El bar Leo, otro mundo

Bar Leo. Uno de los hijos de la dueña

Estaba cocinando y dándole vueltas al comienzo de estas líneas cuando Nora, una oyente del programa de radio 'La Rotonda' con una voz cautivadora, me envió un mensaje: 'Lo mejor de la vida no se planea, simplemente sucede'. ¡Eureka! Es la mejor definición de lo que nos sucedió, a mi mujer y a mí, en nuestro último viaje a Barcelona. En la Ciudad Condal hemos conocido a gente estupenda en un lugar increíble: el bar Leo, en la Barceloneta. Nosotros, que no somos de bares, echamos allí casi una jornada laboral de siete horas que recordaremos toda la vida. Eso sí, sin Paquito, el osito viajero, que estaba camino de Xeraco con Marta, mi compañera de carreras.

El Nacional, un restaurante de referencia

Y eso que la cosa no había empezado nada bien. Te resumo, por no aburrirte. El 14 de febrero reservé dos billetes para volar desde Madrid a la Ciudad Condal, IB3026. Pero tres meses después, faltando sólo ocho días, Iberia me informó de que mi vuelo de las 19.00 horas me lo cancelaba. Tuve que llamar a tres números de atención al cliente y casi pierdo los nervios. Finalmente, logré que me reasignaran otro vuelo con Vueling, compañía que forma parte del mismo grupo empresarial, aunque me juraron y perjuraron que no existía ningún vuelo de Iberia programado para las 19:00 horas. 

El 27 de mayo, solamente cuatro horas antes del vuelo, no pude realizar el 'check-in' porque se les había olvidado añadir el correo electrónico en la nueva reserva. Con la mala leche en aumento, y después de hablar hasta con tres operadores del servicio de atención al cliente de Vueling, mi esposa y yo fuimos fieles a nuestra costumbre de salir con tres horas de antelación hacia el aeropuerto.

Uno en raya
Inesperadamente, tuvimos que sortear dos atascos por sendos accidentes de tráfico, uno en la A-42 y otro en la M-40, para llegar al aeródromo. "Si la cosa está por que no vayamos, no llegaremos al avión", soltó Marcela, mi mujer, que tiene algunas frases irrefutables, como esa de "las cosas ocurren por algo". Pero para entonces no sabíamos que el bar Leo se iba a cruzar en nuestro camino.

Gracias a 'Google Maps', logramos arañar tiempo cogiendo atajos y presentarnos en los mostradores de Vueling, en la Terminal 4 de Madrid Barajas, con tiempo suficiente para pedir nuestras tarjetas de embarque. "Hay overbooking", sentenció una de las empleadas, y pasamos a ser los primeros en la lista de espera. "¡Por qué no habría solicitado el bono a Iberia por el vuelo cancelado!", le espeté a Marcela.

En esto de fijarse en casi todo, miré en una pantalla y me quedé a cuadros. ¡Se anunciaba un vuelo de Iberia, IB3026, a las 19:00 horas! En definitiva, ¡era el mismo que me habían anulado ocho días antes! La conclusión era clara para mí: esta compañía aérea no me había dicho la verdad. Seguro que pensarás que quizá había un error en la información. Pues, no. No te lo vas a creer, pero coincidimos con una pareja que había hecho escala en Madrid desde Miami y para llegar a Barcelona le habían asignado el vuelo de Iberia de las... En efecto, las 19:00 horas, IB3026. Y tengo prueba de todo.

Un pianista y un trompetista en la avenida
de la puerta del Ángel

Mientras esperábamos a despejar la incógnita de si subiríamos al avión de Vueling, y como no me puedo ver quieto, presenté una reclamación a Iberia a través de la OCU, vía internet, para que me explicasen en Iberia a qué se debía la mentira que les había pillado.

Finalmente, llegamos a Barcelona. Con el Aerobús (10,20 euros ida y vuelta), alcanzamos el hotel Jazz. Nos recibió Pedro, el recepcionista y al que le conté todo el periplo antes de que nos confirmara si teníamos habitación, algo que hubiera sido el acabose. "Pues que sepa que nos han comunicado su reserva a las tres de la tarde", reveló. Y volví a acordarme de las frases memorables de Marcela.

La catedral
El Jazz es un hotel de tres estrellas fantástico, con piscina en su octava planta y un desayuno estupendo, aunque uno de sus amables camareros nos sopló que era todavía más completo antes de la pandemia. Situado a un paso de la plaza de Cataluña, fue un magnífico cuartel general para recorrer parte de la almendra de Barcelona.

Ciertamente, el viernes tuvimos el tiempo suficiente para ir a cenar, pero no pudimos hacerlo en El Nacional, un restaurante con varios espacios que nos recomendó Pedro, el recepcionista. Y el sábado ocurrió lo inesperado. Caminamos por el barrio Gótico, llegamos al puerto y luego a la Barceloneta. Es una zona que ya conocíamos pero, por esas cosas de la vida, nos metimos por la calle de Sant Carles. Podía haber sido por cualquier otra, pero el azar nos llevó por ésa.

Bar Leo
Pasamos junto al bar El Xiringo, en la acera de la izquierda según caminas hacia la playa, y también por el bar Leo, a sólo unos metros, en la otra acera. En éste me detuve unos segundos, mirando por sus dos ventanas abiertas de par en par, pero no entramos. Seguimos con nuestro agradable paseo.

Llegó la hora de llevarse una cerveza al gaznate, a eso de la una y media de la tarde, y decidimos desechar otras alternativas y regresar al bar Leo. Fue todo un acierto. Mientras nos aproximábamos, comencé a leer opiniones en internet y hasta una entrevista en 'El País' a su dueña, Leocadia Montes, oriunda de Granada: "Probablemente, el más auténtico de Barcelona", "Nada más típico de la Barceloneta", "Aquí parece que se ha parado el tiempo". Pero la que más me llamó la atención fue ésta: "En pocos sitios puedes elegir la música, bailar y beber por la tarde con desconocidos que al poco dejarán de serlo". Y entramos.

Fiestas en la Barceloneta
Había poca gente. Nos sentamos en sendos taburetes de madera junto a un barril que hacía las veces de mesa. Enfrente, a dos metros, la barra llena de comida. Una imagen de Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, nos dio casi la bienvenida. Y, por todo el local, numerosas fotografías de Bambino, un cantaor de flamenco ya fallecido, por el que Leo tiene una admiración infinita desde su época joven de bailaora. También, en el pequeño comedor, una fotografía enorme de la Esperanza Macarena, creo, y otra del escudo del Betis. Por ponerte dos ejemplos.

En un pequeño cartel leí: 'Vivir es urgente'. Estaba al lado de una figura de san Pancracio con un ramillete de perejil, que parecía como si custodiara la cocina donde Leo prepara las tapas a sus 77 años. De ellos, lleva 42 al frente de este bar, un clásico de Barcelona para muchos y donde puedes seleccionar música en una 'Junkebox', a un euro por tres canciones.

Vuelvo a la frase: "En pocos sitios puedes elegir la música, bailar y beber por la tarde con desconocidos que al poco dejarán de serlo". Eso fue lo que nos pasó a Marcela y a mí. Por momentos, llegamos a pensar que estábamos en una cámara oculta. Porque no era posible encontrarte con gente a la que acababas de conocer, que sea tan amigable y que, de repente, te inviten a una cerveza sin esperar nada a cambio. Bueno, sí; charlar, reír, compartir...

El dúo 'The bemters', en la plaza de la catedral
No, no pienses en perroflautas, sino todo lo contario; que tampoco pasaría nada si lo fueran. De hecho, Montse, la mujer de Miguel, se presentó con ese 'espíritu', totalmente opuesto al de su marido, a quien le gusta dormir en un hotel antes que hacerlo debajo de las estrellas.

Miguel y Montse son de nuestra quinta. Moteros de recorrerse España, entraron en el bar con los cascos sin saber dónde colocarlos. Les sugerimos encima de la máquina de tabaco y comenzamos a charlar. Miguel me habló de que tiene un tío que se llama como yo, Manuel Moreno, aunque él se apellida Mendieta de segundo. Como prueba, me mandó una fotografía de él con su prima Chus. Y me sugirió más bares en la Barceloneta para hacer una buena ronda: Jordi, Electricidad, Jaica, La cova mufada o El Xiringo.

De repente, entró Xavi. Este chaval, pura energía, me recuerda físicamente al actor Dani Rovira. Se lo dije y me reconoció que no era el primero que le había encontrado el parecido razonable. Llegaba con otros chavales con los que había quedado, por medio de una aplicación móvil, para jugar al vóley-playa y practicar inglés. 'Tenían ganas de comer, me han dicho que al McDonald's y les he respondido que ni de coña. Me los he traído al bar Leo', nos contó Xavi, que no paraba de repetir en voz alta que era español. Incluso toreó de salón con la izquierda siguiendo mis indicaciones.

La conexión con él fue total, igual que con Miguel y Montse, que se acababan de marchar en moto a Sant Andreu, donde viven al lado de un bar con más de 100 años de historia: el Versalles. 'Míratelo en Google y, para la próxima visita, me dices y estáis invitados', me escribió a la mañana siguiente.

Interior del hotel Catalonia junto a la catedral
y del restaurante Ascent
El bar Leo se iba llenando. Con Xavi de allá para acá, tirando la caña a casi toda mujer que entraba o salía, llegó Yovana. Es una joven mexicana que había recorrido el casco viejo de Toledo de la mano de la empresa Pasearte, propiedad de un conocido, Alberto, y en la que trabaja mi amiga Marina.

Y escribimos desde allí por WhatsApp a nuestro vecino Ángel, que tiene a su hijo, Jaime, viviendo en México, en Culiacán. Por esas cosas de "¡Anda, que si se conocen!". Pero no sonó la flauta, ya que Yovana procede de México DF, a 1.200 kilómetros.

También se dejó caer por nuestra zona Francisco cuando iba a poner música en la 'Junkebox', en la que  sonaba mucho flamenquito. Entonces me acordé de Joaquín Guzmán y le mandé por WhatsApp una fotografía de la máquina, puesto que fue el creador del mítico programa musical 'La gramola'. Ahora lleva las riendas de 'La Rotonda', de la que Nora, la mujer de la frase que encabeza este texto, es una oyente fiel.

Por la televisión, vi que mi paisana Sandra Sánchez, la karateca que lo ha ganado todo en katas, ganaba la final del campeonato de Europa. Estuve haciendo algunas fotografias, pensando que nadie se fijaría en mí, y luego le envié un mensaje de felicitación, que ella respondió dando las gracias.

No recuerdo a qué hora, pero por la puerta entró otro torbellino. Fabiola, una mujer de ojos verdes que se acercó a nosotros porque alguien le había dicho en la calle que llevábamos desde la una y media dentro del bar. Y hablamos, entre otros muchos asuntos, de por qué hacía fotografías a la televisión, con lo que le tuve que revelar mis intenciones para que no me tomara por chalado. Y le mostré el mensaje de Sandra Sánchez: "Muchísimas gracias", seguido de tres corazones blancos.

Como había sucedido con Miguel, Montse, Francisco y Xavi, la conexión con Fabiola fue inmediata. Como si conociéramos de toda la vida a esta filóloga que compagina ahora su trabajo con sus estudios de psicología. Y lo mismo sucedió con su amiga Eva. Y también con Daniel, un mallorquín saleroso que estaba disfrutando del fin de semana con dos amigos que decían que eran de Menorca. 

Así fue pasando la tarde hasta las seis y media, o más cerca de las siete. Salí del bar Leo con varios contactos que sumé a mi teléfono móvil. Se podía colegir que Marcela y yo, que no somos de bares, habíamos sido abducidos por el espíritu de este establecimiento emblemático. Pero no creas que fue fácil despegarse de Eva, Fabiola, Daniel y compañía. Fuimos a tomar la última, por lo menos en nuestro caso, al paseo del Borne, donde Marcela y yo recordamos viejos tiempos bailando salsa. Y triunfamos. 

Al día siguiente, paseamos tranquilamente por las Ramblas. No tuvimos la sensación de inseguridad en ningún momento, con la presencia de agentes de los Mozos de Escuadra, algunos con armas largas, y de la Guardia Urbana patrullando por el paseo.

Más tarde, me emocionó ver a una mujer muy mayor, podría rondar los ochenta años, con el bicho del baile en el cuerpo. Fue en la plaza de la catedral. Allí Luis Carlos Paula, un cantante y guitarrista dominicano, le ponía música a la mañana. La señora iba acompañada de otra que prefirió cambiar su puesto por el de un hombre que dio su cámara de fotos a su acompañante para bailar con la octogenaria. La bella estampa arrancó los aplausos del público. Y, a pocos metros, el dúo 'The bemters', compuesto por dos chavalas majísimas, grababa un vídeo para subirlo a sus plataformas en internet. Da igual la edad cuando el ritmo lo llevas de serie. 

Luego comimos magníficamente en el restaurante Ascent, dentro del hotel Catalonia junto a la catedral. Nada que ver con el bar Leo, por supuesto. Y tomamos el sol en la terraza del hotel Jazz antes de volver a Madrid.

No pudo haber mejor colofón en el avión. Había más de 300 pasajeros y tuvimos la suerte de que a nuestro lado se sentara Sonsoles. Es una abulense de ojos verdes, de un color muy parecido a los de Fabiola. Graduada en Salamanca y guía de viajes en la empresa Taveleus, regresaba después de acompañar a un grupo a Italia. Y salió a relucir el triunfo del Real Madrid en la Liga de Campeones, ya que ella no pudo asistir a la final por motivos laborales.

Al despedirnos de Sonsoles, Marcela y yo nos acordamos entonces de Miguel, Montse, Xavi, Francisco, Eva, Fabiola, Daniel o Iovana. Y prometimos volver al bar Leo en la próxima. Es otro mundo.

Máquina de música en el bar Leo




































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