Fuerteventura, donde se escucha el silencio

Carretera que atraviesa el parque natural de las dunas de Corralejo.
Fotografía de Marcela Carrillo
He tardado muchos años en visitar Fuerteventura. Lo lamento, me flagelo. Siempre me habían hablado de que esta isla era nada más que sol y playa. Por eso me resistía a viajar hasta este territorio majorero. Merezco, por tanto, varios capones por haber sido tan imbécil.

Fuerteventura me ha encantado, me ha atrapado. Y eso que solo he conocido la parte norte a vuelapluma como aquel que dice.

María Ángeles, una abogada pizpireta, me había advertido: «Es una isla fascinante». Sin ella saberlo, la Ten (por eso de su primer apellido) me convenció para dormir en la localidad de Corralejo cuando me habló de su campo de dunas. En este espacio protegido disfruté de una experiencia que te recomiendo: conducir un coche por la carretera que atraviesa ese impresionante parque natural, o caminar por su fina y blanca arena, no tiene precio. Entonces te darás cuenta de que el silencio se escucha; que la calma adormece y que la jubilación querrás disfrutarla en Fuerteventura.

Hotel Playa Park Zensation, en Corralejo
Mi media naranja y yo aprovechamos el Día de la Enseñanza en Castilla-La Mancha para marcarnos un viajecito de 48 horas. A lo mejor te parece poco tiempo, pero es suficiente para llegar a una conclusión rápida: si me gusta, vuelvo.

El precio del vuelo ida y vuelta era irresistible para dos personas: 103 euros. Con Ryanair. Te advierto por si te da urticaria subir a un avión de esta compañía, amada por unos y odiada por otros. Yo nunca he tenido ningún problema, y llevo unas cuantas decenas de viajes con ellos.

Castillo o torre del Tostón, El Cotillo
Volamos desde Madrid. Mientras esparábamos para embarcar, crucé unas palabras con Plácido Bravo, Marta Mata y María Vera, que iban a la isla para jugar al pádel contra un equipo local. Me gustó lo de hablar por primera vez, mientras bajábamos la rampa hacia el avión, con una jugadora del circuito profesional «World Padel Tour», María Vera Mencías. Pero ella no puede vivir de ese campeonato lamentablemente. «Si fuéramos chicos, sí», sentenció la palista, que dirige con Plácido un club de pádel en Madrid que se dedica a entrenar a niños y a adultos.

En dos horas y cuarto nos presentamos en el aeropuerto de Fuerventura. Desde el avión, la imagen de la isla cuando te aproximas sobrecoge. La explotación turística no ha llegado afortunadamente, por lo que puedes ver varios kilómetros de campo virgen desde la «ventanuca» de la aeronave. Se confirmaba, en efecto, lo que ya me había comentado Mónica, una joven majorera de 25 años, antes de entrar en el avión: «Es la isla más salvaje de las Canarias».

Casco viejo de Corralejo
Poco después de subirme al coche en el aeropuerto (de la compañía local Autoreisen, 40 euros, dos días, seguro a todo riesgo), volví a recordar esas palabras de Mónica. Porque es difícil describirte el panorama de tranquilidad que nos rodeaba, con el océano azul turquesa a nuestra derecha, mientras nos dirigíamos a Corralejo, una preciosa localidad turística a solo 30 kilómetros del aeródromo.

Plácido, María y Marta
Esa paz llegó al éxtasis cuando nos adentramos en el parque de las dunas. Había estado varias veces en los espectaculares campos de dunas de Liencres, en Cantabria, pero lo de Corralejo es otra liga; quizá por el plus de atravesar el parque por la carretera que discurre paralela al océano. Te confieso que en algún momento pensé en ver a Peter O'Toole sobre un dromedario, como en «Lawrence de Arabia». Son los regalos con los que te encuentras cuando cambias una carretera secundaria por la autovía, siempre más «impersonal», que en Fuerteventura también hay una.

Con los ojos chiribitas llegamos al hotel Playa Park Zensation, un establecimiento de cuatro estrellas en Corralejo al que le metieron «muchas perras» en 2018 para dejarlo «increíble». Las expresiones entrecomilladas son del recepcionista Alessandro, un italiano muy simpático con don de gentes, que nos sorprendió con una agradable noticia. No sé por qué, el hotel nos asignó una habitación de categoría superior «espectacular», insistió Alessandro. Y no le faltó razón porque, además, solamente habíamos pagado 165 euros por dos noches en régimen de todo incluido para dos personas. Ya me parecía baratísimo cuando lo contraté por centraldereservas.com, pero al entrar en la habitación me convencí de que era una ganga.

Casa de los Coroneles, La Oliva
Desde este hotel, decorado con mucho gusto y con afectuosas profesionales como Flor, nos movimos por la parte norte de la isla, donde los edificios no superan las tres alturas, los colores de sus viviendas contrastan con el paisaje y la naturaleza sigue teniendo más espacio que el ladrillo de los centros turísticos.

Apunta en tu agenda el pequeño pueblo de La Oliva, donde tienes que visitar su iglesia y la singular Casa de los Coroneles, o de «la marquesa», donde conocerás la curiosa historia. Con Samuel Moreno, que te venderá la entrada (3 euros los adultos), charlé unos minutos. Le conté que en la península solo me hablaban de sol y playa en Fuerteventura, lo que siempre me había echado para atrás.

-Y es algo más, mucho más -le dije.

Samuel asintió; tampoco las propias autoridades isleñas han sabido vender bien todos los encantos de Fuerteventura, vino a decir.
Panorámica desde el avión

Desde La Oliva conduje hasta El Cotillo, otro de los centros turísticos de la isla. Durante el camino volvió a suceder: estuvimos absortos creo que más de tres minutos, en los que no pronunciamos una palabra mientras contemplábamos el insólito paisaje a nuestro alrededor. Fue un sentimiento que deberías probar.

En El Cotillo comprobamos también que no solo los sevillanos son algo exagerados cuando hablan. Estuvimos a los pies de su castillo, un término digamos no muy apropiado si echamos un vistazo a la definición de esa palabra en la RAE: «Lugar fuerte, cercado de murallas, baluartes, fosos y otras fortificaciones». También el vocablo «torre» con el que se conoce a este castillo puede llevar a un engañabobos a más de uno [por favor, mira la fotografía adjunta y valora tú mismo].

Playa en las dunas de Corralejo.
Fotografía de Marcela Carrillo
Pero lo que no es hiperbólico es el esqueleto de una ballena que puedes contemplar junto al castillo o torre con el océano de fondo. Fue un cetáceo de Cuvier que formó parte de un varamiento masivo atípico de zifios entre el 23 y el 24 de julio de 2004. En este caso el ejemplar, una hembra adulta, apareció en Majanicho (La Oliva) y tenía 5,75 metros de longitud. Forma parte de la «Senda de los Cetáceos», una iniciativa del Cabildo de Fuerteventura que pretende mostrar en lugares públicos del litoral de la isla elementos singulares de la naturaleza.

Esqueleto de una ballena en El Cotillo
Con el coche fuimos paralelos precisamente al litoral hasta el faro del Tostón, donde las vistas son también increíbles. Y donde uno puede hacer un circuito autoguiado de apenas un kilómetro en el que te darás cuenta de que estás en uno de los espacios de mayor valor paisajístico y ambiental de Fuerteventura. Una isla en la que también llueve, de forma torrencial a veces. Lo comprobamos «in situ».

Pero, como había que disfrutar de las formidables instalaciones del hotel, invertimos más tiempo en hacer el vago dentro del Playa Park. De todos modos, dejamos un ratito para volver a disfrutar de las dunas del parque natural y del pequeño y acogedor casco viejo de Corralejo.

El último día nos deparó la agradable sorpresa de conocer a Marc y Miriam. Él, enfermero; ella, una criminóloga que se gana la vida como auxiliar de enfermería. El encuentro con ellos no pudo ser más casual en el restaurante del hotel a la hora de la cena: hablábamos de comida con uno de los empleados cuando surgió la pregunta: «¿De dónde eres?».

Playa en las dunas de Corralejo
-De Barcelona, aunque tengo familia en Garciotum, un pueblo que está muy cerca de Talavera de la Reina, y allí estuve yendo de vacaciones durante 30 años a la casa de mi abuela Lucía y de mi bisabuela Fernanda.

Se me pusieron los pelos como escarpias. Como lo oyes. Que en Fuerteventura, a 1.800 kilómetros de Toledo, un tipo confiado pronuncie el nombre de tu ciudad, duramente castigada ahora por el paro, pues a mí siempre me llega al corazón.

Cajero automático en La Oliva
-Joder, me has ganado, tío -le contesté.

Y empezamos a charlar hasta que me di cuenta de que mi media naranja y yo ya habíamos cenado, pero Marc y Miriam, no. Era una cena bufé, los dos estaban de pie y con los platos en las manos.

Quedamos en vernos después y tomar unas copitas.

Ya con los cuatro sentados alrededor de una mesa, Marc confesó por sorpresa que había dudado en presentarse como catalán por todo lo que se cuece allí, por el rechazo que pudiera generarnos.

Iglesia de La Oliva dedicada a la Virgen de la Candelaria
-Pero no soy independentista -aclaró inmediatamente.

Él y Miriam nos hablaron de lo mal que lo pasan quienes no abrazan la estelada, de las presiones, de las miradas aviesas por «no ser de los suyos». Aunque no solo charlamos de eso. También de la enfermería y de sus pacientes; del periodismo, de la criminología y de música. Y hasta de cómo se escribe correctamente Garciotum.

Fue un gratísimo epílogo a dos noches geniales en Fuerteventura, la isla donde se escucha el silencio.
























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