La ermita de Santillana del Mar, el alcalde pedáneo y una boda

La ermita, entre rocas

Antes de un viaje, Marcela me pregunta casi siempre si voy a escribir de ello en este cuaderno. Y, casi siempre, le respondo que no llevo la intención de redactar una línea.

Sin embargo, cuando menos te lo esperas, conoces a alguien, te fijas en una anécdota o escuchas a tu hija expresar un deseo, y te hace pensar en contarlo con un puñado de palabras.

Santillana del Mar es un destino que repetimos en mi familia. Es una pequeña ciudad medieval que me fascina, sobre todo de noche, cuando el ajetreo se ha ido a dormir y apenas hay gente caminando por su empedrado, iluminado tenuemente por las farolas. Creo que la conozco tan bien que podría fabular una novela en sus calles, delante de su iglesia y junto al abrevadero de la calle del Río; o perdiéndome por los alrededores del cercano palacio de los Velardes, que ahora se puede visitar; o contemplando el trasiego de lugareños y turistas bajo los arcos de la plaza Mayor, en los aledaños del parador de turismo. 

La playa de santa Justa 
Esta Semana Santa hemos ido nuevamente a este municipio, considerado acertadamente uno de los pueblos más bonitos de España. Y nuevamente hemos dormido en la Posada Herrán, un establecimiento donde te sientes como en casa y que está alejado del ruido del casco histórico. 

Si te gusta charlar como me sucede a mí, tienes además en Lidia, su dueña, un auténtico filón. Desayunar con su jardín como lienzo de fondo te anima a quedarte de sobremesa con ella durante media hora o más. Es algo que me encanta hacer desde que conocimos este alojamiento hace ya más de una década, y donde pude saludar otra vez a Begoña, la encantadora mujer que ayuda a Lidia a tener la casa impoluta.

Como somos animales de costumbres, tampoco tuvimos que ir muy lejos para comer y cenar maravillosamente. La Posada Camino de Altamira, a 400 metros de la casa de Lidia, es siempre nuestro cuartel general para las viandas. Tello, su jefe, ya no está para esas palizas que se daba para mantener en pie este negocio, que desde hace un tiempo lo llevan espléndidamente su hijas Lidia y Vanessa, junto con el marido de esta última, Diego.

Paquito, bebiendo del chorro junto a la ermita 
En este viaje hemos conocido además a una camarera muy currante en este establecimiento, que ya ha cumplido dos décadas. A Elisa, una estudiante de 21 años que cursa Derecho, la animé también a acudir a juicios, cuando las clases se lo permitan, en la Audiencia Provincial de Santander. Probablemente, esas visitas le darán un plus en su carrera universitaria.

Elisa es uno de los personajes que guardé en mi memoria por si escribía en el blog, aunque yo no estaba muy decidido. Iba a ser una excursión de tres noches y Marcela prefería descansar; léase, dormir la siesta, aunque fuera ligera. Pero sucede que, después de una comida abundante en la casa de Tello, las siestas en la Posada Herrán te pueden atrapar y la cama convertirse en tu peor enemigo. Curiosamente, dos días antes había leído este titular en medios de comunicación: 'Las siestas largas se asocian con un mayor riesgo de sufrir un ictus'.

La noche cae en Santillana del Mar
Dormir o no dormir (ésa no era la cuestión), lo que me animó definitivamente a dar unas pinceladas del viaje fue conocer a Rufino Antón. Coincidí con él dentro de la recoleta ermita que hay justo debajo de un acantilado, metida entre rocas, y a la que llegué acompañado de mi hija, Marta, porque Marcela prefirió no tentar la suerte subiendo por el cerro.

Inesperadamente, encontramos abierta la puerta y aluciné: era algo que me sucedía por primera vez en las incontables ocasiones que me había acercado al lugar, la playa de Santillana del Mar, a seis kilómetros del casco y una de las más bonitas que conozco en Cantabria.

Rufino estaba en penumbra en un lateral del reducido coro, al que se accede subiendo unas escaleras de madera. Alumbrado débilmente por la luz natural que entraba por el único ventanuco, le llamé la atención cuando levanté la cabeza y lo vi. 

- ¿Es usted el sacristán?

- No, aquí no hay sacristán.

Reflejos. Atardeciendo en la playa de Tagle
El hombre dejó la lectura, bajó inmediatamente y comenzamos a charlar. Había señalado por alguna página el libro que estaba escudriñando sobre la historia de la ermita, a la que ahora se llega muy bien gracias al acceso peatonal que ha sido inaugurado hace muy poco tiempo. En este proyecto, según Rufino, él ha sido uno de los que ha insistido machaconamente para que al final se lleve a cabo, lo que turistas y lugareños seguro que agradecen en un bello paraje azotado por el mar. Precisamente, el mismo mar que logró derrumbar parte del suelo de la ermita, el que está debajo del coro, y que finalmente se reconstruyó también gracias a la matraca de Rufino y alguno más.

Pero, ¿qué hacía este caballero dentro de la ermita si no es el sacristán? Alcalde pedáneo de Ubiarco, que pertenece a Santillana del Mar, nos dijo que, al ver tanto turista y tan buen tiempo, se animó a acercarse con la imagen de la santa Justa, que también da nombre a la playa, y abrir el pequeño templo, situado debajo de una torre de vigilancia de la que sólo quedan unos restos.

Atardeciendo en la playa de Tagle

Rufino tiene el permiso del párroco y también la llave del candado, que ya tuvieron que cambiar recientemente porque algún listo se adelantó, aunque no saben con certeza con qué fin. Deslizamos varias hipótesis, como que llegasen a ser traficantes de droga porque la playa es accesible con la bajamar, según Rufino, todo un "personaje para tu blog", como escribió acertadamente un lector al ver en mi estado de WhatsApp una fotografía con la referencia a uno de los guardias de la ermita.

El templo se abre muy pocas veces al público durante el año y un día fijo es el 19 de julio gracias a una romería por la santa y a la misa que se oficia dentro. En su interior, imaginas los latigazos del mar bajo el suelo y sientes que estás en un lugar con historia, erigido hace siglos en un emplazamiento que bien vale una boda. Mi hija se lo dejó caer a Rufino, que le pareció una idea estupenda. Marta, que ha estudiado estilismo, es una entusiasta del musical 'Mamma mía' y el entorno de la ermita le parece un espacio mágico para contraer matrimonio.

Atardeciendo en la playa de los Locos. 'La estatua
los vientos', de Jesús González de la Vega

Tan asombroso como el atardecer del que disfrutamos ese mismo día en la playa de Tagle, también a un tiro de piedra de Santillana. Habíamos ido hasta Punta Ballota, siguiendo algunas indicaciones de Lidia, la dueña de nuestro alojamiento, pero nos dimos la vuelta después de transitar por un camino polvoriento y bacheado, por el que no queríamos regresar ya oscurecido. Y fue un acierto ir a la playa de Tagle, donde el arrullo del mar durmió a Paquito, el osito viajero, que también conoció a Rufino y le hizo caso: bebió del chorro de agua que cae junto a la ermita. Según la tradición, quien da un sorbo se casa pronto. Paquito y Marta ya te dirán si es verdad. Yo me quedo con Marcela. De momento.

 

Desde la playa de Luaña, otro paraíso




















      

   


  

Comentarios