El libro de Pilar

Alojamiento en Cañamares
La llamada de mi tía Concha trastocó las primeras líneas con las que iba a comenzar este viaje. Me telefoneó para decirme que a Pilar le había llegado el libro que le mandé unos días antes. Me contó también que Pilar se había emocionado al ver la carátula y mi nombre en «Los que nunca se rinden», mi primer y, quizá, único recopilatorio de los últimos reportajes «con alma» que he publicado.

Pilar está sumida en un mar de tristeza debido a la temprana muerte de su único hijo y mi Concha, que está en todo, me había dicho que le enviase el libro para levantarle el ánimo. No sé si se habrá conseguido lo que mi tía pretendía, porque los dolores del alma se solucionan de otra manera, pero se ha intentado al menos.

La llamada de Concha se produjo mientras yo estaba colgado de un puente tibetano en una vía ferrata en las inmediaciones de Priego (Cuenca) el 31 de mayo, Día de Castilla-La Mancha. Por seguridad, no cogí el telefóno móvil, que estaba bien guardado en la mochila, y contesté una vez culminé la emocionante travesía.

Por el canal del embalse
De repente, me acordé de que, el mismo día que le envié el libro, me escribieron de mi editorial para ofrecerme firmar ejemplares en la Feria del Libro de Madrid, nada más y nada menos. Y también se me vino a la memoria que unas horas antes, nada más llegar a nuestro alojamiento en Cañamares, había firmado el libro «Los que nunca se rinden» a mi compañero de escalada, José Luis, que lo había comprado el día de la presentación, el 12 de septiembre, hace más de siete meses. Como dice el refrán, no hay dos sin tres.

Pero, antes de continuar, no sé si conoces qué es una vía ferrata. Por si no lo sabes, te lo explico y te ahorro así que mires Wikipedia. Se trata de un itinerario vertical y horizontal equipado con diverso material (clavos, grapas, presas, pasamanos, cadenas, puentes colgantes y hasta tirolinas), lo que te permite llegar con seguridad a zonas de difícil acceso. Eso sí, debes ir enganchado a un cable de acero que recorre toda la vía gracias a un arnés provisto de un disipador de energía y mosquetones que te aseguran en caso de una caída.

¿Un perro o un mono? En la hoz de Tragavivos
A la zona de Priego fui con miembros del club de montañismo OJE de Torrijos. Nos alojamos en las cabañas Fuente del Arca, en Cañamares. Son de madera, con una capacidad hasta cinco personas (por lo menos en la que nosotros estuvimos), y no les falta de nada. Por tener, estas cabañas tienen hasta lavadora, wifi y unas espléndidas instalaciones para hacer barbacoas que aprovechamos para cenar. Y todo por 20 euros por cabeza y día.

Hice tres de las cinco vías ferratas programadas, porque uno conoce sus límites y debe saber hasta dónde puede llegar sin perjudicar a los demás. No sé si sabes que la dificultad de estos itinerarios se divide en seis niveles (de k1 a k6), y yo no me quedé en vías de k3. El siguiente nivel requiere una preparación técnica y fuerza que no tengo, por lo que opté por quedarme en tierra, ya que tampoco llevábamos a mano cuerdas para realizar un rescate en caso de necesidad.

Entrada al hotel Caserío de
Vadillos, en Puente de Vadillos
Un matamoscas
abandonado
Recorrer vías ferratas es vencer al vértigo, que yo lo tenía (y mucho), y disfrutar de la naturaleza de otra manera. Eso sí, no me cansaré de repetir que hay que estar federado e ir acompañado de gente que sabe (en mi caso, iba pertrechado por Mariano y José Luis, dos experimentados escaladores, que tienen sus techos en más de 6.000 y 7.000 metros, respectivamente). Al grupo también se unió un inexperto en vías ferratas. Mauri, sin embargo, se batió el cobre y realizó un máster en tres días: pasó los cinco itinerarios programados con sobresaliente.

Sorprendido me dejó también la quinta del grupo, Sacra, que culminó las tres mismas vías ferratas que yo. Aunque, seguramente, habría terminado alguna de las dos más complicadas si las dudas no nos hubieran surgido.

Como una salamanquesa
Esas dudas, sin embargo, quedaron disipadas a la hora de comer. Los restaurantes del hostal Amador, en Puente de Vadillos, y del hotel Fuertescusa, en la pequeña población del mismo nombre, salimos encantados de haber entrado. Son dos establecimientos recomendables, con comida casera y donde da gusto que te atiendan con amabilidad, y encima se encuentra a los pies de sendas vías ferratas. No se puede pedir más.

Para terminar el largo fin de semana, nos adentramos en el precioso embalse del Molino de Chincha, en Vadillos. Realmente, fuimos más allá. Recorrimos a pie, sobre sus pretiles, parte del canal del pantano a lo largo de la maravillosa hoz de Tragavivos, en la que pudimos observar parejas de buitres. Fueron varios kilómetros de emociones, ya que, durante muchos momentos, algunos de los paseantes tuvimos que ir caminando como si fuéramos Chiquito de la Calzada, dada la dificultad de los tramos. Pero la cosa se olvidó mientras comíamos unas judías, de primero, y unas albóndigas, después, en el restaurante del hostal Amador. Habrá que volver para vivir la misma experiencia (de comer, claro).








 







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