El Brujo, el puto amo de las tablas

Cartel de la actuación
Rafael Álvarez, 'el Brujo', debería ser inmortal. Será inmortal. Lo descubrí en 1989 en la serie de televisión 'Juncal', donde interpretaba a 'Búfalo', un limpiabotas. Desde entonces, mi admiración por este actor ha ido en aumento. Su forma de interpretar es un género teatral por sí solo, como dice mi lingüista de cabecera, Antonio Illán Illán, aunque haya personas que no le cojan el aire a Rafael.

'El Brujo' es el monologuista de los escritores clásicos. Hace muy fácil lo difícil. Sus historias parecen ejercicios de improvisación, pero él sabe engañar muy bien. No es improvisación todo lo que parece. Ni siquiera sus 'morcillas' sobre la más rabiosa actualidad para hacer guiños al público. Porque 'el Brujo' es puro teatro. De él podrían aprender Dani Rovira, un tal David Broncano o J. J. Vaquero.

Reivindico desde aquí la figura de Rafael en las escuelas y en los institutos. Sustituir los libros por una actuación del Brujo de una hora y media (o algo menos para no cansar). Porque él en sí mismo es una clase magistral. Es el punto amo de las tablas. Por eso los clásicos le aplauden todas las noches que 'el Brujo' se sube a un escenario.

Piscina del parador de Manzanares
Todavía me estoy riendo, y reflexionando también, después de admirar su actuación en el Festival de Teatro Clásico de Almagro el viernes 26 de julio. Fue en la Antigua Universidad Renacentista (Aurea), donde Rafael cerró sus tres actuaciones en este bello pueblo ciudadrealeño. Con este primo hermano de Einstein, por sus alborotados pelos canosos, llegué casi a llorar de la risa. La comicidad del Brujo es impresionante. Pero, ojo, que nadie se confunda. Él puede hacerte pasar de la carcajada al llanto en un suspiro. Porque sabe meterte por el oído y por los ojos versos de Shakespeare y Cervantes, de santa Teresa de Jesús y de fray Luis de León; y te compara al Caballero de Olmedo de Lope de Vega con el Don Juan Tenorio de Zorrilla dibujándote una sonrisa. No se puede ser más didáctico para enseñar los clásicos. Es un dios de la docencia.

Almagro
Esa penúltima lección magistral la dio, como decía, en Almagro. En 'Dos tablas y una pasión'. Fue una actuación de Lope (así se decía en la época del escritor, según explicó el propio Brujo, cuando una representación era brillante, aunque no fuera del 'fénix de los ingenios').

Para aguantar la travesía desde Toledo hasta Almagro (apenas una hora y media en coche), mi gentil esposa y yo hicimos parada y fonda en el parador de turismo de Manzanares, a 30 kilómetros de la capital castellano-manchega del teatro. Media pensión, una noche, dos personas: 80 euros. Y con una espléndida piscina al aire libre.

Almagro
Por la tarde llegamos a Almagro relajados. Allí coincidimos con mi estimado Manuel, vecino de este blanco pueblo, que ha descubierto al Brujo a primeros de año. Fue en el teatro toledano de Rojas hace unos meses viendo 'Esquilo'. Y, lógicamente, se quedó prendado.

Pues bien, después de 'Dos tablas y una pasión', el asombro de Manuel por Rafael creció, más si cabe con la sorpresa que le preparó su esposa y compañera mía de trabajo, Elisabeth. El bueno de Manuel tuvo la enorme suerte de saludar a su admirado actor. Pero no fuimos los únicos que disfrutamos del placer de estrechar las manos del Brujo y de tomarnos unas fotos con él y con su compañero de reparto, el violinista y percusionista Javier Alejano. Marcela, mi señora, y mis vecinos Sara, Pepe y Yara se sumaron al gran momento. Y también María, quien, a sus 17 años, ha descubierto a Rafael, aquel 'Búfalo' sin canas que yo comencé a gozar en 1989.

Parador de turismo de Almagro
Con esa satisfacción de haber charlado unos minutos con el puto amo de las tablas, tan solo tres días antes de mi cumpleaños, fuimos a cenar al restaurante La Muralla, situado enfrente del parador de turismo de Almagro. Y con 22 euros por cabeza salimos encantados.

De vuelta al parador de Manzanares, y en medio de la noche, rememoré con mi compañera de viajes algunos de los momentos más delirantes que habíamos vivido con el Brujo tres horas antes. Y con esas, ya metido en el sobre, me quedé dormido hasta la mañana siguiente.

Sábado ventoso. Desayuno reconstituyente y a la carretera. Tampoco tuvimos que recorrer mucho, la verdad. Treinta kilómetros otra vez hasta Almagro, donde nos alojamos en su maravilloso parador, el que tanto le gusta a mi amiga Ángeles, una enamorada del festival de teatro almagreño. Pasamos en el parador una noche con pensión completa por 203 euros, una ganga a través de centraldereservas.com si lo comparamos con el precio oficial (316 euros).

Plaza principal de Almagro
Fue nuestro cuartel general en el pueblo que también tiene encantada a mi colega Alicia. Allí, en su luminoso restaurante, comimos de lujo. Luego salimos por la tarde a tomar una copita con Manuel y Elisabeth como pago por el encuentro inesperado con el Brujo. Realmente, lo único que hice el día anterior fue improvisar unas palabras de introducción para que el actor no se asustara al ver tanta gente en la puerta de su camerino. Pero, como dice mi entrañable Pepe Melero, un trinque siempre es un trinque, y había que aprovechar el gin-tonic por la cara.

Almagro. Cerámica de Talavera.
La tierra siempre tira
Regresamos al parador para cenar antes de ir al teatro, esta vez en el espléndido patio de Fúcares. Allí dos actores de la Compañía Nacional de Teatro de México representaron 'La lengua a pedazos', del dramaturgo Juan Mayorga. Convencieron con su interpretación sobre un diálogo imaginario entre santa Teresa y un inquisidor, aunque se me hicieron un poquito largos los noventa minutos de duración. El mismo tiempo que el Brujo había necesitado la noche anterior para deleitarnos. Por eso, en algunos momentos de la actuación bajo las estrellas en el patio de Fúcares, me repetí una pregunta: ¿Cómo habría sido la interpretación de Rafael en esa obra? Probablemente, habría emergido de nuevo como el puto amo de las tablas.



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