Mi momento 'kos' en Londres

El Big Ben cubierto de andamios, al fondo
«¡Chulo!». Fue el exabrupto que vociferó una mujer de 60 años, con gafas y con cara de no haber roto un plato. ¿El destinatario del insulto? Un auxiliar de vuelo joven que le había aclarado de muy buenos modos que el abrigo de la señora no tenía preferencia en el maletero del avión.

Primero las maletas de mano y luego, si hay sitio, el abrigo explicó el tripulante de cabina.

La mujer, alterada, se levantó de su asiento, al lado de una ventanilla, salió al pasillo y afeó al auxiliar que no tuviera cuidado con su abrigo, que dobló. Luego se volvió a sentar y llegó el insulto: «¡Chulo!».

The Sharp, a la derecha, y el puente de la Torre, al fondo
El tripulante la amenazó con echarla de la aeronave si continuaba con esa actitud y, después de ponerle los puntos sobre las íes, el auxiliar se marchó con un comportamiento muy profesional. Al pasar junto a mí, dos filas más adelante, le dije que contara conmigo si necesitaba un testigo, un gesto que luego me agradeció. Pero no hizo falta mi intervención porque la sobrecargo (esto es, la jefa de los auxiliares de vuelo en la aeronave) leyó la cartilla espléndidamente a la señora, que la preguntaba insistentemente  por qué, también, la amenazaba con echarla del avión.

Catedral de San Pablo desde
el museo Tate Modern
Porque ha insultado a mi compañero le respondió al menos dos veces.

La lamentable escena se había producido en un avión de Iberia Express (lo correcto sería Exprés, ya que es una empresa española), en un vuelo con el que mi familia y yo regresábamos de Londres a Madrid después de un viaje exprés de 40 horas para visitar a Eli, una amiga inglesa, y conocer a una espléndida pareja que participó en un reportaje mío sobre el 'brexit' y el efecto en españoles en Gran Bretaña publicado el 2 de enero.

El momento de apuro fue el triste epílogo a una aventura fantástica en la capital británica a menos de 20 días de que el Reino Unido saliera de la Unión Europea y el mismo fin de semana que se anunció el acuerdo entre al reina Isabel II y los duques de Sussex, que van a renunciar a su título de alteza real y no recibirán dinero público. «¡Oh, dear!» (¡oh, querido!), respondió nuestra querida Eli cuando se lo comuniqué por un wasap.

Protesta sobre el puente de Westminster por los koalas
muertos en los incendios de Australia 
Por el incidente en el avión, a punto estuve de cambiar el título de esta excursión en mi bitácora, pero opté por mantenerlo finalmente. Pero, ¿qué significa 'kos'? Es un vocablo noruego que «reúne disfrute y confort, o pasarlo bien con estar muy a gusto. Y siempre en compañía». Esta es la explicación que leí en la última revista de Iberia que encontré en el cestillo delante de mi asiento.

Pues, a tenor de esa definición, en mi último viaje a Londres yo también tuve mi momento 'kos'. Mi mujer, mi hija y yo pudimos disfrutar de la siempre agradable compañía de Eli, a la que tuvimos el gusto de tenerla en casa durante un curso escolar hace ya cuatro años. Llegó a nuestras vidas como auxiliar de conversación en el colegio donde mi mujer trabajaba. Esta convivencia dio pie a conocer  a su estimada familia, incluso a una de sus abuelas, y a iniciar una relación de amistad que deseo que continúe durante muchos años.

Una taberna inspirada en
el viajero Phileas Fogg
No recuerdo cuántas veces he estado en Londres, pero con Eli descubrí una forma de recorrer la almendra de esta cosmopolita ciudad en apenas tres horas. Me dejó maravillada la cantidad de atajos que conoce nuestra adorable británica, amante de España, cuyo sentido del humor a veces lo comparo con la gracia de un andaluz ocurrente.

Pero, antes de pasear con ella por el centro londinense un soleado sábado de enero, cenamos la noche antes con ella en Croydon. A este suburbio a 15 minutos en tren al sur de la capital del Big Ben llegamos el viernes, después de un vuelo con Iberia Express (85 euros cada pasajero por la ida y la vuelta). No habría sido el mejor trayecto para alguien que se montaba por primera vez en un avión o con miedo a volar porque hubo muchísimas turbulencias.

Del aeropuerto de Gatwick a Croydon los tres fuimos en tren, apenas 15 minutos, por 11 libras. Y nos alojamos en un hotel que conocemos desde hace años, un Hampton de la cadena Hilton situado a solo 2 minutos andando de la estación ferroviaria. Un espléndido emplazamiento y un magnífico precio que en Londres se habría cuadruplicado: por una confortable habitación triple, dos noches y con desayuno, pagamos 130 euros.

Cuando se lo contamos a Eli, se quedó impresionada. Lo hicimos durante la cena en el restaurante Galicia, levantado en Croydon por españoles, con trabajadores españoles y con cocineros portugueses. Como en otras ocasiones, nos pusimos como el Quico con cuatro generosas raciones, por las que pagamos 33 libras, con mantequilla, aliloi casero, una mezcla de aceite de oliva virgen y vinagre balsámico, además de la propina incluida.

Concentración de gaiteros de
la Gordon's School
Nos despedimos de ella hasta el día siguiente y Eli se marchó a su casa, en la cercana población de Clapham, cuya estación ferroviaria es un nudo de transporte del suroeste.

El sábado quedamos en la estación Victoria, donde los baños son gratuitos, algo muy de agradecer en esta ciudad. Desde allí realizamos una caminata maravillosa por el centro en un espléndido día soleado, lo que permitió realizar unas impactantes fotografías. Pasamos junto al teatro donde se representan el formidable musical Hamilton; vimos las ardillas que corretean por los parques de Sant James o Hyde Park; atravesamos The Mall, con el palacio de Buckingham al fondo, y nos entretuvimos con un espectáculo en Covent Garden. Incluso vi un bar, «Benito's hat», que bien podría estar dedicado a un entrañable vecino mío con ese nombre de personaje televisivo.

Añadir leyenda
También anduvimos por la plaza de Trafalgar, donde no faltaba alguna protesta, ese día en contra el Gobierno iraní; y disfrutamos de los gaiteros de la escuela de secundaria Gordon's School, muy cerca de la guardia a caballo en Horse Guards, donde la gente se agolpaba a la espera del comienzo de un desfile que te recomiendo.

No sé si te habrá pasado alguna vez, seguro que sí, eso de ir a una gran ciudad y encontrarte con alguien cuando menos te lo esperas. Pues eso le sucedió a mi hija junto a la catedral de saint Paul, curiosamente en la calle Ave María. Allí coincidió con David, el novio de una amiga suya. Una grata casualidad a unos metros de donde yo tuve la ocasión, un año antes, de grabar un helicóptero sanitario posándose en un pequeño jardín que hay junto al edificio religioso para acudir a una emergencia.

Catedral de San Pablo, al fondo
Para comer, elegimos comprar víveres en un supermercado cercano y sentarnos debajo del puente que comunica las dos orillas del Támesis a la altura del Tate Modern, el Museo Nacional Británico de Arte Moderno. Con el solecito acariciándote la cara y viendo pasar gente, el bocadillo de mortadela de Bolonia con queso sentó de muerte. Riquísimo.

Luego caminamos por el puente, desde donde puede ver el puente de la Torre al fondo, y nos entretuvimos en recorrer las salas del museo, donde las piezas no dejan indiferentes a nadie. O te gusta o no le encuentras el punto. Allí vimos obras de varios artistas españoles, como Miró, Dalí o Picasso, además de otros afamados pintores internacionales, como Monet, aunque no era el único francés con obras en este enorme recinto, que fue una central de energía, cerrada en 1981.

The Mall, con el palacio de Buckingham
Regresamos también a pie hacia la estación Victoria por la otra margen del Támesis, llena de público con ganas de disfrutar de los últimos rayos de sol. Pasé junto a establecimientos que me recordaron mis días en la ciudad norteamericana de San Francisco y me acorde de Mari Carmen y Nico, que nos acompañaron en aquella aventura.

Según nos aproximábamos a la noria London Eye, tuve ocasión de captar la imagen que abre este texto y que, creo, resume mi momento 'kos' en Londres. Un atardecer que tardaré en olvidar un tiempo, curiosamente el mismo día que me enteré de que el primer ministro británico, Boris Johnson, había tenido su última ocurrencia: que la campana que da nombre a toda la torre suene para celebrar la salida del Reino Unido de la UE, prevista para el 31 de enero.

Al llegar a la estación Victoria, Eli se marchó a su casa y nosotros nos subimos a otro tren para echarnos la siesta en el hotel hasta la hora de la cena, después de haber caminado 15 kilómetros. Esos 15.000 metros habían sido un hito para mi mujer, que siempre va acompañada de un reloj que cuenta pasos.

Teatro donde se representa el musical Tina
Habíamos quedado para las nueve de la noche con Iraia y Chechu, una donostiarra y un toledano, ambos enfermeros, que forman una simpática pareja. Son de esas personas que parece que conoces de toda la vida, porque empatizamos rápidamente. Con ellos, que habían participado en un reportaje que escribí sobre españoles en el Reino Unido dos semanas antes, quedamos en el Boxpark de Croydon, al lado de nuestro hotel. Se trata de un enorme edificio en el que varios establecimientos ofrecen comida y bebida, que los clientes consumen en los bancos situados en el centro. No nos faltó tampoco un dj, que puso la música demasiado alta para poder conversar.

De cualquier modo, fue una agradable velada que solo se pudo prolongar tres horas, ya que el establecimiento cerró a las doce de la noche y la pareja tenía trabajo al día siguiente. Nos despedimos de ellos y de Eli, que también fue a cenar con nosotros y a la que obsequiamos con algo de jamoncito traído desde España. Chechu e Iaria nos ofrecieron su casa para una próxima ocasión y con nuestra amiga inglesa quedamos para más adelante, en Londres o en alguna ciudad española.

Cerca de la noria London Eye. Por momentos pensé
que estaba en San Francisco
El domingo temprano partimos para el aeropuerto, al que llegamos en tren en 15 minutos. Esperando para el embarque, conocimos a Laura, otra española que trabaja en Londres y que iba a Madrid para pasar unos días en familia. ¿A que no sabes a qué se dedica? Sí, en efecto, enfermera. Trabaja en uno de los principales hospitales de la capital británica y con ella empatizamos rápidamente.

Ya dentro del avión, el desagradable momento de la pasajera con el que he comenzado estas líneas. Después de que la mujer llamara chulo al tripulante de cabina, advertí al auxiliar que contara con mi testimonio si era necesario.

Una obra de arte de Salvador Dalí
Durante el vuelo disfruté de varios cortometrajes patrocinados por Gas Natural Fenosa, en los que se mezcla magistralmente el suspense con consejos para ahorrar energía. Te sugiero que las eche un vistazo si vuelta con Iberia Express (insisto, lo correcto sería Exprés), porque su calidad es muy buena, con directores y actores de primera línea.

Al salir del avión me encontré con la sobrecargo y el tripulante de cabina. A la primera le felicité por su comportamiento enérgico y contundente, mientras que al auxiliar le aplaudí también su actitud.

Le estaba esperando para agradecerle su gesto me dijo el joven tripulante.

Necesitamos más pasajeros como usted me sorprendió la sobrecargo.

Y yo me marché convencido de que hay viajeros que necesitan lecciones de buenos modales, educación y respetar al prójimo, sobre todo.













   








Comentarios

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