A Coruña: de Laura a Picasso, y el toque de queda
Cartel en el paseo marítimo |
—Perdonad, ¿qué fila han dicho? —nos preguntó.
—De la 20 a la 26 —respondimos a una chica joven y pizpireta.
Subimos al avión que nos llevaría desde el aeropuerto de Madrid a La Coruña en cincuenta minutos (billete de ida y vuelta con Iberia, 46 euros). Antes del despegue, el capitán explicó claramente el sistema de filtros HEPA de la aeronave, que elimina el 99,9% de partículas nocivas en el aire y, con ello, bacterias, hongos y virus. Lamentablemente, no me dio tiempo a poner en marcha la grabadora de mi teléfono móvil para que lo escucharan luego conocidos que tienen miedo a viajar en avión por la pandemia.
Aterrizamos en el aeropuerto gallego ya de noche, sobre las 20:30. No era un viernes cualquiera. Un nuevo estado de alarma en el horizonte, para intentar domar al maldito coronavirus, se cernía sobre nosotros. Había que disfrutar del fin de semana fuera de casa por si era el último más allá de tierras castellanomanchegas.Así, mi mujer y yo nos encaminamos a la parada del autobús urbano que nos conduciría hasta el centro de La Coruña por 1,55 euros el billete. Mientras esperábamos, con nuestro osito Paquito en la mochila, la misma chica vivaracha que nos preguntó en Madrid llegó al apeadero.
Paquito, en el sillón de Azaña |
Dentro del autobús, comenzamos a charlar con ella. Laura contó que era médico residente de familia. A pesar de la mascarilla blanca que tapaba su boca y nariz, se adivinaba que era una chica joven, apenas 26 años. Joven y locuaz.
La pandemia protagonizó rápidamente el diálogo. Por su experiencia en un barrio madrileño de clase media-baja, muchas personas no han podido, ni pueden, guardar la cuarentena como mandan los cánones. Se trata de familias con numerosos miembros en viviendas pequeñas, muy pequeñas a veces, donde el virus covid-19 puede hacerse perfectamente con el territorio. Ella propone que, a esos enfermos, se les debería dar con diligencia una solución, ya fuera en viviendas sociales u hoteles, para cortar la transmisión de raíz.
Conjunto escultórico dedicado a los surfistas en el paseo marítimo |
En el hotel (dos noches, fin de semana, 104 euros con desayuno la habitación doble), preguntamos por algún bar, taberna o restaurante para ir a cenar porque ya eran las diez de la noche. Les hablé de las recomendaciones de mi vecino Benito: Vitak, A Mundiña y Da Penela. «Su amigo les quiere mucho, porque la selección es muy buena», respondió el amable recepcionista del establecimiento, emplazado enfrente del famoso obelisco de la ciudad (te recomiendo que busques en internet su interesante historia).
Reflejos. Cerca de la plaza de María Pita |
Poco más nos dio tiempo a hacer y reservamos fuerzas para el día siguiente.
Piscina y jacuzzi con vistas al océano |
Parroquia de san Jorge |
Interior de san Jorge. Gel hidroalcohólico por agua bendita |
Fueron unos catorce kilómetros a pie, por un paseo marítimo con subidas y bajadas, antes de llegar a la plaza de María Pita, una heroína de la defensa de esta ciudad en 1589 contra la Invencible Inglesa. Estoy por apostar un euro a que en la Gran Bretaña, donde son muy dados a los musicales, habría montado ya uno con la historia de María Mayor Fernández de Cámara y Pita, el nombre completo de esta mujer, que tiene una estatua dedicada en esa formidable plaza, donde funcionan baños públicos subterráneos.
Casa donde Picasso vivió de los 9 a los 13 años |
En Da Penela degustamos una deliciosa tortilla de patata al estilo de Betanzos, un reconstituyente caldo gallego, unos chipirones exquisitos y un contundente raxo (cerdo) con patatas. Todo para compartir y regado con un verdejo Basa y rematado con leche frita de postre y café de puchero. ¿Precio? 46,50 euros. No quiero que me lo mejores; iguálamelo. Ya te digo: mi vecino Benito es un crack.
Paquito mira a María Pita |
Pasamos también por el mercado de la plaza de Lugo, tal vez el más famoso de pescado fresco de España. Y entramos en dos casas-museos, cuya visita es gratuita. Por un lado, la de Santiago Casares Quiroga, un abogado y político republicano, en la calle Panaderas. Una interesante exposición de pintores de la Asociación de Artistas de La Coruña era el preámbulo antes de subir en un ascensor a la última plaza de la vivienda del amigo personal de Manuel Azaña.
Lo primero que encontramos fue una exposición de María Casares, actriz e hija de Santiago Casares, ministro y jefe de Gobierno en la II República bajo la presidencia de Azaña. Eché en falta en la muestra sobre la vida de María textos en castellano y en inglés. Sólo los había en gallego. Aunque luego supe el motivo: debido a la pandemia, en la casa-museo no se permite el uso de audioguías, que tiene traducciones en varios idiomas.El famoso obelisco |
Pero el fallecimiento por difteria de Conchita, su hermana pequeña, a los 7 años de edad, cambiaría los plantes de la familia, que se mudó a Barcelona. Dicen que Conchita fue su musa y que Pablo, a pesar de su geniales 14 años, llegó a proponer un pacto al diablo: si su hermana mejoraba, él dejaría de pintar. Pero ganó la muerte.
¿Fue primero la tienda o las escaleras mecánicas? |
Antes de volver al hotel para una ducha rápida antes de volver a salir, pasamos por la tienda que el modisto toledano Félix Ramiro tiene en La Coruña. Sólo pude hablar unos minutos con sus empleados, algunos también paisanos de pueblos cercanos a Toledo. También echamos un ojo a la plaza dedicada al humor, donde hay grabados recordando a Mortadelo y Filemón, Carpanta, Groucho Marx o Antonio Mingote (a quien entrevisté en una ocasión). También a Hardy y Laurel (el Gordo y el Flaco), Carliños y Snoopy, así como a Cervantes y Valle-Inclán.
Plaza del Humor |
En este local, situado en la calle Estrella, me sorprendió ver gente que eso de los abrazos y la distancia de seguridad no iba con ellos. Entendí entonces que el cierre del ocio nocturno a una determinada hora y el toque de queda estaban justificados. Menos mal que nosotros consumimos junto a la puerta de entrada, abierta de par en par.
Plaza del Humor |
En esta taberna también sirven la cerveza de bodega de Estrella Galicia, cuya fábrica está en la ciudad. Y las cervezas las acompañamos de una media ración de quesos gallegos, otra de almejas espléndidamente guisadas y otra de croquetas caseras que quitaban el «sentío». Abrochado todo con un gin-tonic porque llovía con fuerza en la calle, pagamos al final 40 euros.
Cerveza y tapa, 3 euros, en el Vitak |
La segunda y última noche en La Coruña estuvo rodeada de misterio en medio de la madrugada. Unos ruidos a eso de las cuatro me desveló. Pensé en un principio que podría ser algo parecido a lo que viví unos meses antes en un hotel de Santiago de Compostela: una mujer comenzó a gemir en medio de la noche porque se había caído al suelo en su habitación y necesitaba ayuda.
La fachada de la Casa Arambillet |
La «madrugá» me sirvió al menos para comprobar que el cambio de hora en mi teléfono móvil se había realizado correctamente. Esperé pacientemente a que el ardor disminuyera. Sin embargo, lejos de llegar el silencio, la pareja se puso a charlar como si fueran las doce de la mañana. Afortunadamente, el ruido de la pequeña nevera que había en nuestra habitación ayudó a mitigar el diálogo postcopulación, que duró algo más de media hora.
Monedas en una pared de la taberna de Cunqueiro |
Fue la primera vez que llegábamos los primeros a un aeropuerto. Es cierto que el aeródromo de La Coruña no es muy grande, pero la anécdota te servirá para hacerte una idea de cómo está la cosa de los viajes en avión en estos tiempos de pandemia.
A la derecha, el dique y el llamativo edificio de Capitanía marítima |
Regreso a Madrid ¿El último vuelo durante un tiempo? |
Cerrada perimetralmente Castilla-La Mancha, no podemos salir ahora por ocio más allá de la comunidad autónoma. Entonces habrá que ayudar a la economía de otra manera; por ejemplo, haciendo eso que llaman «turismo de proximidad». Pero siempre con responsabilidad y respetando las normas sanitarias para evitar que el maldito virus nos cace.
La Torre de Hércules desde el paseo marítimo |
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