Covid-19: Mallorca, la felicidad de volver a volar

Paquito, en  su habitación del hotel
El rugido de los motores me trasladó cinco meses atrás; a la última vez que subí a un avión para regresar del carnaval de Venecia a Madrid.

La maldita pandemia por el Covid-19, que tanta gente se ha llevado por delante en el mundo, nos ha recordado que somos vulnerables; que hay que invertir más en sanidad; que hay que ser mejores personas; que la muerte está a la vuelta de la esquina; que... hay que disfrutar de la vida. De esas pequeñas cosas, parafraseando al gran Serrat.

Ese primer vuelo después del confinamiento me supo a gloria. Hasta el movimiento brusco del avión, por las turbulencias después del despegue, me pareció agradable. Tenía ganas de volver a oír "buen vuelo" de la voz del piloto antes de levantar la aeronave. De volver a soñar, a disfrutar, a pesar de los cambios en la vida de todos.

Desayuno con vistas
Sí, las cosas han cambiado con la pandemia. Irremediablemente. Fuera y dentro de un avión, también. Caminar por la terminal 4 del aeropuerto Madrid Barajas un 16 de julio, en pleno estío, fue una experiencia triste. Poca gente, muchas mascarillas. Encontrar un aseo abierto resultó una tarea complicada; tomarte un café, casi imposible. Poquísimos establecimientos de restauración abiertos; también contadas con los dedos de las manos las tiendas que habían decidido lanzarse a la aventura de subir el cierre.

En la mochila, Paquito, un oso de peluche que me dio la satisfacción de hacer más llevaderos los cien días de confinamiento a varios cientos de personas con mensajes de ánimo, la mayoría. No sé si sabrá su historia: el nombre está dedicado a mi añorado Paco Torres, un actor de los pies a la cabeza que falleció a finales de marzo por el coronavirus.

Playa de Magaluf
Dentro del avión, no me resultó incómodo llevar puesta la mascarilla, el elemento que te puede salvar la vida. Curioso cómo llenamos ordenadamente la cabina siguiendo el protocolo del personal de tierra. Entré sin miedo, convencido de que, dentro de la aeronave, su sistema de ventilación renueva el aire cada dos o tres minutos, y que los filtros que utiliza son capaces de retener el 99,997 por ciento de las partículas del tamaño que tiene el coronavirus. La tripulación lo recordó varias veces, y yo me lo creo.

La calle de Punta Ballena como no la han visto en años
La comida. En mi familia somos de llevarnos el bocadillo y de llenar nuestra botella vacía con agua de los surtidores dentro del aeropuerto, una vez pasado el control de equipajes. Cuestión de economía. Lo hacemos por no pagar los precios desorbitados de la comida y de la bebida que venden dentro del avión, aunque ahora, con la pandemia, solo vi servir vasos de agua. Aunque, para esta ocasión, fuimos comidos desde casa porque el vuelo salió un poco antes de las cuatro de la tarde.

Si el llenado de la cabina se hizo sin rechistar, más llamativo fue el vaciado al llegar al destino. Me impresionó ver a los pasajeros abandonar la cabina por filas, sin aglomeraciones, obedeciendo las órdenes del piloto, que nos posó sobre el aeropuerto de Mallorca en una hora.

Cajero automático cerrado en verano.
Lo nunca visto en Magaluf
Para viajar hasta el hotel, mi mujer y yo reservamos un autobús compartido con la empresa MTS, aunque luego el traslado lo hizo un autobús de la empresa Transunion. Fue un acierto. Dos billetes, 13 euros. Nos llevaron hasta la misma puerta del hotel en 30 minutos, 7 más que lo que hubiera tardado un taxi o el autobús del hotel, menos económicos.

Bahía Príncipe Coral, en Magaluf, fue nuestro cuartel general. Al lado, la conocidísima calle de Punta Ballena, cerrada por el Gobierno balear después de los desmadres del turismo de borrachera unos días antes. Se lo conté a mi colega Juan Pablo Carabias, uno de esos periodistas que estudiaron la carrera para cambiar el mundo. Él había realizado un reportaje para Equipo de Investigación, un excelente programa de televisión en La Sexta, y se sorprendió al relatarle lo que yo había visto: tran-qui-li-dad por la falta de gente en la calle. Magaluf como nunca la habían visto.

Hotel de cinco estrellas en Magaluf. Cerrado.
Las buenas sensaciones con las que íbamos al hotel tardamos poco en confirmarlas. Habíamos pagado por adelantado 360 euros por una estancia de cuatro noches para dos personas en régimen de todo incluido. Sí, dilo en voz alta: un chollo. Y más en julio, desembolsando solo 60 euros por un billete de ida y vuelta en avión.

Pues ya sabes con quien te estás jugando los cuartos. Mi filosofía es invertir en viajes antes que jugar en la bolsa. Se puede, se debe viajar para levantar la economía de España en estos momentos tan convulsos, y se puede hacer también a unos precios muy buenos, excelentes. ¿La clave? Reservar con suficiente antelación. No te descubro nada nuevo.

Hotel Katmandú. Cerrado.
En el hotel, Álvaro fue el recepcionista que nos atendió nada más traspasar la puerta de entrada. Ya me di cuenta de lo que me iba a encontrar después: un personal encantador. Vicente, el jefe del bar, lo recalcó en el bar: "Lo mejor de este hotel es su plantilla". Verificado; completamente de acuerdo con este hombre, al que se le puso los vellos de punta cuando supo que procedíamos de Toledo. "Allí hice el servicio militar, cuando era obligatorio, en 1982", nos contó este tipo locuaz, cuyo parecido físico y de temperamento es semejante al de mi querido Juanjo, empleado en un club social de Toledo al que no veo desde hace un largo tiempo.

Los cuatro días en el hotel, donde las medidas higiénicas son sobresalientes, me sirvieron para hacer una similitud de lo que pasa en la calle ahora: gente sin mascarilla aunque te lo advierten hasta la saciedad; sujetos que se molestan porque alguien se lo recuerda; extranjeros responsables y otros, todo lo contrario; españoles que llevan la mascarilla y se la quitan para estornudar... Mi estancia en el Bahía Príncipe Coral fue un estupendo banco de pruebas sobre lo que me iba a encontrar en mis vacaciones por España este verano.

Parque Katmandú. Cerrado.
Del hotel solo nos alejamos unos kilómetros a pie, siempre con las mascarillas en las manos para utilizarlas en los momentos apropiados. Paseamos por las playas aledañas, todas con poca gente. La triste fotografía te hacía reflexionar: los establecimientos de hostelería, cerrados en su mayoría; al igual que los hoteleros. Una pena. La gente que no cumple las normas, ¿sabe, realmente, el daño físico y económico que puede causar al prójimo?

El sábado se dejaron ver las embarcaciones, que se acercaron a las playas para echar el ancla y disfrutar de un día espléndido. En el hotel, un sabrosa paella y una magnífica sangría como aperitivos antes de comer. Me dio pie para hablar con Ilko, un camarero búlgaro que había trabajado en Australia tres años y que, durante varios meses, se recorrió varios países asiáticos con el dinero que había ganado. "Regresé con solo 50 euros", resumió. Cosas de la juventud.

Le dije que lo citaría en mi bitácora, como a su compañero Nicolás, con un gran parecido físico a Luca Modric. Pero esto no fue lo que me llamó la atención de este camarero delgado de 36 años, sino que era la primera persona conocida que invertía en criptomonedas. La sorpresa fue mayor aún cuando una cliente que estaba en una mesa de al lado declaró en voz alta que ella también esperaba ganar dinero con ese medio digital de intercambio. Una coincidencia increíble.

Arbol del paseo marítimo de Son Matías
En el restaurante, un espléndido bufé para la clientela. Para el desayuno, la comida y la cena. Eso sí, una camarera en la puerta de entrada te esperaba para echarte gel en las manos cada vez que entrabas en la zona acotada para llenar los platos. Como siempre, a algunos clientes estúpidos les molestaba la medida. Pero insolidarios (y necios) los hay a patadas. En este hotel, también. Que se lo pregunten a Damiana, una de las encargadas del maravilloso restaurante.

En la piscina. Allí te encontrarás a Gabi, un socorrista de 57 años que no los aparenta ni de lejos porque su forma física es envidiable y por un secreto que no desvelaré. Es un bilbaíno que conoce perfectamente su trabajo, que compagina con otro en Salvamento Marítimo, además de hablar varios idiomas dentro de un hotel con clientes de varios países. Si logras que se baja la mascarilla, a veces a juego con su indumentaria de trabajo, seguro que le sacarás un parecido a Fernando Tejero, con barba canosa incluida
Calle de Punta Ballena. La próxima vez
probaré si es verdad que te multan

"¿Y tú eres Manolo aventuras?", me cuestionó Julio, un conocido de Toledo, que me sugirió visitar la virgen morena de Lluc y comer un helado en la Colonial, en la Colonia de Sant Jordi. "Si no haces eso, no has ido a Mallorca", sentenció. "Y después de Lluc, escucha un concierto de Chopin en la cartuja de Valldemosa", añadió. Antes me había dicho que, si me molaba correr, lo mejor sería ir de Caimari al santuario de Lluc, "10 kilómetros inolvidables", afirmó.

Pero mi regate fue hábil, creo. "Una aventura es estar en el hotel y no contagiarte en estos tiempos", respondí con cintura, después de comentarle que, en este viaje a Mallorca, solo nos moveríamos a pie alrededor del hotel.

Sucedió el mismo día que Áurea García, una periodista de Radio Nacional, me envió la grabación de la pieza que ella dedicó a Paquito. ¡Cómo se pueden contar tantas cosas en tan poco tiempo! Es algo que siempre he admirado de la gente de la radio. Paquito volvía así a las ondas después de haber presentado una edición de La Rotonda, de Joaquín Guzmán, en Radio Castilla-La Mancha.

Aeropuerto de Mallorca
Había volado a Mallorca con un sinsabor. Isabel, una mujer a la que he entrevistado dos veces por su profesión, me contó que su hija, monitora en un campamento, se había contagiado por el Covid. Por eso, cuando llevé a su madre para preguntar por la joven, le pedí que me diera su nombre para que Paquito le mandara un mensaje de ánimo. En su línea, ya sabes.

Después de cinco maravillosos días, tocó volver a casa para seguir trabajando. Marta, en recepción, nos deseó un buen vuelo antes de nuestra partida. Inesperadamente, el autobús de Transunion que nos devolvió al aeropuerto (13 euros los dos billetes) apareció dos minutos antes de la hora indicada. Felipe, su conductor, me dio la segunda alegría: "Daniel, un compañero mío, es de Talavera de la Reina". Y así se me gana rápidamente. La tierra tira; ya lo sabes.

Una hora de vuelo, recogida del vehículo en el aparcamiento del aeropuerto (39,60 euros) y llegada a casita. Descontando ahora los días para el próximo destino de Paquito en su campaña del turismo por España para apoyar la economía del país. ¿Una pista? Puede que sea santa, llana y tenga mar.




 

Comentarios

  1. Pero, Paquito, no se ha acordado de traernos una ensaimada. Aún sin peli que ya me lo toman bastante.
    Y ya con la cuenta atrás de 51.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario