la tierra. GRACIAS MANOLO

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  2. De nada, desconocido o desconocida. Siempre que vuelvo a Las Palmas regreso luego a Toledo con las pilas bien cargadas.

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  3. Un divertidísimo viaje en muy buena compañía. Gracias por la experiencia!

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  4. Gracias a ti por pintarnos tan bien y presentarnos a tantísima gente. ¿Próxima parada?

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  5. Conozco a Isaac desde que éramos unos críos. Me ha encantado verle en la foto, está igual que hace 30 años. Buena gente Isaac¡¡

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