La ONCE me abrió los ojos

Durante el discursito. Fotografía de Ana Pérez Herrera
No tenía pensado escribir una línea sobre el premio de la ONCE en mi cuaderno de bitácora, pero mi querida Ana me animó. Ella está superando un cáncer y es una tipa que transmite alegría, bienestar; que no está amargada como gente que me rodea, que está casi siempre con el colmillo retorcido o quejándose de la buena vida que realmente lleva.

Con Ana firmé espléndidos reportajes; yo, como redactor; ella, como fotógrafa. Muchos, sociales; otros muchos, sobre crónica negra. Pero siempre con ilusión, con profesionalidad, disfrutando de un trabajo en el que además me pagan.

Ella viajó con mi mujer y con mi hija hasta Talavera, pero sin Paquito, el oso viajero, que lo dejé en casa. Ana fue con dos propósitos: aplaudirme cuando me dieran el galardón y fotografiarme con esa maestría que tiene una mujer que nació pegada a una cámara.

En la entrega de los premios, adelanté que no tenía el don de la palabra, aunque a menudo me han dicho que junto bien las letras. Y por eso me armé de valor y escribí unas líneas para agradecer a la ONCE que se hubiera fijado en mí.

Dejé claro que, con permiso de los talaveranos Roberto Brasero y de Carlos Maldonado, comprobaba que había vida más allá de ellos en la Ciudad de la Cerámica y alrededores. Y me emocionó ver 'atimbote' el teatro Palenque, donde hacía décadas que no entraba, para recoger el premio.

No me enrollé mucho. Fui al grano porque el acto iba a 'jarapo sacao'. Hice un guiño, un apunte de cocina, a Maldonado, que no pudo asistir por otro compromiso.

El caso es que conté que llevaba varios días con el olor a sardinas y a calamares, recordando los bocadillos que de 'chiquinino' me comía en bares cercanos cuando iba al Palenque. Y también les hice una confesión sobre algo que ocurrió hacía un par de meses. Revelé que todo se fraguó durante una conversación en calzoncillos o sin ellos, no recuerdo bien, en un gimnasio de Toledo. Chema me dijo por sorpresa que preparara un listado de reportajes sobre discapacidad... En ese momento, pegué un grito para saber si Chema estaba entre el público del Palenque, oscurecido para la ocasión.

Este tipo, Chema, es un ciego que no tiene más remedio que leerme a su manera y soportar la cruz de estar en mi grupo de difusión de WhatsApp, con permiso de mi santa mujer, Marcela, que es la correctora oficial de mis publicaciones.

Familia y amigos. Fotografía de Marta Moreno Carrillo
Y conté que me daban el segundo premio en mi trayectoria profesional -el primero fue un sindicato de Educación, ANPE, en 2014-. Curiosamente, en ninguno de los dos casos por informaciones o reportajes sobre crónica negra, que dicen que lo hago regular, sino por historias como las de SúperPaco, Iván, Félix, Marta, Román David, mi querido Pelayo, Cristina, Montse o José Luis. Porque historias como las suyas, apunté, me regeneran. Este verbo me lo sonsacó una vez mi compañero Juan Antonio Pérez en una entrevista hablando de periodismo, una profesión donde hay precariedad y sueldos bajos. Y de esto Ana sabe mucho.

Hablando de periódicos, recordé orgulloso que en el mío, ABC, había puesto una pica bien alta después de casi 34 años currando en él ya que, gracias a este premio y a compañeros en Madrid, había logrado compartir página nacional de Agenda -"¡ojo al dato, señoras y señores!", advertí- con la reina Letizia, Esther Koplowitz, la Policía Nacional y la Mutua Madrileña. "¡Casi na!", añadí.

Pero como la entrega de premios giró a los viajes, aproveché para hablar de mi libro, de mi bitácora en internet, de sacar a relucir 'Manolo aventuras'. Y conté que, por sugerencias de mis primas María Jesús y Esther, presentes en el teatro, y de mi hermano Javier, periodista en La Tribuna de Toledo, iba a usar en mis próximos textos palabras tan talaveranas como 'pachasco', 'modorro', 'abutragao', 'esmirriao', 'risión', 'fararse', 'picatel'; '¡anda, bolo!'; '¡vaya papo!' y, por supuesto, mi querido '¡tú veraeeehhh!'.

Y ya que estaba lanzado, conté a los cuatro vientos que aspiraba a ser pregonero de las fiestas de Talavera de la Reina, como Roberto Brasero y Carlos Maldonado...

En la bellísima plaza del Pan.
Fotografía de Ana Pérez Herrera

Antes de despedirme, solté una última cosa: aseguré a los invitados que quedaba invitados a unos cuponcitos de la ONCE. Pagaban José Martínez y Carlos Javier Hernández, los capos de todo aquello, y me comprometí a que, si alguien le caía el premio gordo, lo contaría en una historia. Porque a mí el premio ya me había tocado. JY lo expliqué: José Luis, un sordo protagonista de uno de los relatos por los que me dieron el galardón, me escribió estas líneas al conocer la noticia: "Y sobre todo acuérdate que te llevas doble premio. El que se ve... y el que no se ve... de todas esas personas sobre las que pusiste tu puño y letra. Que te estarán eternamente agradecidos". Reconozco que aquí me rompí un poquito, porque pasaron rápidamente, como un fogonazo, varios de los personajes de mis historias.

Y añadí que el recompensado era yo porque, como digo a menudo, con buenos mimbres, el cesto sale maravilloso. Y en ese caso el cesto salió... me callé, porque Marcela dice que saco sapos por mi boca a menudo. Por eso animé al público que pusieran el adjetivo que quisiera, precisamente un día después de un cumpleaños: el día anterior se habían cumplido 15 primaveras desde que operaron de corazón y me dieron otra oportunidad. Por todo eso, redondeé el discurso afirmando que no podía haber mejor regalo que el reconocimiento de la ONCE. "¡Ya te digo!", exclamé con una expresión muy talaverana. 

Fue un broche a un premio que me abrió los ojos. No esperaba tanto desdén, a la cara, sin anestesia, de ciertas personas por el galardón con el que la ONCE me llenó de orgullo. Aunque es algo esperado, esa indiferencia duele, y mucho. ¿Envidia? ¿Mediocridad? ¿Rencor? No sé muy bien.

Sin embargo, te debes quedar con toda esa gente que te felicitó por tu trabajo, incluso a pesar de la distancia; también con la familia que te acompañó y con Benito y Mari Paz, dos vecinos-amigos que se hicieron 180 kilómetros para aplaudirte. 

"¿Y al personal tóxico, caballero?". Una peineta, pero sin acritud.

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