Buscando el espíritu de Julio Camba

Habitación que Camba ocupó en el hotel Palace

Tercera planta del hotel Palace de Madrid. Una alfombra multicolor de La Alpujarra amortigua los pasos por el ancho y largo pasillo, iluminado como una pasarela de moda. Encuentro la habitación 383 y me paro en seco; me recorre un no sé qué por el cuerpo y hago una fotografía.

La puerta de madera, noble y oscura, es igual a todas las que he visto a un lado y a otro en este histórico y bello hotel de cinco estrellas, construido en 1912 con hormigón armado, algo novedoso en su época.

Muchos clientes habrán pasado por delante de esa puerta, y otros cientos habrán dormido en esa habitación, sin saber que hay una gran historia en su interior. Ahora es una habitación adaptada para personas con movilidad reducida, cerrada en estos momentos porque el Palace está a medio gas debido al coronavirus. Pero durante 13 años, entre 1949 y 1962, fue la residencia de Julio Camba, uno de los grandes escritores del siglo XX, que murió un 28 de febrero.

No era la primera vez que me hospedaba en este hotel, pagando una tarifa económica, claro. Desde hace tiempo, conocía la anécdota de Julio Camba, pero nunca me había dado por presentarme delante de la puerta, hacer una fotografía y preguntar a los trabajadores por su espíritu. ¿Sería cierto que la energía del periodista gallego flota por el Palace, cuyas centenarias paredes y sus 468 habitaciones guardan tantos secretos?

Paquito, en La Rotonda

Me acordé de Camba por la tarde porque dicen que don Julio era un personaje valleinclanesco. Fui a disfrutar con Rafael Álvarez, el Brujo, y de su obra sobre Ramón María del Valle-Inclán en el histórico y coqueto Teatro Alcázar. El actor cordobés es un método interpretativo en sí mismo. Un tipo con numerosas caras y registros; un monologuista de los clásicos que te habla de Valle-Inclán, y también de Fernando Simón, durante dos cortas horas sin tomar una gota de agua. "Dijeron que decía..." de Valle-Inclán, repitió este histrión, que solo necesita unas sillas, dos ristras de luces de colores y su inseparable músico, Javier Alejano, para crear espectáculo. Te atrapa de tal forma que a veces te olvidas de que llevas una mascarilla.

Luego, mientras descansaba pasada la medioanoche en la planta superior, en la habitación 450, se me pasó por la cabeza bajar hasta la 383 para comprobar si era verdad que existía el fantasma de Camba, el mismo del que Azorín ensalzó sus originales y delicadas columnas, escritas también con hondura. El mismo que Manuel Jabois calificó de bomba anarquista en El País, donde publicó su ficha policial.

Unas horas antes había cenado bajo la espectacular cúpula de vidrieras, conocida como La Rotonda y mucho más bella por el día. La misma que en la Guerra Civil fue un enorme quirófano o cuartel general, para muchos políticos y periodistas, en el golpe de Estado en el Congreso de los Diputados del 23 de febrero.

La formidable cúpula del hotel madrileño

Bajo esa elegante cúpula, donde prevalecen colores como el verde pistacho y el violeta en su mobiliario, me quedé solo unos minutos mientras disfrutaba de un burbujeante gin-tonic con una gran rodaja de naranja flotando sobre los hielos.

Entre sorbo y sorbo me imaginé a Camba en un lateral escribiendo artículos y crónicas, muchas de ellas publicadas en ABC. Recordaba algunas de las que había leído recientemente buceando en el archivo del periódico, en el que trabajo hace 31 años. Por unos momentos, creí ver a don Julio sentado en un sofá gris que tenía a mi derecha, observando al personal tan variopinto que pasa bajo la cúpula.

Pero, ya en la habitación y de madrugada, preferí esperar a la mañana siguiente en lugar de bajar a la 383. No fuese que uno de los vigilantes me preguntase qué demonios hacía dando vueltas a esas horas de la noche.

En el desayuno esperé a encontrar a Cristina, metre (adaptación al español) a la que conozco hace un tiempo. Bajo la cúpula le pregunté por el espíritu del escritor, pero no había escuchado nada. "Sí he oído sobre el espíritu de Mata Hari, que estuvo también alojada aquí", contó esta gentil profesional acerca de la bailarina y espía.

Uno de los pasillos por los que caminó Camba

De vuelta a la habitación después de un copioso desayuno, me encontré con Noemí y Ángeles, camareras de piso, un colectivo tan poco valorado en los hoteles y por muchos clientes, aunque no es mi caso. Y también les pregunté por el espíritu del periodista. Respuesta negativa. No habían oído nada. Ni ellas ni las más veteranas de sus compañeras. Y hablamos de Iker Jiménez y de Jiménez del Oso, y de fenómenos paranormales.

En esta investigación, como diría el comandante de su nave del misterio, quemé mi último cartucho antes de abandonar el hotel hasta la próxima ocasión. Pregunté a Jorge, el mismo recepcionista que me había antendido a mi llegada. También hice agua. Pero me abrió una puerta para la siguiente visita: hablar con los vigilantes de sus experiencias. ¿Será verdad que hay un túnel que comunica los hoteles Palace y Ritz, distantes apenas 200 metros y levantados con una diferencia de un año en la época de Alfonso XIII? Jorge no lo sabía.

Cuando yo tenga una respuesta, llamaré a tu puerta. Entretanto, lee a Julio Camba, viajero y gastrónomo. Todo el rollo que te he contado es para eso: reivindicar la figura del escritor que no quería escribir, como Mari Pau Domínguez tituló un artículo en ABC. ¿O decían que dijeron, Brujo?  

 



 

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