Carcabuey, el pueblo donde no te sientes un extraño
Al fondo, Carcabuey; desde su castillo |
Sólo me faltó saludar a don José Enrique, fray Sandalio para los amigos, que es el párroco de un pueblo blanco rodeado de olivos de sierra y en cuya almazara, la de la cooperativa agrícola Virgen del Castillo, se fabrica el aceite premiado como el mejor del mundo. Además, la mayor parte de su término municipal está dentro del Parque Natural de las Sierras Subbéticas, con lo que Carcabuey cuenta con magníficos enclaves naturales y varios itinerarios senderistas, que forman parte del Geoparque Mundial de la Unesco Sierras Subbéticas, integrado por ocho localidades.
Posiblemente te suene la historia de cómo Pedro Miguel y tres de sus amigos se cruzaron en mi vida este verano, porque ya la conté en un relato anterior. Por si no la sabes, y como en nuestro viaje exprés a Carcabuey la hemos narrado varias veces -la conoce hasta el alcalde-, te voy a resumir cómo un puñado de kilómetros andando en el Camino de Santiago pueden unir tanto. Quizá esto sea su esencia.
Calle que conduce al Ayuntamiento |
Pedro Miguel es un joven educador social al que conocí el 15 de agosto, cuando él caminaba desde Portugal para terminar en la capital del apóstol. Con barba y con una gorra calada con la visera hacia atrás, no iba sólo. Lo acompañaban tres amigos desde la infancia: Enrique, herrero de profesión que sigue viviendo con sus padres en Carcabuey; José Carlos, mecánico en Málaga que se fue de su pueblo muy joven, y Jesús, subinspector de Hacienda que acababa de aprobar las oposiciones.
Yo estaba alojado en un hotel en Viladesuso, una pequeña parroquia pontevedresa a mitad de camino entre Bayona y La Guardia. Como no teníamos coche, anduve hasta Oya paralelo al océano Atlántico para comprar Fortasec en la farmacia de esa localidad, por donde pasa el Camino portugués. Pero el negocio me lo encontré cerrado y volví por donde había ido.
A lo lejos, divisé un grupo de peregrinos y me propuse alcanzarlos. Al llegar a su altura, les deseé buen camino, una expresión preciosa que había escuchado esos días. Ellos me correspondieron y les respondí que yo no era peregrino.
José Luis muestra tres tipos de aceitunas en la almazara del pueblo |
Su marcado acento cordobés -lo distingo bien por mi cuñada Lola, de Montilla- me dio pie a entablar una conversación según nos acercábamos a mi hotel, situado en la misma ruta a Santiago. Apenas fueron tres kilómetros, los suficientes para que esa esencia del Camino hiciera el resto. Me contaron que iban a pagar una barbaridad por dormir en el alojamiento más barato que habían encontrado en Vigo, alrededor de 250 euros los cuatro. Como mi religión no me permite que la gente desembolse esas cantidades abusivas, en segundos, les encontré en mi teléfono móvil un hotel por la mitad de precio. "¡Santiago te ha puesto en el Camino para nosotros!", soltaron con gracejo.
Pasamos por delante de mi hotel, saludamos a lo lejos a mi mujer, que estaba en la piscina, y anduve unos tres kilómetros más con ellos. Nos despedimos. 'Nos sabes cuánto nos has ayudado', me escribió poco después por WhatsApp Pedro Miguel, quien al día siguiente envió una graciosísima fotografía con los cuatro sentados en una cama enorme. "Podemos descansar en un gran hotel gracias a ti", era la frase que acompañaba a la instantánea.
La almazara donde se elabora el que está considerado como el mejor aceite del mundo |
Con ella habían contactado por las redes sociales y mi mujer también había mantenido el secreto: los cuatro cordobeses localizaron la casa y tenían como confidentes a las dos. En el anverso del paquete, una nota: 'No creemos en las casualidades, sí en la magia del Camino. Te prometimos algo con lo que no contábamos, y era el precio del hierro para tu trono. Pero te damos algo que vale oro, como el tiempo que nos dedicaste: nuestro aceite. Te queremos. Los 4 cordobeses". Dentro había tres botellas, una de ellas con el que está considerado el mejor aceite del mundo, 'Rincón de la Subbética'.
Cata de aceite en la almazara |
Ahora, un mes y medio después, mi mujer y yo hemos ido a Carcabuey, el pueblo de Pedro Miguel, José Carlos, Enrique y Jesús, donde mi mujer y yo hemos recibido muchísimo cariño por un pequeño gesto en el Camino -la búsqueda de un hotel- que lo habría tenido con cualquier persona.
Antes de llegar, hicimos parada en Montilla, a 45 minutos en coche. Allí dejamos a nuestra cuñada Lola, comimos con su familia y conocimos a Pepi, hermana de Loli, la madre de Lola (no, no es un juego de palabras). Con Pepi me quedé boquiabierto cuando supe su edad, 80 años, y comprobé su estupendo estado físico y, sobre todo, su contagioso humor.
Ya en Carcabuey, el primer contacto directo fue con Catharina, la dueña de la posada Amena, donde nos alojamos dos noches. Catharina es una holandesa espigada, madre de dos hijas, que tiene su punto cordobés cuando pronuncia algunas palabras.
Nos contó que tuvo que retrasar la compra del alojamiento un año y medio por culpa de la pandemia. Luego volvió de su país y desde septiembre del año pasado está al frente de este maravilloso hostal rural de 7 habitaciones, cuyo interior recuerda a un establecimiento de Ibiza y cuenta con una terraza común desde la que hay una bella panorámica de los montes que rodean este paraíso de olivares.
Terraza de la posada Amena |
Nos decidimos por este alojamiento después de las estupendas referencias que nos dio Pedro Miguel, a quien en Carcabuey lo llama 'P. M.' hasta su madre. Ya habrás deducido que son sus iniciales, pero bien podrían definir a un tío de 'puta madre' que ha elegido una profesión, la de educador social con gente sin hogar, que la lleva en la sangre.
De los cuatro jóvenes peregrinos, que no han cumplido los 29 años todavía, el subinspector de Hacienda no pudo acudir a la cita en el pueblo, donde José Carlos, Enrique y 'P. M.' prepararon un apretado programa de actividades para hacerlo con nosotros.
Con ellos cenamos el viernes en el mesón La Ronda, un espacio con solera y muy bien decorado, donde disfrutamos de la comida elaborada por Mari, la cocinera. Con Manolo, el joven camarero, me di cuenta del acento cordobés cerrado de algunos paisanos, algo de lo que mi cuñada Lola ya me había advertido y sus hermanas, Noelia y Yolanda.
Aunque estaba a un palmo de mí, hasta tres veces tuve que preguntar a mi tocayo qué estudiaba al tiempo que trabajaba. Sólo le entendía 'Finanzas y...' La segunda parte, 'Contabilidad', la averigüe cuando silabeó el bueno de Manolo, que llevaba colocada la mano izquierda a la espalda mientras se movía por el mesón con la bandeja en la otra. Muy profesional.
Trabajando en la panadería Garrido a las cuatro de la madrugada |
Con el buche lleno, nos fuimos al Pitillo, un bar de día que es 'de copas' por la noche. Mientras tomábamos consumiciones 'premium' a unos precios de pueblo, en un momento dado fijé la mirada en Pedro Miguel. Entonces me confirmó que había nacido para ser educador social. Me conmovió ver el aprecio, sí aprecio, con el que trató a un borracho que conoce desde la infancia (me reservo su nombre) y que no paraba de pedir que lo invitásemos a la penúltima.
Para entonces, mi mujer se había ido a dormir porque un resfriado pisoteado por una posible alergia al olivo le había congestionado muchísimo la nariz. Mientras ella seguramente intentaba descansar, los tres anfitriones me llevaron a la panadería Garrido, apenas a cincuenta metros de nuestro hostal, para comer unos panes o molletes recién salidos del horno.
José Carlos prepara los molletes recién horneados |
A eso de las tres de la madrugada, tres panaderos nos abrieron las puertas del negocio: Juan Luis, el jefe; Antonio y Javier, que me confirmó que no era la primera vez que le habían dicho que se parecía al gran actor y humorista Pepe Viyuela. Luego José Carlos, el mecánico, añadió que Javier tenía otro parecido muy razonable si se pusiese pelo: Pepín Tre, conocido por su humor de lo que él llama 'charlatanería pop'. Con esto ya te puedes hacer a la idea del buen rollo con esos tres trabajadores mientras los demás mirábamos y, en mi caso, preguntaba seguramente por deformación profesional.
Nos dieron de beber la 'guía', que es anís dulce en una botella de las de antes, de aquellas que se raspaban con una cuchara o una llave metálica para acompañar los villancicos. "La guía se ofrece a la gente que viene por aquí; y hay días que se pueden juntar cincuenta personas a la vez para comer molletes", relataba Pedro Miguel mientras Juan Luis, Antonio y Javier me contaban su día a día, y esperábamos que nuestros panes estuvieran listos.
Bar Pedro. Espacio reservado a 'Manolillo Benítez' |
Le dimos también a dos botellas de resoli, una de leche y otra de café, y a una caja de pastas, todo regalo de la casa, hasta que salieron los molletes horneados. Calientes y abiertos en libro, José Carlos los empapó de aceite oliva virgen extra antes de llenarlos de jamón serrano. ¿Precio? A 2,50 euros la unidad. Y, de postre, una deliciosa napolitana de chocolate a repartir entre los cuatro.
Después de dos horas, en las que aprendí el duro trabajo de los panaderos -me acordé de mi querido Víctor Manuel, 'el amasador de versos'-, me retiré a descansar porque el sábado iba a ser potente.
La nueva jornada comenzó en el desayuno conociendo la historia de Cristian, un argentino de Rafaela. Con cerca de 110.000 habitantes, esta ciudad es conocida como 'La perla del oeste' por su paisaje, cultura y arquitectura. Carcabuey está hermanada con ella y en el pueblo puedes pasear por el parque Rafaela, levantado en honor a Rafaela ya que me contaron que fueron numerosos los carcabulenses que emigraron hasta allí y crearon la ciudad junto con otros forasteros.
Subida al castillo. Paquito, en lo que se conoce como la cuna del niño Jesús. |
Entablé conversación con Cristian porque le dije que su rostro y el pelo alborotado me recordaban a mi sobrino Mario, de 7 años, pero con 40 primavera más. 'Es como si lo viera con la proyección del tiempo', le solté.
El rafaelino había llegado el miércoles desde su país, volando hasta Madrid y yendo en autobús a Córdoba y luego a Carcabuey. Había dormido en la posada de Catharina y ya conocía al alcalde, Juanmi, y al juez de paz, José Luis, director del colegio y profesor de inglés de 'P. M.', de José Carlos y de Enrique.
Cristian se iba a entrevistar con el edil y ya tenía alojamiento en la casa municipal de huéspedes. 'En el pueblo nadie duerme en la calle', me contaba luego Pedro Miguel, que sabía de lo que hablaba. 'Si no hay plaza en la casa de huéspedes -añadía-, el pueblo se moviliza para conseguir un alojamiento a quien vaya a dormir en la calle". A Cristian ya le faltaba conseguir un trabajo para asentarse y traerse a su familia desde 'la' Argentina.
Templete de la Virgen de las Angustias |
Luego vimos en la calle a Cristian acompañado del alcalde, que se acercó a mí para saludarme porque sabía que iba a visitar el pueblo y conocía la intrahistoria del Camino.
Nosotros ya se la habíamos contado a Rafa, historiador y guía de la oficina de turismo, que nos enseñó por la mañana el interesante castillo y el aljibe próximo, en cuyo cerramiento trabajó precisamente Enrique, nuestro amigo herrero, que nos acompañaba junto con los otros dos mosqueteros: José Carlos y Pedro Miguel, al que cambié el nombre varias veces por el de Pedro Manuel. "Me suele suceder", dijo.
Rafa, vestido con una chaqueta naranja chillón, nos mostró además otros lugares curiosos de este pueblo tan acogedor, donde tienen el agua por castigo a pesar de la sequía del verano, pero dejamos la ermita del Calvario para otra ocasión.
La historia del Camino de Santiago había llegado también a oídos de Miguel, el padre de Juanmi, el alcalde, y de varios amigos de nuestros anfitriones. A uno de ellos, Juan hijo, lo encontré detrás de la barra del bar Pedro, propiedad de Juan padre, que lo conserva por dentro y por fuera como si no hubiera pasado el tiempo por este negocio familiar.
Juan hijo, un geólogo que se está preparando para ser profesor, estaba sirviendo cervezas a menos de un metro de un papel pegado con celo y un mensaje: "Rincón reservado de 9'15 a 9'30". Juan me contó por la noche, durante una cena, que era un homenaje a 'Manolillo Benítez'. El hombre murió pasados los 90 años este verano y era un fijo de ese espacio. "Tomaba anís y café, la dieta mediterránea de Carcabuey", apuntó Pedro Miguel, que llama a todo el mundo por su nombre cuando va por la calle. No me extraña que sus amigos digan de él, medio en broma medio en serio, que será el nuevo alcalde.
Con Pedro Miguel, José Carlos y Enrique |
Después de un ligero picoteo en un bar, que no cito porque me resultó muy flojo, José Carlos nos recogió en su coche y bajamos a la almazara del pueblo, donde se elabora, entre otros, 'Rincón de la Subbética'. Está considerado el mejor aceite de oliva virgen extra del mundo, y tuvimos la ocasión de probarlo en una didáctica cata dirigida por José Luis.
Luego pasamos por la tienda a comprar un poquito de aceite y nos despachó Cristina Sánchez, vestida con una bata blanca, que nos regaló dos barritas de turrolate, un dulce típico de la zona -principalmente de Priego- que consiste en chocolate de bollo de almendra. Y, sí, se lo dije a Cristina Sánchez: "Tienes nombre y apellido de torera".
Subimos al pueblo y pasamos por La Oca, una pastelería decorada con gusto y junto a la coqueta torre del reloj del Ayuntamiento, antes de realizar otra estación en el bar Pitillo. Aquí eché un rato en ver fotografías de trabajos realizados por Enrique, un fenómeno con el hierro, y de las maravillosas tartas que elaboran en la panadería Garrido, donde habíamos estado de madrugada. La autora se llama Fátima y las vende en redes sociales bajo el nombre comercial de 'Sweet Mossa'. En dos palabras: repostería creativa.
Un trabajo en hierro hecho por Enrique para su madre, que es peluquera |
Sin la presencia de mi mujer, por aquello de la congestión y la pérdida del sabor, en la cena compartí mesa con algunos amigos de mis anfitriones. Fue el caso de Juan Carlos, que había participado por la mañana en una carrera a La Tiñosa, el pico más alto de la provincia de Córdoba. También estuvo Juan hijo, el del bar Pedro, que me contó que había dado clase de matemáticas a las hijas de Catharina, la dueña de nuestra posada. Y se unieron Adriana e Inma, azafata y neuropsicóloga, con las que intentamos recordar si habían estando con Juan de viaje en Toledo hace unos años. Dos días después, todavía tengo dudas de si sucedió.
Otra pasada por el bar Pitillo, un centro de reuniones de este hospitalario pueblo, fue el paso previo a que uno se retirase a sus aposentos. Fue entonces cuando volví a ver a Pilar, a la que había saludado fugazmente por la mañana y por la tarde. Maestra de infantil, es la novia de Pedro Miguel, y los dos me acompañaron al alojamiento junto con José Carlos y Enrique. Mejor guardia pretoriana, imposible.
Tengo que volver para desayunar con esta panorámica. Posada Amena |
Seguro que ahora, después de leer este relato, te circula por la cabeza si regresaré a Carcabuey. Te respondo con lo que Catharina nos recordó a la mañana siguiente antes de irnos: "Nunca dejarás de volver". Es el lema turístico de esta localidad cordobesa, que tiene un programa anual de actividades muy completo.
Pero hubo una pincelada más en esta historia antes de subir al coche. Antonio, uno de los panaderos, salió al bello y florido balcón de su casa, junto a la posada, para despedirnos: 'Os esperamos', dijo sonriendo. 'Sí, volveremos', pensé mientras nos alejábamos con el traqueteo de la maleta.
Instantáneas para el recuerdo
Paquito, en la posada Amena |
Mesón La Ronda |
Cartel en el aseo de hombres del bar Pedro |
Vista desde el castillo |
Javier, en la panadería |
Cartel de la fiesta del 4 de diciembre |
Parroquia de la Asunción |
Trabajo en hierro realizado por Enrique |
Tarta de Fátima para la panadería Garrido |
Iglesia de san Marcos |
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