Torre de Juan Abad: el dulce retiro de Quevedo y mucho más

Paquito, delante de la estatua de Quevedo
"Si me hallo, preguntáis,/ en este dulce retiro,/ y es aquí donde me hallo,/ pues andaba allá perdido". Cuando uno llega a la plaza del Parador, en Torre de Juan Abad (Ciudad Real), se encuentra en el centro, sobre un pedestal, la estatua en bronce de un Francisco de Quevedo y Villegas sentado, reposado y pensativo, que fue señor de esta villa y autor del Siglo de Oro. Una mascarilla negra tapa una gran parte de su rostro por eso de la pandemia mundial. Mientras, los rayos del sol se cuelan por su brazo derecho y a sus pies, en la parte trasera de la obra de Joaquín García Donaire, se puede leer una inscripción con los versos que principian estas líneas, pero a los que le faltan dos comas por cincelar en la losa.
Inscripción en la lápida de la plaza del Parador

Sorprende a Paquito, el osito viajero, la antigüedad de la escultura: inaugurada el 10 de julio de 1977. "Aquí permanece el poeta y su obra esparcida por el pueblo y sus tierras", se lee en un cartel informativo instalado a unos metros. No muy lejos, subiendo la calle Quevedo, uno encontrará a la derecha la casa-museo donde este genio de la literatura vivió y escribió más de cincuenta obras. Franquea la puerta y encontrarás a Vega, una guía de turismo rubia, alta y locuaz. Su nombre abunda en Torre de Juan Abad, de calles anchas y limpias, por la admiración que los poco más de mil vecinos profesan a su virgen, la de la Vega, que tiene hasta un espléndido santuario a cuatro kilómetros.

Tintero utilizado por Quevedo

Vega te contará la historia de la casa, de cuyos orígenes quedan las paredes rojizas, del mismo color de estos campos de Montiel, y un pozo del que no para de manar agua, ya que el acuífero 23 pasa por debajo. Puedes llegar a imaginarte a Quevedo a los pies del brocal subiendo y bajando un cubo un día soleado, con un cielo azul intenso que cautiva a los pintores que acuden al penúltimo pueblo de Ciudad Real antes de pisar la provincia de Jaén.

Ahora en la casa-museo hay dos exposiciones funcionando. La primera la encuentras según entras en el edificio a la izquierda. Treinta y cinco modelos de parchises pintados por Carlos Piqueras Romero. En pocas palabras: ¡La imaginación al poder!.

Retablo de la iglesia de Nuestra
Señora de los Olmos

La segunda muestra, en la siguiente sala acristalada. 'Pensamientos ilustrados de Quevedo', con fotografías de Carlos Barraquete -un hacha en el diseño gráfico- y con textos de don Francisco seleccionados por José María Lozano, exdirector de la casa-museo. "Siempre fue el Campo de Montiel, a pesar de los desasosiegos, lugar de descanso para Francisco de Quevedo. Campo por donde aún se percibe la voz y el aliento del poeta", anota Lozano. Éste también transcribió el testamento del escritor, que se puede curiosear en una vitrina de la segunda planta, a pocos metros de una silla de madera que usó Quevedo, según reza en un cartel, y que está custodiada por dos ilustraciones del noble y político.

Techo acristalado de la casa
de don Fernando, futura hospedería

Los títulos que acompañan las imágenes de Barraquete en esa muestra son evocadores: 'Serenidad', 'Envidia', 'Paz', 'Ira', 'Hipocresía' o 'Vejez'. En esta última instantánea se ve la mano de un anciano, Emilio Molina -ya fallecido-, cogiendo un bastón con fuerza; quizá con un vigor parecido al que el autor de 'La vida del Buscón' tuvo que aferrarse cuando fue desterrado a Torre de Juan Abad, no sin su característica sorna y humor que impregnan sus obras.

En la misma planta donde se conserva el testamento, podrás ver un precioso tintero de cerámica talaverana, del siglo XVII, que perteneció al hombre de los 'quevedos' durante su estancia en el pueblo manchego. En la pieza se puede leer 'Pedro Ruano: Huecas' y está decorada con los colores típicos azul y blanco de la cerámica declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Antes de llegar, Paquito había leído sobre el insigne escritor. Su descripción le recordó la canción de Loquillo titulada 'Feo, fuerte y formal'. Según las crónicas, don Francisco era feo y nada fuerte, más bien desaliñado, medio cojo y corto de vista -de ahí, sus lentes o 'quevedos'-. Y lo de formal también hay que ponerlo en entredicho, porque aseguran que tenía fama de juerguista, mujeriego y pendenciero. Todo lo contrario a Paquito.

Estancias de la casa de don Fernando

Para dormir, el osito se alojó dos noches en la misma plaza del Parador, en el hostal La Gloria, decorado con mucho gusto. También tiene un bar, donde el peluche coincidió con Samuel, un opositor a bombero que se gana un jornal vareando olivas.

El bar-hostal es un establecimiento céntrico para visitar una población que no dejará de sorprender al viajero, con una plaza Pública coqueta, donde llaman la atención el edificio del Ayuntamiento y la biblioteca municipal, que lleva el nombre, cómo no, de Francisco de Quevedo.

Boquiabierto te quedarás cuando entres en la iglesia de Nuestra Señora de los Olmos, imponente y esbelta, que fue promovida por la Orden de Santiago. Te impactará la belleza del retablo mayor, cuya restauración ha sacado a la luz mucho arte oculto. También su órgano barroco, de los llamados catedralicios y el único que se conserva en la provincia de Ciudad Real. Cuenta con el 99 por ciento del material original y ha sido tocado por organistas muy importante, según presumía Leandro, el dueño del hostal.

Exposición de Carlos Barraquete
y José María Lozano

Quizá te hayas preguntado qué llevó a Paquito viajar hasta esas tierras arcillosas y de olivos, atravesadas por el antiguo Camino Real de los Carros de Madrid a Andalucía, que unía la Corte y la Meseta Central con Sevilla pasando por Sierra Morena.

Ana Molina, una periodista risueña y actriz de teatro, es la respuesta. Ella fue la joven embajadora de 27 años que convenció al oso viajero para visitar el pueblo de su familia. Aquí vivió Quevedo cerca de siete años, pero murió a 20 kilómetros, en Villanueva de los Infantes, seis días antes de cumplir los 65. Con su fallecimiento el 8 de septiembre 1654, la fama que le falta a Torre de Juan Abad ha acompañado siempre a Infantes, como se conoce al municipio vecino por estos lares.

Auditorio dedicado al tenor Esteban Guijarro

Pero la villa de don Francisco tiene mucho más de lo que uno se puede imagina. Y no sólo caza. "De ahí son los padres de mi cuñada y creía que era un pequeño pueblo sin interés turístico. Pero hay que ir a visitar", escribía Flori, vecina de Paquito, después de ver el estado de WhatsApp en el que el osito iba colgando las fotografías de su viaje.

En una calle paralela a la de Quevedo, te puedes  topar de sopetón con una puerta verde de doble hoja, enorme y labrada. Se abre con una llave gigantesca, de las antiguas, que Vega, la rubia, alta y locuaz guía, guarda en la casa donde vivió el genio del siglo de Oro. Tras la puerta, encuentras la casa señorial de don Fernando, como se la conoce en el pueblo y que perteneció a la familia de Los Frías. Te sorprenderá sus dimensiones colosales, para las que Paquito necesitaría un mapa con el que orientarse si lo dejasen pasar una temporada dentro. El peluche tendría tiempo hasta de esconderse en la caja fuerte abierta que existe en una de las estancias, cuyos suelos son ornamentales y donde no faltan las chimeneas. También es llamativo el guiño a la cerámica de Talavera de la Reina -no es el único en este pueblo-, con azulejería de Emilio Niveiro en una composición que se encuentra en el patio central, acristalado y muy iluminado.

Cocina de la casa señorial de don Fernando

Desde hace años este formidable inmueble, al que no le falta ni una pequeña capilla, es propiedad del Ayuntamiento. Lo compró por 50 millones de pesetas, según contó Vega, y ha proyectado convertirlo en una hospedería. De momento, entre sus paredes altas y frías, es cuartel de las asociaciones y alberga una sala dedicada a Esteban Guijarro Vélez. Éste fue un tenor nacido en esta localidad que falleció a las puertas de la Navidad de 1967 en Sao Paulo (Brasil). Tenía sólo 61 años. "Su fama tanto a nivel nacional como internacional fue altísima", se apunta en una cuartilla.

Dentro de las vitrinas, se puede contemplar uno de los trajes utilizado en sus mejores galas, una carta autógrafa del compositor Pablo Sorozábal y fotografías dedicadas por el premio Nobel de Literatura Jacinto Benavente, la infanta María Cristina de Borbón, hija de Alfonso XIII; y Pastora Imperio. Paquito echó en falta alguna audición en la que pudiera escuchar la voz del tenor, que da nombre al auditorio municipal.

Imagen de la Virgen de la Vega
junto a su ermita

Viendo la casa señorial y la iglesia, el oso coincidió con Inés, una guía de Villanueva de los Infantes, y su marido, Ramón. Fueron compañeros del padre de Ana, la embajadora que guió a su manera a Paquito hasta Torre de Juan Abad. Ramón contó que su bisabuelo, Francisco Remiro, tiene una calle dedicada en Madrid, en el barrio de La Guindalera, porque su antepasado y su esposa, Carmen Soro, promovieron el crecimiento de esa zona en la capital de España. Inés, por su parte, cayó en la cuenta de que a Paquito y a sus dos acompañantes los había visto en abril durante una visita a Infantes. 'Esas preguntas tan curiosas no las hace cualquier turista', vino a decir la guía del pueblo vecino para justificar por qué reconoció al trío.

Ermita de la Virgen de la Vega

Mientras el osito viajero caminaba plácidamente por las amplias calles de Torre de Juan Abad, le pasaron un mensaje de WhatsApp con información muy interesante: "De ahí era Vélez Troya, decano de los detectives españoles", escribió David Magín Blanco, conocido investigador privado. "Había un museo del detective y, si quieres, habla con Óscar Rosa; sabe mucho de eso; es un gran friqui de la historia de los detectives", amplió David. Con las mismas, Paquito preguntó. "El museo se lo llevaron las hijas", respondió Vega, la guía que le había mostrado la casa de don Fernando.

Pozo de la casa-museo de Quevedo

A Eugenio Vélez Troya, el detective Óscar Rosa ya le dedicó un capítulo en su pódcast 'El loco del fondo' y también habló de su vida profesional en el programa 'La crónica negra' de Radio Castilla-La Mancha. Pero Paquito anda algo flojo de retentiva y no recordó en ese momento lo importante que el criminólogo de Torre de Juan Abad había sido en la historia de España. En agosto de 1944, fue la primera persona en conseguir una licencia oficial para poner en marcha una agencia de detectives. También de los pioneros en utilizar en nuestro país el detector de mentiras o polígrafo, procedente de Estados Unidos. Corría el año 1964. Y fue el detective de la familia en el secuestro de la farmacéutica de Olot, Maria Ángels Feliu, raptada durante 492 días. Eugenio, que se consideraba 'el detective más antiguo de España', murió en Barcelona a los 86 años.

Exposición de parchises en
la casa-museo de Quevedo

Vélez Troya tiene una calle dedicada en su pueblo, donde las placas del callejero son de cerámica de Talavera de la Reina. Es un acierto en un municipio que tiene mucho más que ser el 'dulce retiro' de Quevedo, sobre cuyo nombre giran muchos establecimientos. 

Es fácil que en Torre de Juan Abad te cocine unos huevos fritos con pisto manchego casero la mismísima alcaldesa. A Paquito le ha pasado. Se llama María del Señor y, junto con su simpático marido, Ángel, llevan con alegría el mesón Quevedo, a unos pasos de la plaza del Parador.

Es uno de los pocos bares y/o restaurantes en esta población manchega, que ya presume de tener una estrella de la Guía Michelín gracias al Coto de Quevedo, también hotel rural. No pudimos visitar este establecimiento laureado, ahora muy solicitado, pero comimos y cenamos muy bien en el acogedor local de la alcaldesa, de donde no puedes salir sin probar sus pizzas caseras y sus bocadillos de tamaño XL con pan de Los Molina.

Horno de leña de la
panadería Los Molina

A esta familia de panaderos pertenece la embajadora que llevó hasta Torre de Juan Abad a Paquito, deseoso de que lo adopten en el pueblo. El oso viajero disfrutó en sus instalaciones, abiertas desde 1942. Vio su espectacular horno de leña y entró en el despacho de pan, donde los ojos le hicieron chiribitas al ver tanto dulce casero junto: desde galletas, rosquillas, mantecados hasta pasta de coco. Conoció a algunos de los hermanos que llevan este negocio, como Antonio y Emilio, que es el presidente de la hermandad de la Virgen de la Vega. Su ermita, templaria y preciosa, se encuentra a cuatro kilómetros. Es un remanso de paz que fue retiro para Quevedo, para el poeta Jorge Manrique y la religiosa Santa Teresa de Jesús.

Allí te atenderá Ángel, el santero, que ahora está preparando el terreno para seguir plantando rosales. Es un tipo grande, con una voz grave, que se emociona cuando habla de su hermano con síndrome de Down. Se llama Manuel y tiene una colección de más de cien relojes. Ángel dice cosas muy profundas y sentidas de la relación familiar que mantiene con Manolo, "que es todo bondad". Te lo cuenta a unos metros de la pila bautismal de los templarios que te da la bienvenida cuando entras en la ermita, de cuyas paredes cuelga una gran piedra labrada en árabe antiguo que llevaron desde Roma.

Paquito, en la casa señorial que
se convertirá en hospedería

Hablando de llevarse, en Torre de Juan Abad es famoso del denominado 'Robo de don Juan'. Sucedió el 13 de octubre de 1873. Cuenta la tradición que unos ladrones consiguieron un botín de nueve mulas cargadas de oro que se encontraban en una casa solariega que todavía se conserva. Ahora, 148 años después, Paquito no es que haya protagonizado un robo como el de entonces, ni mucho menos; pero sí se ha ido del pueblo de Quevedo con las alforjas bien cargadas, con unos huevos de granja y chorizos de 'la Hilaria' obsequios de una encantadora vecina, Vega Molina, también rubia, alta y locuaz como la guía. ¿Y vino? Para la próxima visita. Porque ya lo dijo Quevedo: "Para conservar la salud y cobrarla si se pierde, conviene adoptar en todo y en todas maneras el uso de beber vino por ser, con moderación, el mejor vehículo del alimento y la más eficaz medicina".

























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