Larraitz, sus ocho apellidos vascos y 27.000 locos valientes
Mi compañero Mariano y el menda, después de acabar la carrera |
Ha sido mi cuarta participación, esta vez acompañado de 27000 deportistas que salimos escalonadamente, como siempre, para no formar un tapón. He leído en los medios de comunicación que fuimos 27.000 valientes porque corrimos en unas condiciones atmosféricas muy malas, con lluvia, granizo y viento, como quizá vieras por la televisión. Valientes y algo locos, añado yo, por participar en esta prueba increíble, para la que se habían inscrito 33.341 personas en el centenario de una carrera que deja huella.
Es difícil explicarte qué se siente cuando ves a gente esforzándose en sillas de ruedas empujada por otros atletas; en «hand-bike» y también en patines, a pesar de faltarles una pierna en algunos casos... Es complicado explicarte por qué varios miles de personas cantamos y botamos con la canción 'Highway to hell' de AC/DC mientras jarrea, mientras te vas calando la ropa y las zapatillas en segundos antes de enfrentarte a un recorrido inusual, de subidas y bajadas que pueden jugarte una mala pasada. Y cómo te cuento que, a pesar de apedrearte una lluvia de granizo y de zarandearte un vendaval, llegas a meta con la plena satisfacción de cumplir un reto. Y con ganas de volver.
Pero, como siempre, esta carrera hay que prepararla desde varios meses antes, si no quieres dejarte una pasta en el hotel en una ciudad tan cara como San Sebastián. En esta ocasión, elegimos Zarautz, la bella localidad costera del cocinero Karlos Arguiñano, como cuartel general. En tren, a media hora de la playa de la Concha y a una más de una hora de la salida. Un tiempo muy bien invertido, aunque no te lo creas, si tienes en cuenta que puedes pagar hasta tres o cuatro veces menos por una habitación de un buen hotel.
Es verdad, no te lo voy a negar, que es un riesgo reservar un lugar donde dormir con tanta antelación, por si hay bajas de última hora, pero es la mejor manera de cazar buenos precios. Para esta edición nos alojamos en el hotel Zarautz (dos habitaciones familiares para 8 personas, una noche sin desayuno, 160 euros), en el centro del pueblo y a cinco minutos andando de la estación del tren. Acertamos.
En efecto, hubo bajas de última hora debido al examen en unas oposiciones o a motivos laborales, en un caso por las elecciones generales del 10-N (maldita casualidad). En definitiva, solo dos de los cuatro inscritos (a 45 euros el dorsal) pudimos viajar al norte de España para participar en la carrera más emocionante en la que nunca he participado.
Pana, dueño del Itsaski |
Pero a lo hecho, pecho. Y hasta allí que fuimos desde Toledo mi compi Mariano, su mujer y yo el viernes, dos días antes de la prueba, que se disputaba el 10 de noviembre. De camino, paramos a comer en Vitoria, en el mesón Tino. La improvisación te premia con estos regalos a veces porque la elección, tomada un kilómetro antes de coger el desvío, fue todo un acierto.
En casa Tino, que tiene hasta aparcamiento privado, tomamos un menú compuesto por un primero, un segundo, un postre, pan, agua y un vino de Rioja (un Haritz tempranillo) por 11 euros. En mi caso, unas alubias alavesas de muerte y un bonito con tomate y patatas naturales que quitaba el `sentío’. Por tanto, un diez para la cocinera, Nayiba, que comenzó precisamente ese día a trabajar en este establecimiento.
La comida casera fabulosa se redondeó con la amabilidad y la simpatía de Itxasne, la dueña, y su sobrina Libe, de las que nos despedimos como si fuéramos de la familia y con una promesa: regresar en junio para probar su pacharán casero, hecho solo con anís y endrinas.
A Zarautz llegamos por la noche, con mucha precaución por la carretera, después de recoger el dorsal en Irún. Jarreaba como si no hubiera un mañana, además de un vendaval que doblaba los paraguas. Como había que echar gasolina al cuerpo, cenamos en el bar-restaurante Itsaski una vez que amainaron el viento y la lluvia. Geniales esa tortilla de patata y esos champiñones guisados, sonando música española de los años 80 y 90 que invitaba a tomarse algo más de dos vinos.
Perolo usado como lavabo en una taberna de San Sebastián |
A la mañana siguiente, después de desayunar, probamos el tren de cercanías para llegar a San Sebastián (2,65 euros el billete de ida desde Zarautz). Un viaje muy cómodo que nos llevó hasta la estación de Amara, en el corazón de la ciudad. Dedicamos el sábado a recorrer la encantadora almendra de Donostia (nombre en Euskera), a pasear por su maravilloso casco viejo debajo de un paraguas, por calles como la siempre animada 31 de agosto, donde la banda terrorista ETA asesinó a políticos como Gregorio Ordóñez. Un terrible suceso, un cobarde crimen a sangre fría, del que me acuerdo siempre que recorro esa zona.
Luego, pasito a pasito, nos acercamos a la plaza de la Constitución. Allí, en sus soportales, mi compi Mariano entró a comprar una camiseta en Lok, una tienda dedicada a la venta de calzado, mochilas y prendas de vestir. Nos atendió su propietaria, Larraitz, una mujer menuda y muy agradable, que nos citó de carrerilla sus ocho apellidos vascos. Conversamos con ella unos agradables quince minutos, tiempo en el que nos contó que iba a dejar la tienda no tardando mucho para dedicarse a proyectos sociales, a gente desvalida, a iniciativas que ‘me llenen’. Y, si con Itxasne y su sobrina Libe, del mesón Tino, quedamos en volver a Vitoria el próximo verano, con Larraitz nos citamos en vernos en Toledo, una ciudad que nunca ha visitado.
A unos metros de Lok, debajo de los mismos soportales de la bella plaza de la Constitución, Mariano y Laura (nombrada utillera del grupo) ya habían preguntado por la eguzkilore, la humilde flor que protege del mal las casas de los vascos. La encontramos en Alboka, donde un ejemplar lleva colgado decenas de años, pero maltratada por esos estúpidos turistas que siempre tienen que llevarse un recuerdo aunque esté prohibido.
Tienda de San Sebastián donde encontrarás una vieja eguzkilore |
Después de la agradable charla de Lok, fuimos a saciar el apetito a Suhazi, una modesta taberna-restaurante en el número 17 de la calle Juan de Bilbao, en pleno casco viejo, donde puedes comer un correcto menú de 18 euros en fin de semana (a diario es más barato). Por supuesto, con una botella de buen vino incluida (en nuestro caso, Homenaje, un tinto de la D. O. Navarra). Nada mal para los precios que hay en la agradable capital donostiarra, de donde nos fuimos entrada la tarde.
Antes de volver a Zarautz pasamos por una tienda de Aramendía, una cadena de establecimientos dedicados al dulce artesanal. En la que encontramos en el casco viejo, el malagueño Daniel me permitió fotografiar unas atractivas cajas llenas de chocolates mientras le escuchaba atender a unos clientes en inglés. Luego me confesó que había trabajado en Inglaterra, aunque su aspecto físico y su acento hablando español no denotaban que fuera andaluz precisamente.
Para la cena elegimos el restaurante de nuestro hotel, a un centenar de metros de la espléndida playa de Zarautz, ya que tampoco convenía llenar el buche a pocas horas antes de la carrera. El festín, como suele ocurrir en estos acontecimientos, vendría después de terminar la prueba.
Playa de Zarautz |
Y llegó el día. Con no muchas ganas, ya que llegué a San Sebastián arrastrando un grave problema en el psoas (mira en Wikipedia dónde está este músculo, si no sabes dónde está), Mariano y yo nos pusimos rumbo a Irún en tren. Una vez allí, subimos a un autobús que nos dejó a medio kilómetro de la meta. Como faltaba una hora para nuestra salida, varias decenas de atletas nos resguardamos del frío y de la lluvia en un supermercado de la marca Lidl, paseando por el establecimiento enfundados en bolsas de plástico dejando pasar el tiempo.
Como todo llega en esta vida, llegó el momento de irse a meta; de caerte una chupa de agua como nunca antes había sufrido; de cantar y botar antes de la salida; de empezar a correr calado; de sortear charcos y corredores como si fuera una carrera de obstáculos; de oír entre el público gritos de '¡Cataluña, independiente!' al paso de corredores con esteladas y escuchar también un '¡Viva España!'. Esta vez no fue una granizada, como sucedió en mi primera participación, en 2013; fueron dos. Y acompañado con viento que te cimbreaba en un día en el que la sensación términa era muy baja. Además aparecieron unos problemas estomacales inesperados, quizá debido al frío, que casi me retiran. Pero no, había que terminarla porque estaba en la mejor carrera de España. Corría por cuarta vez en once años, desde aquel 19 de junio de 2008 que una operación de corazón me devolvió la vida, y no podía hincar la rodilla.
Quiosco de una castañera en Zarautz |
Llegué a San Sebastián por la avenida de Navarra y enfilé el último kilómetro buscando la meta, que siempre me parece que está más lejos. Pero el público te da alas, el último aliento para no desfallecer cuando ya ves el majestuoso Kursaal y su puente. Al final, otro sueño cumplido.
Laura, la utillera, nos vino de perlas para cambiarnos de ropa y de calzado porque llegamos calados hasta los huesos. Luego, vuelta a Zarautz a festejarlo después de una merecida ducha de agua calentita. Regresamos al Itsaski. Habíamos reservado para las dos y media de la tarde, pero aparecimos dos horas más tarde. A Pana, el apodo del dueño, le dio igual. Nos atendió maravillosamente bien. Éramos los únicos comensales y nos deleitó con unas raciones impresionantes y un vino tinto muy rico (Sancho Garcés, crianza), dándonos nuestro tiempo para degustarlas tranquilamente entre plato y plato. Iba y venía de la cocina para contarnos anécdotas, como que Karlos (Arguiñano) va a menudo por el bar y que le ha citado un par de veces en su programa de cocina. Echamos un par de horas fantásticamente, abrochadas con unos licores soberbios. ¿La cuenta? 67 euros entre 3. Sin palabras.
Chocolatería de Aramendía en San Sebastián |
Como había que reponer más fuerzas todavia, dimos una vuelta por el pueblo. Tampoco tuvimos que caminar mucho para llegar a un pub al pie de la impresionante playa de Zarautz para templar los ánimos y el frío. Allí conocimos a cuatro zaragozanos, los de Herrera [de los Navarros] como se hacen llamar. Iban capitaneados por Arturo González, exultante porque había acabado su primera Behobia-San Sebastián. Su amigo David le había regalado la inscripción como regalo de cumpleaños y, además, le acompañó durante el recorrido. Arturo, un torrente de palabras, lo celebró a lo grande, con la camiseta de la carrera puesta y la medalla por llegar a la meta colgada al cuello.
Antes de irnos a dormir, volvimos a pasar por el Itsaski para cenar algo. No era por gula. Era por eso de no acostarte con el estómago vacío. Un par de pinchos de tortilla y su ensaladilla rusa, que ha sido premiada en algún concurso gastronómico, acompañaron una botella de vino de Merayo Godello, excelente.
Tortilla de bacalao de Itsaski |
Creo recordar que, antes de llegar al Itsaski, nos cruzamos en la calle con Joseba Permach, vecino de Zarautz y político independentista vasco. Seguro que te sonará su cara porque salía en la tele acompañando al batasuno Arnaldo Otegui. Especulamos con que Joseba podría venir de alguna mesa electoral porque el 10 de noviembre se celebraron elecciones generales, y ahí quedó la cosa.
A la mañana siguiente, lunes, nos levantamos con el objetivo de comprar un regalo a la hija de mis amigos. En lugar de un presente para la niña, su madre se regaló lo que tantos años llevaba deseando: un 'piercing'. Laura se lo puso en el establecimiento de Mikel, un animado tatuador de 32 años con raíces extremeñas, que tiene abierto su negocio desde hace casi una década en la calle Zigordia. Dio a Laura todas las explicaciones posibles antes de colocarle, en apenas cinco minutos, un pirsin provisional que llevaría durante un mes antes de adornar su nariz con uno definitivo.
A la mañana siguiente, lunes, nos levantamos con el objetivo de comprar un regalo a la hija de mis amigos. En lugar de un presente para la niña, su madre se regaló lo que tantos años llevaba deseando: un 'piercing'. Laura se lo puso en el establecimiento de Mikel, un animado tatuador de 32 años con raíces extremeñas, que tiene abierto su negocio desde hace casi una década en la calle Zigordia. Dio a Laura todas las explicaciones posibles antes de colocarle, en apenas cinco minutos, un pirsin provisional que llevaría durante un mes antes de adornar su nariz con uno definitivo.
Luego emprendimos la vuelta a casa, vimos las primeras nevadas por Álava y abandonamos el País Vasco con ganas de regresar pronto. Pero, justo antes de entrar en la provincia de Burgos, paramos a echar combustible en una gasolinera de Shell en Ribabellosa. Allí conocimos a Patxi, un empleado muy amable y educado, que pone mucho interés en aprender francés para atender bien a sus clientes del país vecino. Fue el epílogo a una aventura de dos locos por la Behobia-San Sebastián.
Comentarios
Publicar un comentario