Santiago de Compostela, la larga sombra del peregrino

La 'sombra del peregrino', en la catedral de Santiago
Mi buen amigo y colega Pepe Melero, sevillano de cuna y bético de corazón, me lo escribió en un wasap:

-Vas bendecido, pues.

Contestaba así después de que le contara que en el viaje de vuelta de Santiago de Compostela a Madrid regresábamos en el avión con la plantilla del Coosur Real Betis Baloncesto, que juega en la Liga ACB.

Podías pensar, al ver sus rostros, que el semblante serio de los chavales podía deberse a la incomodidad de sentarse en un avión con asientos muy estrechos para tíos de más de 190 centímetros de altura. Pero no era por eso precisamente; no iban sonrientes porque, en realidad, habían perdido frente al Obradoiro y la derrota se notaba en sus rostros.

Panorámica de la catedral desde nuestra
habitación en el hostal Alfonso
Esta anécdota cerraba un viaje de dos días a la capital de la región de Galicia, donde conocí el orballo, esa lluvia meona, que apenas se percibe, pero que te empapa. Y también vi, sobre un baúl, a un predicador hablando del pecado y de la salvación en mitad de la noche delante de tres oyentes.

Hacía muchos años, creo que 22, que no regresaba a Santiago. La distancia desde casa, alrededor de 650 kilómetros y unas 7 horas al volante, siempre me había echado para atrás a la hora de iniciar una aventura. Por eso, en esta ocasión, decidí el avión como medio de transporte. Dos billetes de ida y vuelta, con Iberia Express, tuvieron la culpa. ¿El precio? 125 euros; los dos, claro.

En 50 minutos cubrimos la ruta Madrid-Santiago, adonde llegamos a las 8:30 de la mañana. Luego el autobús que comunica el aeropuerto gallego con el centro de la ciudad (5,10 euros por el billete de ida y vuelta). Y de la plaza de Galicia al hostal Alfonso, nuestro alojamiento por dos días, dando un agradable paseo de 500 metros.

Matías, el guía, junto a las Dos Marías
En el trayecto de 35 minutos en el bus, había coincidido con varias familias de Humanes (Madrid) que viajaban en grupo (creo que 13 personas, un buen número). Me gustó escuchar a una mujer del clan que me contaba que su hija, estudiante de Enfermería, era una enamorada de Toledo, la ciudad donde vivo. Tanto es su entusiasmo por la capital de Castilla-La Mancha que su familia le llegó a organizar una fiesta sorpresa en la Ciudad de las Tres Culturas con motivo de su 18 cumpleaños.

La chavala, que repasaba de pie sus apuntes en una mano mientras se sujetaba con la otra a un asiento para no caerse, no estudia enfermería por placer. El curso pasado, se recorrió todas las universidades de España para entrar en Medicina, su pasión, pero no pudo por unas milésimas. Sin embargo, lo va a volver a intentar para el próximo curso, se volverá a examinar de la antigua Selectividad para subir nota y estudiar lo que realmente le gusta. 

Caravela enfrente del solar que ocupó un cementerio
Mis paseos por el centro de Santiago me recordaron al aventurero que se pierde por las calles de un pueblo. Porque me sorprendió no encontrarme tanta gente como esperaba, ya que un puente de la Constitución-Inmaculada siempre es sinónimo de turistas abarrotando aldeas, municipios y ciudades.

Pero no fue mi caso. Tengo suerte hasta para eso. La misma suerte que me acompañó al alojarme en el hostal Alfonso, a 400 metros de la plaza del Obradoiro (dos noches, habitación doble, 90 euros, con desayuno). Allí nos recibieron sus dueños, Mari Carmen y Luis, que nos facilitaron un dormitorio con vistas... a la catedral. Sin palabras.

Reconozco que me gusta hablar, conectar con la gente rápidamente. Pero, en el caso de Mari Carmen, esa correspondencia fue inmediata. Como si nos conociéramos de media vida. Tanto fue que les faltó tiempo para ofrecernos un café con dulces.

Las fuentes en Santiago tienen dos hierros que
se empleaban para posar los cántaros y llenarlos de agua
A petición del menda, Mari Carmen señaló en un mapa lugares para comer o tomar unas consumiciones, algo que yo valoro tanto o más que los monumentos que pueda ver. Porque, bien comido y bebido, funciono mejor.

Para no andar como pollo sin cabeza por el centro, mi mujer y yo nos apuntamos a una ruta gratuita matutita y otra vespertina, ambas con Free Tour Compostela. Matías fue nuestro guía en las dos. Este chaval, guía de turismo y tocado con una gorra estilo inglesa, tiene una gran facilidad para conectar con la gente, como Mari Carmen, la del hostal Alfonso.

El chico, que obvió referirse al apóstol Santiago como «Matamoros» por aquello de «lo políticamente correcto», confesó también que ya estaba contando los días para el nuevo Año Santo, que será en 2021.

Iglesia llamada de las 'cuatro sotas'
-Santiago estará de bote en bote; es mejor que, si quieren hacer el camino, no vengan ese año - recomendó.

La escena sucedió delante de la imponente catedral,en obras por reforma y «a la que le falta bastante para terminar la reforma. Un rezo a Santiago no le vendría mal», bromeó el bueno de Matías. También contó el trasiego de restos de un cementerio a otro de la ciudad durante varios siglos, con lo que el joven guía llegó a otra conclusión: «Santiago no es el mejor sitio para el descanso eterno».

Paseamos con él por el parque de la Alameda, donde supimos la historia de una estatua de estilo vanguardista que habíamos visto unas horas antes. Se trataba de las Dos Marías, la pareja formada por las hermanas Maruxa y Coralia, costureras que tuvieron una vida muy azarosa. Fueron unos personajes populares en la ciudad en los años cincuenta y sesenta. Se paseaban a diario por el casco antiguo vestidas y maquilladas de una manera, digamos, poco común para la época.

Antiguo cementerio, hoy jardín con unos setos
que recuerdan a las personas que estuvieron enterradas
Pero no solo hacían eso. Aprovechaban el paseíto para ligar con los universitarios, por lo que a las dos en punto (de ahí el otro sobrenombre de las hermanas) se las podía ver siempre por el parque de la Alameda intentando tocar el culo a algún despistado. Es por esto por lo que a una se la representa con su brazo izquierdo extendido y junto a ella hay una pequeña piedra para que quien desee se suba y deje sus posaderas sobre la mano de Maruxa.

-De estas señoras extraigo una moraleja: a pesar de lo mal que lo pasaron, siempre estuvieron alegres -dijo Matías.

Por la tarde, nos habló de las meigas, de las brujas, del aire de difunto, del trasno, un ser mitológico gallego; de la Santa Compaña y de la inquietante leyenda de la sombra del peregrino, con ella al fondo.


Imponente fachada de la catedral
Matías, el guía de gorra inglesa y una barba perfectamente rasurada, supo mantener mi atención durante más de dos horas, la duración de cada ruta, por lo que tengo pendiente darle un 'me gusta Matías' en Tripadvisor.

Ya te he dicho que yo viajo por los ojos y, también, por mi buche. Por eso llegué a Santiago con los deberes hechos en lo culinario, al menos para el almuerzo del primer día. Reservé en el restaurante «Enxebre», dentro del parador de turismo, aunque tiene acceso desde la calle. Comimos el menú del peregrino: dos platos y postre por 20 euros, dos menos para un romero que lo acredite (bebida aparte). Fue una excelente elección, en un ambiente muy tranquilo, por lo que repetimos al día siguiente.

Para cenar, pasamos por «A'Taboa para picar». Nada que destacar.

Todo un clásico en Santiago
A la mañana siguiente, visita al mercado de abastos. Abarrotado, sobre todo las pescaderías y marisquerías. Parecía que no iba a haber un mañana. Marcela y yo echamos un vistazo por si comprábamos algunas almejas, navajas, berberechos y mejillones para llevarlos a algún bar cercano donde nos lo cocinaran. Sin embargo, desconfiamos porque apenas un par de establecimientos tenían marcados los precios.

Preferimos ir a lo seguro y volvimos al restaurante «Enxebre», que en gallego significa autóctono y típico. Y volvimos a salir muy satisfechos con el menú del peregrino, que el sábado ofreció garbanzos con chorizo y lubina, además de tarta de Santiago.

Por la tarde acudimos a la tercera ruta con Free Tour Compostela. Como periodista de Sucesos, me decepcionó. Se anunciaba un recorrido por el «lado más oscuro de Santiago», pero nada más lejos de la realidad. El final sí estuvo muy interesante. Ana, la guía, habló de Romasanta, el primer asesino en serie en España y el primer caso documentado de licantropía. Un caso que conozco muy bien por motivos profesionales.

Al final del recorrido, charlé unos minutos con Ana, a la que sugerí que introdujera más elementos relacionados con lo que se anuncia: crímenes, venganzas, sociedades secretas, torturas medievales y misterios.

Alrededores del mercado de abastos
-Explota la historia de Romasanta; es un personaje alucinante -le recomendé.

-Muchísimas gracias por el consejo. Lo seguiré -contestó con una espléndida sonrisa.

Antes de llenar el buche de nuevo, pasamos por el vestíbulo del impresionante parador de turismo. Cumplimos así con el encargo de Olga Ruiz de fotografiar su libro «Un desastre delicioso» delante de los árboles y los ositos luminosos del zaguán.

Para cenar fuimos a un céntrico restaurante que es una institución en la capital de Galicia desde hace varias décadas y donde, dicen, se ofrece el verdadero menú del peregrino. «Casa Manolo» tiene sus detractores y sus defensores. Entre estos últimos se encuentran los peregrinos. El motivo es el precio: 10 euros por dos abundantes platos, a elegir entre varias opciones; postre, pan y agua.

Secreto ibérico en el restaurante 'Enxebre'
No salimos desencantados en absoluto. La primera noche charlé unos minutos con el dueño, tocayo mío, al que pregunté cómo era posible que ofreciera ese menú a ese precio y si el lenguado que ofertaba, mendo, era fresco. Me contó que se debía a que él compra directamente en el puerto, con lo que se evita dos intermediarios.

Antes de regresar al hostal, pasamos por el pub Momo, siguiendo la recomendación de Chus, una amiga de Marcela. El local tiene un maravilloso jardín con vistas y es un lugar por donde tienes que pasar solo por echar un ojo.

Precisamente los ojos como platos los tuve horas más tarde. Menos mal que no me sugestioné con el recorrido sobre el lado más oscuro de Santiago porque tuvimos una «noche toledana». De madrugada, escuchamos los gritos de una mujer. Dormía en la habitación que estaba encima de nuestras cabezas. Luego más gritos en los pasillos y un hombre que chillaba: ¡Mamá! Salí inmediatamente por si alguien necesitaba ayuda. La mujer, una señora mayor y diabética, dormía sola y había echado la llave, desoyendo la recomendación de su hijo.

Los carritos de la compra suben y
bajan camino del mercado de abastos
Después de unos momentos de angustia Luis, el dueño del hostal, facilitó otra llave para abrir la puerta. La mujer estaba en la ducha. Se había metido en mitad de la noche, no sabía salir por no sé qué motivos y se había angustiado. Y gritó con todas sus fuerzas.

Con todo en calma, regresé a la cama. Hasta la mañana siguiente.

El domingo al mediodía pasamos por el bar «O'46», uno de los establecimientos de la Rúa do Franco que Mari Carmen, la del hostal, nos recomendó. Debes entrar a tomarte aunque sea una consumición. Viajas en el tiempo, te lo aseguro, aunque ándate con ojo, porque el local pasa desapercibido. Está en la calle famosa por la ruta París-Dakar, una denominación que se debe a que al principio y al final hay dos establecimientos que se llaman como las ciudades que dan nombre a la dura carrera. Pero en el caso de la Rúa do Franco, la ruta bien distinta. No sé si habrá ahora alguno que se tome un vino en cada uno de los 160 establecimientos, más o menos, que hay entre el restaurante Dakar y el café París.

En el «O'46», los dueños pueden parecerte pocos afectuosos al principio, yo creo que por vergüenza, pero te aseguro que sonríen. Comprobado. Probablemente te atenderá Luis. Te servirá un Ribeiro a granel en una taza por 60 céntimos de euros o bien en la barra, donde habrá varios paisanos, o bien en las pequeñas mesas de madera. Anímate y pide alguna de las raciones que tienen, aunque la carta es corta.
Belén de san Fiz de Solovio

Estuvimos en comer de raciones en el «O'46» o en «Casa Manolo», y decimos repetir en el restaurante de mi tocayo antes de partir hacia el aeropuerto. Después de dos visitas, te lo recomiendo si quieres comer un menú muy correcto a un precio muy ajustado.

Luego pasamos por el hostal para despedirnos amistosamente de Mari Carmen y de Luis, además de recoger las maletas y las dos tartas de Santiago que habíamos comprados en la panadería Mimos, que nos obsequiaron con un maravilloso pan (moña). No sé expresar con palabras ese aroma que me acompañó todo el viaje de regreso a Madrid.

Interior del mercado de abastos
Por casualidad, o no, mientras esperábamos en el aeropuerto Adolfo Suárez el autobús que nos llevaría al hotel para recoger el coche, entablé una breve conversación con Maribel. Ella, su hija y su nieta iban a dormir en Madrid, en un hotel pagado por Iberia, porque su vuelo a San Sebastián había sido anulado a causa de la niebla en Donostia. Maribel me dijo que vendía jamones en el mercado de San Martín, en el centro de su hermosa ciudad, y mi imagen se disparó.

-¡Qué buenas migas habrían hecho la moña de Mimos y el jamón de Maribel -pensé luego.

Le prometí a la señora que le haré una visita la próxima vez que vuelva a Donostia. Será para correr la Behobia-San Sebastián en 2021, curiosamente el Año Santo en Santiago. ¿Serás las meigas? No sé, pero dicen que haberlas, haylas.




























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