De Calella a Murcia, una acrobacia de 4.000 kilómetros

Paquito, en el hotel Impressive de Motril
Que las autoridades estadounidense no te permitan volar a Nueva York con un grupo de 22 personas, debido a las restricciones por el covid, no debe arruinarte las vacaciones de verano. Al contrario. Porque siempre se ha dicho que un clavo saca otro clavo.

Esto fue lo que pensé cuando tuve que anular todo lo que había hilado once meses antes (vuelos, hotel y seguros de viaje) para visitar la que dicen es la ciudad que nunca duerme, un axioma con el que no estoy de acuerdo por mi propia experiencia. Pero eso es otra historia.

Vamos al grano.

Me sobrepuse a la prohibición de volar a Estados Unidos e ideé otro recorrido para aprovechar las vacaciones estivales. Después de estar en Verona (Italia) para disfrutar otra vez de su festival de ópera -algo que te conté en la entrada anterior-, descansamos una noche en casa para cambiar la maleta y, a la mañana siguiente, emprendimos viaje hacia Cataluña. Madre y padre solos.

Nuestro hijo mayor nos acercó a la estación de Toledo. Habíamos pagado 11 euros por cabeza para llegar a Madrid, un precio muy caro si lo comparo con el tren en Italia y lo que desembolsamos después para llegar a Barcelona desde la capital de España. Desde que se implató lo que se consideró alta velocidad desde Toledo, hace ya años, creo que esa apuesta ha sido más negativa que positiva para el público en general. 

En Calella, el Maresme

Ya en Atocha, una de las estaciones ferroviarias madrileñas, nos subimos a un convoy Avlo por 9 euros cada uno para recorrer 500 kilómetros, Fueron dos euros menos de lo que pagamos para los 59 kilómetros que separan de Toledo. En esta ecuación, evidentemente algo no cuadra. 

Fuimos como una bala a la Ciudad Condal, adonde llegamos en dos horas y 45 minutos. El precio tan económico (ni a dos euros los 100 kilómetros) es el resultado de la competencia, que se llama Ouigo. Esto ha permitido bajar ostensiblemente los precios, pero siempre que reserves con antelación. Aviso.

Llegamos a la concurrida estación de Sants, en el corazón de Barcelona, donde una gentil y joven empleda nos ayudó a tomar el tren regional correcto (R1) para llegar a Calella, en la costa del Maresme. En una hora y cuarto nos apeamos en esta ciudad turística, después de un bello recorrido por la costa. Allí nos alojamos 8 noches, con todo incluido, en el hotel Santa Mónica. En total, 784 euros, con las tasas turísticas incluidas. Una estupenda estancia, más agradable si conoces a empleados como Mónica, José, Ray o Braulio, que capitanea el equipo del comedor.

Vendedor ambulante camina paralelo
a la vía del tren que llega a Calella

En varias ocasiones agradecí al servicio de cocina su entrega para que comiéramos muy bien, a pesar del elevado número de comensales algunos días. Como siempre, habrá voces discordantes que se quejen hasta por el color blanco de los manteles, pero no es mi caso. Creo que me ha ayudado viajar, que te abre la mente y el estómago. 

Algún conocido me afeó que hubiera ido hasta Cataluña, por eso del independentismo político. Pero, la verdad, estuve muy cómoco caminando por sus calles. Me llamó la atención la cantidad de banderas de España y de la estelada que se vendían en los negocios, como el de Rocky. 'En los 30 años que llevo aquí no he tenido ningún problema', me dijo este simpático comerciante de pelo cano.

Estatua en Calella

Siguiendo las indicaciones de José, uno de los camareros del hotel, llegamos por casualidad a la tienda de José durante un paseo por el coqueto casco viejo de Calella. José es un toledano con gracejo que también lleva muchas décadas residiendo en este pueblo marítimo, donde abrió un negocio de cuchillería que ahora es una tienda especializada en 'airsoft' (busca en internet lo que es si no lo sabes). 'Cuando mi mujer estaba a punto de parir, nos íbamos a Toledo para que mis hijos nacieran allí; todos son toledanos', me contó durante nuestra breve visita.

José ya está jubilado aunque, como sucede a muchos emprendedores, pasan el rato siguiendo de cerca las vicisitudes del negocio que pusieron en pie con tanto esfuerzo. Sus simpáticos hijos llevan ahora las riendas.

Calella
De mis días en Calella, me encantó su pequeño casco histórico y, sobre todo, poder caminar paralelo a sus extensas playas para llegar a las localidades próximas de Pineda de Mar y Sant Pol de Mar. Perfecto para bajar el desayuno y hacer ganas para la cerveza del mediodía y la comida.

Éste fue nuestro duro día a día, salpicado con la lectura de 'Subura', del jovezuelo Israel Merino, un periodista y escritor que apunta alto. Exalumno de mi mujer, este veinteañero sabe envolverte en sus historias desde la primera línea. Se lo he dicho, aunque también le he dejado claro que la cosa no se le suba a la cabeza. Luego la caída al abismo puede ser de aúpa.

Paquito, en la playa de Calella con
una toalla regalo de su amiga Marta

Aúpa es un palabra muy utilizada en el País Vasco. No sé si la agradable pareja de San Sebastián que conocimos en el hotel Santa Mónica utiliza el vocablo. Se llaman Seve e Ikerne, y estoy contando los días para irme de pinchos con ellos por Donosti. Se conocen muy bien el bello entramado de calles de su casco urbano; viven en pleno centro. Y el día que nos encontremos en San Sebastián espero ansiosamente que Ikerne me demuestre sus cualidades como nadadora en la preciosa playa de La Concha, un lugar que conozco bien porque he corrido varias veces la Behovia-San Sebastián, la mejor carrera popular de España para mí. Estuvimos hablando de esto y de la afición de Ikerme a la natación, aunque no pude contrastarlo (ya sabes, deformación profesional, querida donostiarra).

Se me quedó también en la retina una pareja de Mataró, a 25 kilómetros de Calella, que estaba alojada en nuestro hotel. A pesar de que su población tiene playa, ellos me contaron que siempre prefieren ir hasta la ciudad turística del Maresme por antonomasia para pasar unos días de descanso. Me convenció su sencillo argumento porque en Calella se veranea muy bien, algo que desconocía y que ya lo he apuntado en mi bitácora para repetir.

Nuestra habitación en la posada El arriero
Otra imagen imborrable, y dura, fue la de un joven negro caminando paralelamente a las vías del tren del Maresme por un terreno empedrado. Iba cargado de mercancía para intentar venderla según pasaba por las playas diseminadas entre San Pol de Mar y Calella. Lo vi a mucha distancia, desde la carretera, durante uno de nuestros paseos matutinos después de desayunar. Vi en él un reportaje periodístico; cómo sería su vida, qué comería, cómo dormiría, cómo habría llegado a España. Pero no tuve ocasión de acercarme para que me diera su teléfono y contar su historia. Porque, aunque no te lo creas, cualquier persona tiene una buena historia si escarbas.

Cena en la hospedería de Torrejón el Rubio
Después de ocho redondas noches en este pueblo del Maresme, emprendimos el retorno a Toledo. Por el viaje en tren de alta velocidad entre Barcelona y Madrid pagamos 19 euros, ocho más que los 11 pavos que nos costó el convoy desde Atocha a la Ciudad Imperial (me sigue doliendo, lo reconozco). Como reza el refrán, las comparaciones son odiosas. Pero considero que las autoridades deberían dar una vuelta al precio entre las dos capitales, separadas por sólo 59 kilómetros, para los clientes casuales y turistas.  

Salto del Gitano en el Parque
Nacional de Monfragüe
Dos noches de parada técnica en casa y salimos luego hacia el Parque Nacional de Monfragüe, en Cáceres, Extremadura. El alojamiento elegido (tres noches con desayuno por 151 euros) fue la posada El arriero, en Torrejón el Rubio, a dos horas de Toledo.

La bienvenida no pudo ser más cordial. Sergio, su propietario y a punto de ser papá primerizo, nos agasajó con medio litro de cerveza y una 'tapita' con rodajas de salchichón y chorizo ibéricos que se salían del plato. Era la manera de mantenernos entretenidos mientras esperábamos la habitación, adornada con palangana y jarra, como hace años. 

Además de posada, el negocio de Sergio dispone de un restaurante, donde se come y se bebe muy bien por un precio económico. Por no hablarte del desayuno: es-pec-ta-cu-lar. Le pregunté si alguien había logrado comérselo entero. 'Sí, por supuesto', contestó después de preguntarte si querías otro cafetito.

El río Tiétar antes de desembalsar en el Tajo
Comimos estupendamente en la hospedería Parque de Monfragüe, en plena dehesa extremeña, a un kilómetro y medio de la posada de Sergio. Por quince euros, puedes comer o cenar platos muy elaborados por el equipo de cocina de este establecimiento de cuatro estrellas. Mi prima Chus, la misma del viaje a Verona para escuchar ópera, me lo confirmó en un wasap. Conocía el lugar.

Lo comprobamos poco después de llegar a Torrejón el Rubio. Dos veces en el mismo día. Para comer y para cenar, aunque por la noche el menú costó 25 euros porque la degustación de platos fue mayor. Además, un concierto del cantautor extremeño Luis Pastor y luego una breve observación de estrellas dirigida por Carlos Manchado, un apasionado en la materia.

Un ciervo descansa en una zona de recreo
Fue el mismo tipo amable que nos obsequió con otra velada bajo el magnífico cielo de Torrejón el Rubio, que cuenta con un acogedor y didáctico observatorio astronómico. Te invito a que vayas, y más si tienes hijos pequeños o adolescentes. La experiencia nocturna es maravillosa y Carlos es un estupendo anfitrión. Eso sí; ve concentrado porque es increíble la batería de datos y anécdotas que te puede contar en una media hora. Con él fue un placer ver Saturno, Júpiter y los cráteres de la Luna, además de las constelaciones. Un verdadero disfrute en una noche fresquita después de unos días de calor angustioso.

Un bocadillo para levantar el ánimo
En los cuatro días que estuvimos por el parque nacional, nos acercamos hasta el hotel rural Puerta de Monfragüe. Allí David, el camarero de su bar-restaurante, contó que el lugar es magnífico sobre todo para disfrutarlo entre otoño y primavera. Desde lejos, echamos un vistazo a las habitaciones que estaban arreglando a mediodía y nos convenció: mantendremos la reserva que tenemos cerrada para pasar el primer fin de semana de octubre. Iremos con la ilusión de escuchar la berrea, el periodo de apareamiento de los ciervos.

Entre viaje y viaje, programa en Radio Castilla-La Mancha por teléfono. Estaba de vacaciones en mi trabajo, el periódico ABC, pero mantuve la sección radiofónica 'La crónica negra', que se emite los jueves. Eso de preparar las intervenciones con antelación permite hacer esas cosas: hablar por la radio mientras se veranea a todo tren.

También tuve tiempo para echar una mano a mi compañero Carlos Hidalgo con una información sobre la detención de unos individuos relacionados con una famosa banda de aluniceros al intentar dar un golpe en Toledo. Fue una primicia que tuve un gran impacto mediático nacional. Como ves, hay tiempo para todo.

Cáceres
Nos despedimos de Sergio, el dueño de la posada El arriero, después de que nos agasajara de nuevo con una botella de vino y una botella de agua fresquita para el camino. 'Poned una buena crítica en internet', nos pidió. 'No era necesario el regalo; la estancia ha sido fabulosa', le contesté, agradeciéndole también la tienda que nos indició para comprar un pan de pueblo que nos supo a gloria en casa. Entonces comprendí el dicho de que algo es más largo que un día sin pan, sobre todo si es tan bueno como el de esa panadería, Dulcería Virginia.

Llegamos al hogar, dulce hogar, para poner un par de lavadoras y planchar dos horas a la mañana siguiente. El tiempo necesario antes de partir hacia Murcia.

Cáceres
En casa coincidimos unas horas con Jordi, un amigo de mi hija, que ha veraneado precisamente en Calella (a veces, el mundo es un pañuelo). Hablamos de las bondades de esa zona del Maresme, con la idea de volver en cualquier momento, unas horas antes de que él regresara a Cataluña después de unos días en Toledo.

A la mañana siguiente, salimos para la Huerta de Europa, como se conoce a Murcia con la ayuda del trasvase de agua Tajo-Segura, añado.

Pero antes de partir nos quedamos sin batería en el coche. Había que ponerle más emoción a las vacaciones. 'Las cosas pasan por algo', me repitió mi mujer, abonada a esa frase siempre que suceden acontecimientos inesperados.

Topares
Llamé a la compañía de seguros y nos enviaron una grúa. Todo muy rápido, como me gusta. Fue un placer la atención por parte del conductor, Mohamed, que nos arrancó el coche con un humor que me contagió. Luego pasamos por nuestro taller de confianza y Juan Carlos, el dueño, ya tenía todo preparado para cambiar la batería en un tiempo récord por parte de uno de los empleados, del que no recuerdo su nombre (lo siento), pero sí los tatuajes que luce en los brazos.

Gasolinera de Topares
Con una hora de retraso sobre el horario previsto, enfilamos la carretera CM-42 hacia Topares, un pueblo pequeño de apenas 250 habitantes, que se levanta en medio de la nada en el parque natural de la Sierra de María-Los Vélez, en la provincia de Almería. Allí se apeó nuestra hija para visitar unos días a su amiga Ángela, a la que conoció gracias a las redes sociales. Ambas eran seguidoras del conocido modisto Pelayo Díaz, que fue el nexo de una amistad que perdura desde hace años.

Ángela es en realidad de Murcia, pero pasa pequeños periodos vacacionales en Topares, donde me agradó ver el monumento a las migas, un plato que me encanta cocinar con pimentón de La Vera, regalo de mi prima Chus, para que mi gente lo disfrute. 

Catedral de Guadix
Durante el viaje hasta Topares (era la primera vez que oía el nombre de este pueblo), recordamos la expresión que Ángela usa frecuentemente por ser de Murcia: 'Luego a luego'; algo así como un 'por tanto' para introducir otra idea, si no me equivoco. 

Nos echamos unas risas, porque viajar en coche se me hace aburrido. Prefiero el transporte público, ya sea avión, autobús o tren. Pero hay que adaptarse a todo si uno quiere conocer mundo.

A la media hora de llegar al pueblo almeriense, donde nos recibió una tromba de agua, continuamos viaje hasta nuestra próxima parada, Guadix, en Granada. Pero antes nos detuvimos en la gasolinera de Topares, un municipio que no llega a los 300 habitantes.

María, una señora muy agradable, bien peinada, con monedero debajo de su axila izquierda y con un vestido muy veraniego (mejor mira la fotografía), me explicó cómo pagar el combustible en la máquina. Pero la cosa no se quedó en eso; me echó el combustible y me instruyó con una clase práctica en cómo expulsar el aire del depósito. 

Guadix
Mientras mi mujer esperaba dentro del coche, María me contó que es la dueña de la estación de servicio, anexa a su casa blanca de dos plantas. 'Si estoy cocinando y veo a alguien que tiene dudas, bajo y le ayudo', explicó la amable responsable de la gasolinera, que tiene unos precios más económicos que las estaciones de servicio de marcas conocidas. Sorprendente. Casi como el tren de Toledo a Madrid.

En Guadix, pasamos dos noches en el hotel Mari Carmen por 90 euros. Cenamos muy bien en la terraza de su restaurante por 10 euros (una bebida incluida) y desayunos también estupendamente por 2,5 euros cada uno. Volví entonces a confirmar lo que siempre he pensado: lo fácil y sano que es ofrecer al cliente pan, tomate, aceite de oliva y jamón (para el que no sea vegetariano o vegano) en el desayuno de cualquier alojamiento. Así se cogen fuerzas suficientes hasta el almuerzo.

Centro de interpretación de las cuevas en Guadix
En Guadix visitamos el barrio de las cuevas y su centro de intrepretación. Guadalupe fue la persona que nos guió y con la que hablamos de la circunstancia que nos había llevado hasta este municipio de la comarca accitana: no haber podido viajar a Nueva York por el covid. Ella ha vivido y vive en una cueva, pero no le gusta que la consideren una trogolita por el tono despectivo que, según ella, subyace del vocablo. 'Nosotros nos llamamos cueveros', aclaró.

Luego vibramos con la panorámica impresionante desde el mirador del barrio, con la imponente alcazaba delante y la catedral, también con una torre majestuosa, detrás.

Antes de marcharnos a comer, pasamos por la iglesia y su cueva santa. Recorriendo sus dependencias, llegamos a un mercadillo organizado en una habitación y allí vi unas novelas antiguas de vaqueros. Me acordé en ese momento de un concejal del Ayuntamiento de Toledo seguidor empedernido de este tipo de lecturas y le envié una fotografía en un wasap para que lo viera. 'Muy chulas', respondió.

Estación de tren de Guadix
Nos dirigimos en coche para entrar en la alcazaba, cerrada por rehabilitación, y fotografiamos de cerca la seo. Me quedé con ganas de descender a las excavaciones del teatro romano para charlar con las cuatro mujeres que, resguardecidas del sol justiciero bajo en un tenderete, limpiaban con agua las piezas halladas en el yacimiento arqueológico. Ya te he dicho que en cualquier sitio puede haber una buena historia, y creo que éste era el caso.

Para tomar viandas, nos dejamos llevar por el consejo de nuestro amigo Fran, técnico de Cope. Llegamos al restaurante La tinaja, a las afueras de Guadix, donde conocimos a Andrés, un tipo conversador que ha recorrido mundo trabajando para la Armada española. Charlamos mientras comíamos en mesas diferentes. Andrés, que había llegado en moto desde Cartagena por dar una vuelta de 500 kilómetros, llevaba muchos años sin volver por el restaurante. Al llegar le contaron que el dueño, ya jubilado, había fallecido. La noticia le apenó porque el hostelero le trató muy buen durante la larga temporada en la que Andrés vivió en un hotel de Guadix por motivos de trabajo.

Los hermanos Gonzalo y Alonso

La tinaja está situada a un kilómetro de la estación de tren de Guadix, que tiene una historia cinematográfica en una ciudad y en una comarca donde el celuloide ha dejado su impronta. Por su curiosa edificación, decorada con colores blanco y rojo, en la estación se rodó unas escenas muy conocidas de 'Indiana Jones y la última cruza', de 1989, cuando mi menda entró a trabajar en ABC, hace sólo 32 años. Es la tercera entrega de la saga, con Harrison Ford y Sean Connery, en la que el padre del protagonista es secuestrado buscando el Santo Grial. Indiana tendrá que ir a rescatarlo e intentar hacerse con la preciada reliquia, que también ambicionan los nazis.

Salobreña
Esto lo leí en el cartel medio despegado que hay en una silla cercana a la estación para hacerse un selfi. En él se cuenta como anécdotas que el rodaje duró dos días, aunque los preparativos se prolongaron durante 12 días. Contrataron a 175 personas del lugar para hacer de turcos y cada extra cobró 8.000 pesetas, que equivalía al sueldo de medio mes.

Además de esta película de Steven Spielberg, en la que también aparece la locomotora Balwin (que no vi), la estación de tren de Guadix también ha sido escenario para películas como 'Yo soy la revolución', un 'spaghetti' western italiano de 1966.

Plaza del antiguo ayuntamiento de Salobreña
Precisamente con el gentilicio de Guadix (accitano o guadijeño) y qué pelicula se rodó en la estación de tren, organicé un concurso en mi estado de WhatsApp. El premio sería nombrar a los ganadores en este blog. Y cumplo con la promesa: Alberto, María Jesús, Esther, Fran y Valentín. Éste es un amante del wéstern, algo que desconocía. Pero no sólo él. Sus hijos, Gonzalo (10 años) y Alonso (9), viven aventuras vestidos de vaqueros desde que eran unos renacuajos. Se han recorrido lugares emblemáticos en España, como Los Albaricoques (Almería) o Santo Domingo de Silos (Burgos), donde dos colinas son famosas por la fotografía de Clint Eastwood en la película 'El bueno, el feo y el malo'. Búscalo en internet. Seguro que te suena.

Hotel Impressive de Motril
De Guadix nos dirigimos al hotel Impressive, en la costa de Motril (Granada), apenas a una hora y media de distancia en coche. Fueron 8 noches magníficas, en régimen de todo incluido en la habitación más económica, por las que dos personas pagamos 1.487 euros. El complejo, con acceso directo a la playa de grano gordo y chinarro, es sumamente bello. Parece un vergel, donde la desconexión (un término que yo no utilizo; no me gusta) es posible.

Su relaciones públicas, Maribel, se enamoró de Paquito, que accedió gentilmente a hacerse unas fotografías con ella junto a las dos piscinas. No fueron las únicas instantáneas del oso viajero. El complejo es tan grande que eligió otros lugares para retratarse y satisfacer a sus seguidores.

Hotel Impressive de Motril
Lo que Paquito no pudo ver, porque se quedó en la habitación, fue la actuación de Sara Sánchez en el teatro del hotel. La chavala es una bailaora de 16 años que, hace dos, actuó en un concierto de Alejandro Sanz. No me extraña porque la chica lo vale. Con su arte, puso al público en pie. Le envié un mensaje a través de su cuenta en Instagram y días más tarde, casualidades de la vida, coincidí con ella en el restaurante.

Aunque nuestro fin era no movernos del hotel para enfilar los últimos días de las vacaciones, aprovechamos su emplazamiento para ir a Salobreña en autobús (1,2 euros el billete) porque era mejor no mover el coche para no perder el sitio.

Recorrimos sus calles angostas y empinadas para llegar a su castillo. 'Aquí tenemos el culo duro', nos dijo María José a las puertas de 'La despensa del castillo', un pequeño negocio en el casco viejo que lo abrieron por la falta de tiendas. 'Antes, para comprar un simple bote de tomate, tenías que bajar a lo hondo', dijo gráficamente María José. 'Lo hondo' es la zona baja de la población. Si vas a Salobreña, un pueblo de paredes encaladas y numerosos mensajes en contra de la violencia machista por sus calles, encontrarás el sentido a la expresión, que nos hizo mucha gracia.

El hotel de Motril es un vergel

Maco, del mundo del teatro, me escribió un wasap con recomendaciones porque ella tiene casa en Salobreña. Me habló de los atardeceres del restaurante La Roka, de las berenjenas con miel de caña en el Mesón de la Villa y del bar donde elaboran El Mondero, el ron de Salobreña. También me dio referencias de las calas del barrio de la Caleta, un pueblo pedáneo de Salobreña, 'donde sus bares de pescadores tienen su punto por el ambiente', aseguró. Pero no seguimos sus consejos porque, como te he dicho, teníamos todo incluido en el hotel.

En el recinto junto a las piscinas, conocimos a una pareja que había viajado desde Barcelona para pasar unos días y escuchamos a una madre de familia quejarse porque tenía que guardar fila, en tiempos de coronavirus, para pedir una consumición. O a esa otra señora que, decía, no encontraba un lugar con sombra, cuando mi mujer y yo acabamos de estar sentados plácidamente a pocos metros. Será, quizá, las cosas de viajar poco y no conocer mundo. El personal se queja por nimiedades.

Playa Granada, Motril

A la simpática Mila, una de las camareras del restaurante, le conté una esclarecedora anécdota: en un viaje a Escocia, pasamos de ducharnos un sábado en el váter de nuestra habitación en un hostel, sin plato de ducha ni bañera, a dormir en un hotel cinco estrellas al día siguiente. Ni en uno ni en otro alojamiento nos quejamos por estupideces. Al contrario. Siempre tratamos de sacarle el jugo a las cosas.

Y me venía la imagen de Jorge, un motrileño con un acento tan cerrado que es difícil entenderle más de dos frases. Desde mi habitación, amplia, limpia y con aire acondicinado, veía al hombre llegar en bicicleta por las mañanas a una de las entradas del campo de golf Los Moriscos. Allí, aledaño al hotel, vende por cinco euros cada bolsa con diez pelotas de las que los golfistas pierden en sus partidas. 'No me voy a hacer rico', me decía.

Campo de golf Los Moriscos

Para bajar el desayuno, caminábamos paralelos al mar Mediterráneo con unas vistas maravillosas. Nos cruzábamos con un tipo cachas, sin camiseta, rubio, con gafas de sol de un verde chillón, que caminaba como un robot. Nada que ver con mi estimado Javier, que fue guardaespaldas de alguna persona muy conocida en España. Javier, jubilado, se dedica ahora a recorrer mundo con su bicicleta.

Pues estábamos en uno de esos paseos mañaneros cuando recibí un mensaje de WhatsApp. Me contó que Javier había viajado desde España a Austria para comenzar en Salzburgo una ruta que le llevaría hasta Gdansk, en Polonia, con mil kilómetros entre pecho y espalda. Le deseé buen camino a un tipo muy cordial, con el que coincido en el gimnasio al que voy en Toledo.

No fue el único mensaje de WhatsApp que recibí estos días. Un guardia civil me escribió para contarme que se marchaba a su tierra natal después de un largo periodo en Toledo, trabajando duro por y para los ciudadanos. Es uno de los seguidores de mi estado de la aplicación de mensajería 'y seguiré informado a través de él', avisó. Otro día un policía nacional me pidió consejo para ir a San Sebastián y, por la misma aplicación de mensajería, me enteré que Antonio López Farré, un biólogo catedrático de Medicina al que entrevisté, murió de un paro cardíaco en su casa. Nano García, decano de la Facultad de Ciencias del Deporte de Castilla-La Mancha, me confirmó la trágica noticia.

Para contemplar estrellas, mejor el centro
astronómico de Torrejón el Rubio (en la imagen) 

También Guadalupe, la guía de las cuevas de Guadix, dejó un mensaje en esta misma bitácora: 'A partir de leer su blog, me nombro fan del mismo. Un saludo de la chica de las cuevas', firmó. El mensaje lo vi cuando paseaba cerca de Villa Astrida, la residencia del rey Balduino I, a quien le había realizado un homenaje unos días antes porque él y su esposa, la reina Fabiola, pasaron largas temporadas durante casi tres décadas.

Además de 'Subura', de Israel Merino, también tuve tiempo para zambullirme en el libro de mi admirada compañera Cruz Morcillo, a la que conozco hace años. Durante la lectura de su 'Departamento de Homicidios', escrito magistralmente, la gente que se dedica a los sucesos se verá reflejada; periodistas y agentes de los cuerpos y fuerzas de seguridad, forenses, jueces... Es el día a día, la realidad que se vive en las calles sin edulcorantes. Periodismo auténtico, no el del corta y pega, que detesto y que me rodea.

Enorme residencia en Playa Granada de los
reyes de Bélgica Balduino y Fabiola 

El día anterior al de nuestra partida hacia Murcia, felicitamos a un barrendero por lo limpio que tenían el paseo marítimo por donde nosotros caminábamos. 'Pues hay gente que se queja por las colillas', contestó. Sin palabras. Hay individuos que deberían mirar más allá de sus narices.

A la mañana siguiente, llegamos a Murcia por la A-7. Circulamos observando mares de plásticos, sobre todo en la provincia de Almería, a la izquierda y a la derecha de la autovía. Debajo, la fruta y hortalizas que luego nos comemos. Vimos también el desvío a Carboneras, la población costera donde hace 14 años me puse tan malito que tuvieron que operar de corazón. 

En Murcia dormimos una noche en el hotel NH: 58 euros con desayuno, más 22 euros del aparcamiento subterráneo. Cuando llegamos, había tres bodas en los alrededores y en la zona azul no quedaba un sitio libre en más de 400 metros a la redonda; salvo dos junto al hotel, pero que custodiaban unos hombres como si fueran un tesoro para conseguir unos monedas. Dos de ellos incluso llegaron a pegarse por ver quién nos convencía para aparcar. Desistimos.

Fuimos a comer al restaurante El pasaje de Belluga, en la plaza de la catedral, a doce minutos andando del hotel en un caluroso día con 38 grados en el ambiente. Conocíamos el local de una visita anterior. Entonces comimos bien con un excelente servicio por parte de Vicente, uno de sus camareros. Sin embargo, en esta segunda ocasión faltó el trato respetuoso de un profesional de calado. Nos atendió un camarero antipático que está necesitado de una lección de buenos modales hacia los clientes. Esto fue lo que nos arruinó la comida, que terminamos antes de tiempo por ese motivo.

Para cenar, los padres de Ángela, la amiga de mi hija, eligieron 'La barrica de la Huerta', en Beniel, el pueblo del progenitor y último municipio de Murcia antes de entrar en la provincia de Alicante. Este acogedor restaurante es el ejemplo de resurgir de sus cenizas, como el ave fénix. En él seis personas cenamos muy bien, sobre todo las chuletas de cordero y el pollo a la brasa además de otras buenas viandas, por 125 euros. Fue nuestra manera simbólica de corresponder las nueve noches que tuvieron acogida a nuestra hija en su casa. Ya sabes: de ser bien nacido es ser agradecido. Es un refrán que no me canso de repetirlo.

Regresamos a Toledo con el deber cumplido: disfrutar de unas vacaciones veraniegas colaborando con la economía española. Había que gastar, y así hicimos, el dinero que el puñetero coronavirus nos había obligado a ahorrar.

Carpe diem. No lo olvides.

Comentarios

Publicar un comentario