Don Paquito de la Mancha: una Semana Santa distinta

Don Paquito de la Mancha y molinos de Campo de Criptana
Con mi comunidad autónoma cerrada por el coronavirus, hubo que buscar un destino dentro de Castilla-La Mancha para pasar unos días de descanso en Semana Santa. Turismo de cercanía en definitiva. ¿Objetivo? La provincia de Ciudad Real, que se encuentra a un tiro de piedra de casa y con don Paquito de la Mancha como hidalgo caballero por tierras de don Quijote. 

Don Lotario y Plinio, en la plaza de
España de Tomelloso
Antes de llegar al hotel de Tomelloso que utilizaríamos como cuartel general durante seis noches, pasamos por Campo de Criptana. Es la población manchega donde nacieron Sara Montiel, considerada la mujer más bella del cine español, y el músico Luis Cobos.

Criptana, como simplifican en la comarca, es un pueblo donde el blanco y azul añil de varias viviendas se mezclan con otras muchas atípicas, donde proliferan todavía tejados de uralita y, por tanto, con el peligroso amianto acechando. El mismo que provocó la muerte del periodista José María Íñigo. Lo hablé con las dos personas con las que quedamos a primera hora. Hilario y Paquita, una simpática y amable pareja a la que conocemos hace años, nos guiaron con su coche hasta lo alto de la sierra donde un puñado de molinos blancos vigila el pueblo de estas tierras cervantinas y ventosas.

S. Morillo, delante de su serie Coronavirus
Pensaba que sería sencillo llegar hasta la parte más alta del municipio, pero es mejor que lleves GPS en el coche o en tu teléfono móvil. Es más fácil perderse en esa laberíntica subida hasta los gigantes de don Quijote que extraviarse en el cuadriculado barrio neoyorquino de Manhattan. No exagero.

Caminamos entre los majestuosos molinos y charlé con tres chicas de la tienda de ropa y accesorios Mocca en Tomelloso, nuestro destino vespertino, que realizaban unas fotografías con algunos de sus últimos modelos.

Después de tomar un café en la terraza de la cueva La Martina antes del mediodía, mi querida esposa y yo nos dirigimos a la cercana población de Pedro Muñoz, la localidad natal de nuestros vecinos Ángel y Flori, y de nuestra amiga Pilar.

Pizza Rolling en Marquinetti
Allí visitamos la singular exposición del escultor y pintor S. Morillo (Pedro es su nombre de pila). Entre sus obras, una serie dedicada al coronavirus, que ha salido de su cabeza después de la experiencia vital con el SARS-CoV-2 que casi se lo lleva al otro barrio. Él lo había contado en un artículo que escribí en mi periódico semanas atrás. Entonces le aseguré que iría a verlo cuando tuviera la primera oportunidad. Y cumplí con mi palabra.

Pero, en la entrevista para el periódico, no había relatado lo que Pedro desveló durante esta visita inesperada. Me contó que, después de caminar al filo de la muerte por culpa de la COVID-19, ha recuperado facultades físicas que había perdido por el inexorable paso de la edad. Por ejemplo: de no poder ponerse los calcetines, ha pasado a tener la flexibilidad suficiente para hacerlo.

Castillo y embalse de Peñarroya
Asombrados por esa revelación y por su singular exposición pictórica, volvimos a Campo de Criptana para comer en la coqueta terraza de La Martina, donde había quedado con mi amiga Marta para tomar café. Pero me decepcionó la relación calidad-precio de la comida. No me gustó. Tampoco pudimos compartir un café con mi amiga y seguimos nuestro camino hacia Tomelloso.

En esta población vinícola nos alojamos seis noches en el hotel Altora: bonito, cuidado y con detalles muy interesantes. ¿El precio? Fantástico también; a 38 euros la jornada en una habitación doble sin desayuno.

Pero, antes de dormir la primera noche, había que llenar el buche. Cenamos en Marquinetti, un  restaurante de comida italiana propiedad del tomellosero Jesús Marquina, conocido como 'Il Dottore Marquinetti' por muchos italianos. El éxito de este restaurante es mayúsculo y las críticas, muy favorables.

Exposición de Julián Díaz en el centro
de interpretación de Peñarroya
Había reservado una mesa un par de días antes, después de que mis vecinos Sara y Benito, además de mi amiga Ana, me lo recomendasen. Y me gustó en general. Los espaguetis, ni fu ni fa; pero la pizza Rolling, dedicada al grupo musical y servida sobre una tabla con su famosa lengua, estaba deliciosa. La masa, magnífica; y los ingredientes de aguacate y salmón, acertadísimos. Completamos con un tiramisú espléndido. Y me acordé de lo que había pagado en La Martina unas horas antes. Conclusión: no había color entre una y otra opción. Marquinetti mereció la pena y reservamos para ir otra noche (lunes y martes no pudo ser porque cerraban).

A la mañana siguiente, me encantó la jornada en las lagunas de Ruidera, a una media hora de Tomelloso. Estaban de cine. A tope de agua y el embalse de Peñarroya, desembalsando porque iba a reventar. Este pantano está junto a un pequeño castillo con restos medievales. No dejes de visitar la fortaleza, si vas a esa zona, porque viajarás en el tiempo. Tiene un centro de interpretación del paraje y también un merendero con un quiosco de madera que no utilicé.

Lagunas de Ruidera

Luego irás remontando los humedales, preciosos en primavera. No te imaginas que un entorno así esté en medio de La Mancha, donde abundan los viñedos y los olivos. Allí dispones de varios alojamientos para dormir y lugares para comer con vistas a las lagunas. Un emplazamiento pintoresco. Nosotros nos sentamos a una mesa en el restaurante La perca rosa. Al aire libre. Estupendas la comida y la atención profesional de Ana, una camarera que vive en Madrid y que tiene también con casa en el pueblo de Ruidera. Además, me enseñó un vocablo, 'arrescuñar', para decir que estaba remetiendo el mantel de papel en la mesa con el fin de que se quedara más sujeto.

El hundimiento, en Ruidera
Allí comimos un menú por 18 euros, con un vino de la zona incluido: un tomillar tinto de uva tempranillo. No se puede pedir más si hay un plus: la espléndida panorámica a los pies de la laguna del Rey, a unos pasos de la cascada en el paraje conocido como El hundimiento. Tampoco te la pierdas.

Echamos una hora más en la zona antes de regresar a Tomelloso para dormir la siesta. Luego cenamos en el restaurante La Antigua. Otro acierto: platos cuidados en un recinto precioso, bellamente adornado y con suelos hidráulicos. Probamos un allozo, un vino tinto que nos recomendaron nuestros vecinos Benito y Mari Paz, unos viajeros incansables.

Sin embargo, lo que menos me gustó en La Antigua, es su preciosa azulejería, procedente de Úbeda (Jaén) según comentó Paco, un atento camarero preparado para cualquier restaurante de alto copete. Me habría fascinado mucho más que los azulejos fueran de Talavera de la Reina, de donde desciendo, pero todo no es posible en la vida.

Un desfibrilador en la calle,
junto a la plaza de toros de Tomelloso

Después de la segunda noche en el Altora, donde su recepcionista Paula es una gran conversadora, la tercera jornada del viaje la dedicamos a recorrer Villanueva de los Infantes. Esta población de unos 6.000 habitantes forma parte de la red de los pueblos más bonitos de España y dicen los últimos estudios que es el lugar de La Mancha que Cervantes no quiso desvelar en El Quijote.

No sé si don Miguel se refería a esta localidad o no; no voy a entrar en ese asunto. Lo que sí te aseguro es que su maravilloso casco histórico, donde el blanco y rojo de sus edificios bailan armoniosamente, te encandilará. Pasear por sus calles, vacías de peatones algunas de ellas, es una fantástica excursión al pasado. Su plaza Mayor es increíble, con una iglesia esbelta que guarda en una cripta iluminada los restos de su singular vecino Francisco de Quevedo.

Paquito, en Calatrava la Nueva

Inés te atenderá en la oficina de turismo, a unos cien metros de la plaza donde te esperan para la fotografía unas esculturas de don Quijote y Sancho, junto con otras de Rocinante y Rucio.

Ella tiene una voz de las que te atrapa cuando te habla, de las que te embelesa y deduces: "Esta señora nació para guiar a los turistas".

Luego coincidimos con Inés en el edificio donde Quevedo estuvo preso. Viajamos otra vez en el tiempo cuando entramos en su celda y también en el refectorio, que ha sido muy reformado después de haber sido colegio. En esta sala donde los monjes comían, te esperan cuatro sorpresas: podrás admirar una obra de Picasso y tres de Dalí. Sí, como lo lees.

En Tomelloso dan otro uso a los
tapones de las botellas de vino

Para el buen yantar, elegimos ese día el restaurante de la hospedería de Santa Elena, el pequeño pueblo de San Carlos del Valle donde te sorprenderán una hermosísima plaza empedrada y una iglesia espectacular por fuera (estaba cerrada y no pude verla por dentro). Recuperados de tanta belleza, luego nos cautivó el menú que degustamos por 17 euros. Una lasaña en deconstrucción me dejó ojiplático en un local decorado con mucho gusto y con unos camareros muy atentos, Paco y David.

Papelera en una calle de Villanueva de los Infantes

Al salir, me fijé en una fotografía en la que vi a los reyes de España, Felipe y Letizia. David, uno de los dos empleados que nos atendieron con una sonrisa durante la comida, me contó la historia que hay detrás de esa imagen. Las dos anécdotas que vivieron con los monarcas despertarán tu curiosidad, seas o no monárquico. La primera, cuando Felipe y Letizia aparecieron de improviso después de una visita a Villanueva de los Infantes. Pero la segunda fue todavía más rocambolesca. En el hotel no supieron que eran ellos hasta que bajaron  de su habitación después de pasar una noche. Si vas, busca a David y que te las cuente. No te defraudará.

Los restos de Quevedo, en
Villanueva de los Infantes

Cerramos la jornada en el restaurante La Antigua. Repetimos y acertamos en la cena. También en la bebida. Ya habíamos tomados vinos locales de la marca Tomillar y Allozo, por lo que nos dejamos llevar por la sugerencia que nos había hecho Paula, la amable recepcionista del hotel. Pedimos entonces un verum roble y dimos en la diana.

Como habíamos hecho las noches anteriores, después de cenar regresamos al hotel antes de las once, la hora tope para recogerse debido a las medidas adoptadas por la pandemia. Y volví a sorprenderme, al pasar por la plaza de España, con la iluminación artificial que resaltaba el blanco de las casas consistoriales.

Villanueva de los Infantes
Pensaba que el cuarto día iba a ser menos interesante que el resto. Pero ni mucho menos fue así. En un pispás llegamos a Argamasilla de Alba, a una decena de kilómetros de Tomelloso. Fuimos directos a su oficina de turismo, enclavada en el mismo edificio donde podrás visitar la cueva de Medrano, el lugar donde la tradición popular asegura que Cervantes comenzó a escribir El Quijote mientras estuvo preso. Sobrecoge la cueva y la imaginación vuela, como la de don Miguel hace siglos. Ojalá se pegara algo, maese, para dejar de ser un juntaletras. Pero, a estas alturas, lo veo difícil.

En la oficina de turismo te encontrarás con Isabel, una encantadora guía de verbo fácil, que te explica por qué Argamasilla es ese 'lugar de la Mancha'. Como ella dice, es muy sano este pique entre esta población y Villanueva de los Infantes. Porque lo bueno es que los turistas se acerquen para conocer las dos versiones, y que luego cada uno apoye una u otra.

Paquito, en la entrada de la cueva de Medrano
Lo que me llama la atención en ambos pueblos, aparte de su pasado cervantino, es el elevado número de oficinas bancarias que se concentran en pocos metros cuadrados. Deduzco, quizá por error, que hay mucho dinero en juego, porque ya sabes que, donde las entidades financieras ponen el ojo, ponen la bala. Pocas veces fallan, imagino.

Como te digo, no esperaba un 'supermartes' porque no lo había preparado bien. Pero, antes de salir de Argamasilla, cogí mi teléfono móvil y busqué en Google. Y comencé a recordar que mis compañeros Mariano Cebrián y Juan Antonio Pérez habían escrito sobre el museo del polifacético Ignacio Sánchez Mejías en Manzanares. Y también encontré información del diseñador Manuel Piña y del Museo del Queso Manchego. Por eso condujimos hacia allí, a media hora en coche.

Paquito, en la cueva de Medrano. La tradición
dice que Cervantes comenzó a escribir El Quijote
En Manzanares, me deslumbró el museo de Piña, emplazado en una larga cueva pintada con un verde claro y una iluminación que hacen que me brote un adjetivo: precioso, como los trajes expuestos. Una visita muy enriquecedora también por las explicaciones de Blas, un guía al que le gusta su trabajo. Disfrutó dándonos información después de tomarnos la temperatura corporal nada más entrar en el edificio, una casa solariega donde llegó a pernoctar Santa Teresa de Jesús.

Como el día era soleado, comimos de tapas en la amplia plaza principal del pueblo, de donde es mi colega Beatriz Romero Buenasmañanas. Con ella compartí redacción en ABC durante dos años y, desde hace un tiempo, es la responsable de la oficina de Prensa de la Agencia Europea del Medicamento. Con la que está cayendo por el coronavirus, hubiera sido mucha casualidad verla por la calle ese día. 

Argamasilla de Alba
Ya repuestos, después de dar cuenta de unas viandas, nos introdujimos en el mundo de Ignacio Sánchez Mejías, torero y escritor, precursor de la Generación del 27. Visitamos su museo, comunicado con el del Queso, donde nos atendió Alba. Ella también nos tomó la temperatura corporal, como había hecho Blas en el Museo Manuel Piña. Y superamos la prueba.

Me habría quedado una hora más, como poco, releyendo los carteles sobre la vida y la obra del cuñado de Joselito, la figura del toreo a la que un cornúpeta sesgó la vida en Talavera de la Reina el 16 de mayo de 1920 (es una fecha que, como la batalla de Tolosa, no se me olvida).

En el museo, donde los relojes están parados a las cinco de la tarde, leí completamente el poema en el que Federico García Lorca, amigo de Sánchez Mejías, lamentó su muerte dos días después de ser corneado por un toro en la plaza de toros de Manzanares. Una media verónica espléndida para despedir a un ser querido, como dice el maestro Manuel Molés en el vídeo ilustrativo.

Museo Manuel Piña en Manzanares

Ya que estábamos metidos en faena, abrochamos la jornada del jueves cenando en Triana, un restaurante con ambiente andaluz que dirige Pablo, un simpatiquísimo anfitrión que se mueve como pez en el agua. Como Alfonso Beltrán, un primo de mi mujer, al que Pablo conoce desde hace muchos años. Son como dos gotas de agua en el trato al cliente. Además, en el Triana hay un personal con muy buena mano en la cocina y con un joven camarero, Luis, de 19 años, que apunta muy alto.

De parte de Pablo, enviamos saludos por WhatsApp a mi estimado colega radiofónico Javier Ruiz, quien me confirmó lo que yo había degustado: "¡Cómo se tapea en el Triana, que tiene gente sincera y muy buena!".

El quinto día lo encaramos con unas porras riquísimas en el cuerpo desde primera hora de la mañana. Fue en la churrería Tejeringos, detrás del Ayuntamiento. Crujientes por fuera y mantequilla por dentro. Soberbias. Y supe, por mi mujer, que tejeringo se llama al churro que se hacía en las casas antiguamente, solo con harina, agua, sal, y aceite de oliva o de semillas para freírlos.

Museo del Queso Manchego en Manzanares
Antes de comenzar la excursión, envié fotos de don Paquito de la Mancha a La rotonda, un exitoso programa de Radio Castilla-La Mancha del que soy un fiel oyente. A su director, Joaquín Guzmán, ya le había mandado esos días otras imágenes del oso viajero, por si le parecía oportuno colgarlas en su página de Facebook. Y aceptó: el creador del mítico programa musical La gramola tuvo a bien publicarlas.

Con la alegría en el cuerpo, viajamos en coche hasta la  plaza de toros cuadrada de Las Virtudes, que emerge en una alameda en la que la música la ponen los pájaros. Me cautivó el viejo coso, donde se celebran al menos dos festejos taurinos al año. Un albero donde el último toro indultado fue un cebada gago, de nombre 'Pensativo', que el diestro Aníbal Ruiz lidió el 8 de septiembre de 2012.

Museo del Queso Manchego
en Manzanares
Disfruté recorriendo el interior de la plaza tanto o más que la iglesia anexa, donde la cúpula guarda una sorpresa que no te dejará indiferente. Acércate y ya me contarás. Y, quizá, cruces unas palabras con Juan, el santero del templo, mientras cambia los ramos de flores que los paisanos han dejado para la Virgen de Las Virtudes. Eso sí, lleva un euro para las luces.

Apuramos el tiempo en los alrededores antes de seguir la ruta hacia la cercana población de Viso del Marqués. En este pueblo que se asoma a Andalucía visitamos primero su iglesia, donde te encontrarás en una pared con un cocodrilo del Nilo disecado, aunque en el pueblo lo llaman lagarto.

Ojalá te acompañe la suerte que tuvimos de que Juan Manuel, un maestro de escuela jubilado y encorbatado, se cruzara en la puerta del templo. Hermano mayor de la cofradía de Jesús Nazareno, Juan Manuel nació para dar clase. Se lo noté en las explicaciones que nos regaló sobre el cocodrilo, recientemente restaurado, y acerca de algún tesoro inesperado que guardaba el templo. Por cierto, en él permaneció un día el cadáver de la reina Isabel la Católica camino de su sepulcro en la catedral de Granada.

Museo Ignacio Sánchez Mejías
A la hora del Ángelus, las doce de la mañana, entramos en el edificio que nos había llevado hasta Viso: el palacio de Álvaro de Bazán, que contiene legajos y documentación del Museo de la Marina. Dentro del gigantesco inmueble, donde encontrarás la inigualable cerámica de Juan Ruiz de Luna, te 'teletransportarás' al renacimiento italiano. ¡Una joya así en La Mancha! Te quedarás sin palabras. Y ten cuidado porque el síndrome de Stendhal te acechará en un palacio que ha sido plató para series de televisión.

Calzada de Calatrava.
No falta el botellín de cerveza

Siguiendo las indicaciones de Juan Manuel, y después de tomar una cerveza con una tapa de jamón serrano en un plato del tamaño de una alcantarilla, recorrimos el museo de ciencias naturales del pueblo. Seguro que te impresionará ver tal cosa en una localidad tan pequeña. Cómo de una iniciativa privada de una asociación, Avan, se ha conseguido algo tan educativo para niños y adultos.

De camino a Calatrava la Nueva, una fortaleza situada en medio de la nada a unos 40 minutos en coche, paramos a comer en el restaurante San Isidro de Calzada de Calatrava, el pueblo del cineasta Pedro Almodóvar. Nos atendió personalmente el jefe, Pepe. Me dejé llevar por él y disfruté de un riquísimo plato de albóndigas caseras hechas por su mujer, Ramoni (el diminutivo de Ramona). Comimos un edificante menú por 12 euros, salpicado de una conversación con el dueño sobre viajes de placer. Después de un café bien tirado, continuamos nuestra ruta.

Luis, del Triana, con botafumeiro
e incienso. Es Semana Santa
En veinte minutos llegamos al cruce para subir al convento-castillo Calatrava la Nueva. Llámame desmesurado, pero a mí me dio la sensación que invertí más tiempo en recorrer en coche los dos kilómetros hasta el aparcamiento a los pies de la fortaleza. No estaría de más que las autoridades echaran un vistazo al acceso, un camino de cabras estrechísimo en muchos tramos, donde dos vehículos no pueden cruzarse. Imposible. Y también mirar el asunto del teléfono. Durante una semana, no pude contactar con el personal para resolver una duda porque se habían quedados incomunicados, según me contaron. 

Eso sí, mereció penar sobre las piedras del camino, con el temor a romper el coche, para descubrir un edificio singular. Se alza majestuoso en una zona volcánica. Lo ves a lo lejos, difuminado en una calima cansina, pero nunca esperas encontrar algo así cuando estás debajo de él. Los cuatro euros que pagas por la entrada los merece. Allí te sentirás un personaje calatravo, de otro tiempo. Y, si tienes la mala fortuna de que los aseos estén cerrados, tendrás que aliviarte como entonces: al campo. No se puede pedir más.

Plaza de toros cuadrada de Las Virtudes
De vuelta en el hotel, pregunté a Paula, la simpática recepcionista, por qué el viento no había dejado de soplar desde que llegamos. Quizá era un tanto estúpida la cuestión estando en tierras de molinos, pero me salió así. "Es habitual por estas fechas", me respondió.

Fue antes de que me duchara y saliera a la calle de nuevo. Habíamos reservado para cenar por segunda vez en el Marquinetti, un referente de la cocina italiana en la comarca, pero cancelamos con tiempo. Preferimos repetir en el Triana, donde el personal, muy capillita y de Semana Santa, nos sorprendió con una respetuosa procesión por el local empleando un bello paso hecho con cartón. No le faltó su particular imagen, una muñeca espléndidamente engalanada con un manto, ni tampoco el llamador para marcar los tiempos mientras sonaban marchas procesionales. ¡La imaginación, al poder! Como testigos, técnicos de la selección española junior masculina de Ciclismo, que estaba concentrada en el pueblo, de donde es natural su responsable, Paco Cerezo.

Paquito, la plaza de toros y la iglesia anexa
Habrás observador que no he citado ni Almagro ni otros lugares como las Tablas de Daimiel, a una hora de Tomelloso. Ya lo conocemos y había que emplear el tiempo en descubrir otros lugares.

Por eso el último día en la ciudad de nuestro cuartel general lo dedicamos al turismo local. Visitamos su iglesia de la Asunción, el centro cultural Antonio López Torres y la posada de los portales, declarada monumento histórico-artístico. Este inmueble, el más emblemático de esta población de 36.000 habitantes, fue construido en la segunda mitad del siglo XVIII y fue albergue de viajeros y caballerías hasta los años setenta del siglo pasado.

El cocodrilo disecado de la iglesia de Viso
En este bello edificio, convertido en oficina de turismo y centro cultural, te atenderá Cristina. Es una señora rubia con unos preciosos ojos azules, una voz pausada y unos conocimientos turísticos acordes a un puesto de trabajo como el suyo. Tuvimos una larga charla. Definió a sus paisanos como testarudos justos dos minutos antes de que mi amigo Jesús me escribiera este wasap: "A cabezones no hay quien los gane". Y también salió a relucir el nombre de Francisco García Pavón, el ilustre escritor y crítico literario tomellosero. Él fue el creador de Plinio, jefe de la Policía local de Tomelloso, que llegó a convertirse en un personaje televisivo.

Precisamente en la misma plaza de España, donde se asienta la posada de los portales, encontrarás dos figuras de bronce, al lado de la iglesia, que representan a Plinio y a su compañero de batallas, don Lotario. Y algo más cerca de la antigua fonda de viajeros verás el edificio que hace las veces de cuartel de la Policía local. Delante de él, las figuras de dos terreras, un símbolo del pueblo. Cristina te contará que las terreras fueron las primeras mujeres en llevar pantalones en España. Ellas ayudaban a retirar la tierra que un hombre, el picador, había acumulado en espuertas durante la excavación de una cueva-bodega, de pozos y de sótanos.

Paquito, en la entrada al Museo de
la Marina en Viso del Marqués

Al hilo, Cristina te dirá también que Tomelloso está hueca por debajo, agujereada. Sus cuevas, un mundo por descubrir. Y, probablemente, te acordarás de que los enrejados y tapaderas de metal que has visto sobre las aceras de las calles. Son las llamadas lumbreras, salidas a la superficie obligatorias por razones de seguridad, ya que por ahí se evaporaban los gases del vino. Te llamarán la atención tanto como a mí, que me encontré varias cada pocos metros en la calle donde aparcaba el coche junto al hotel.

Siguiendo la recomendación de Cristina, caminamos hasta el centro cultural Antonio López Torres, tío del famoso pintor Antonio López. Dentro, en la misma puerta, nos atendió María Teresa. Es otra mujer como Cristina; a ambas les gusta su trabajo. Se nota a la hora de hablarte, de explicarte, de dedicarte tiempo.

Vimos algunas de las brillantes obras de López Torres. Nada más detenerte en la primera, un dibujo que te encuentras a la derecha según entras en la exposición, te darás cuenta de la calidad que atesoraba desde pequeñito. !Lo pintó con solo 13 años!

Museo de Ciencias Naturales de Viso
El recorrido por su evolución como artista nos preparó para deleitarnos luego con otra muestra: la del pintor de Manzanares Pérez Villegas. Me quedé absorto ante tanta belleza. Aluciné. Si me hubieran soltado allí con los ojos cerrados y me hubieran quitado la venda, no habría sabido decir si lo que tenía delante eran pinturas o fotografías. ¡Me cautivó! Y a punto estuve de decírselo al autor, que estaba allí junto con su mujer y otra pareja. Pero decidí no molestar.

Para despedirnos de Tomelloso, gastronómicamente hablando, fuimos a comer al Triana. Degusté un solomillo que mi mujer ya había probado las dos noches anteriores. Exquisito; como si fuera mantequilla. Lo que más me llamó la atención es que estaba hecho, como a mí me gusta; nada de estar en su punto o sangrando. ¡Calidad, calidad y calidad!

Lo que me intranquilizó, sin embargo, fue el comportamiento de ciertos comensales en el interior del local: hablando en voz alta con los clientes de la mesa aledaña, sin mantener la distancia de seguridad. Como si la historia de la pandemia no fuera con ellos. Mi mujer sospechó que venían juntos, a pesar de estar en mesas separadas por eso de las normas sanitarias. ¿Las mascarillas? Pues eso... Apresuramos y desistí de tomarme un gin-tonic.

El Ayuntamiento de Tomelloso desde
la balconada de la posada de los portales
Cerramos el circuito culinario cenando en el restaurante La Antigua otra vez. De nuevo, de diez. Y con la atención profesional de Arturo, un joven que apunta alto, como los compañeros que conocimos los días anteriores. Curiosamente, Arturo tenía reciente la reseña en Google en la que un supuesto comensal criticaba la falta de amabilidad del personal del local. Ver para creer.

Antes de emprender el regreso, el Viernes Santo volvimos a desayunar unas porras divinas en Tejeringos. Luego, ya en carretera, decidimos desviarnos a Tembleque, a mitad de camino de casa. Felicidad, la agente de turismo local, había invitado a don Paquito de la Mancha a visitar el pueblo unos días antes. Había visto sus fotografías en la página de La Rotonda en Facebook y se decidió a lanzar la idea. Y aceptamos.

Nos sorprendió positivamente la restauración de la plaza Mayor de Tembleque, que recordábamos destartalada y descuidada años atrás. Fue el mejor epílogo, inesperado y gratificante, a un viaje por tierras de quijotes. Y ya es casualidad que la invitación llegara de una mujer llamada Felicidad. Estas cosas solo le pasan a un osito tan viajero.

Plaza Mayor de Tembleque, bellamente restaurada



  

Comentarios

  1. Manuel: Gracias por visitar los museos de Manzanares, por viajar por la provincia de Ciudad Real, pero, especialmente, por contarlo. Te he compartido en mis redes. Saludos.
    Blas.

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    1. Fue un placer conocerte y escuchar el entusiasmo con el que relatas la historia de un grande de la moda.

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