Haciendo amigos: de Calella a los Sanfermines de 2024

Raquel, Iván, David, Pilar, Hugo, Eva, Marcela y servidor
A veces, me repito como el ajo: hay gente con la que se conecta en un chasquido de dedos. Y lo volví a constatar en Calella, capital del turismo en El Maresme, Cataluña, donde pasamos once espléndidas noches con sus días acompañados de Paquito, el oso viajero. En el hotel President, un tres estrellas magnífico y requetelimpio a un precio económico, conocimos a Eva, David, Iván, Hugo, Raquel y Pilar. Los cuatro primeros, una pareja acompañada por los hijos de ella; Pilar y Raquel, en cambio, madre e hija.

La manera de conocerlos fue muy curiosa. Desde el balcón de nuestra habitación, en la cuarta planta y con vista a las piscinas del hotel, vi maravillado un numeroso grupo de huéspedes que no paraban de moverse al ritmo de la música. Todo un compenetrado cuerpo de baile al son que marcaba un dj.

Paquito y las piscinas del Hotel President

Tanto me llamó la atención ese entendimiento que grabé varios vídeos con mi teléfono móvil, al tiempo que animaba a mi mujer a salir. Porque, sinceramente, disfruté un buen rato y hasta bailé solito en el balcón mientras veía al personal de un lado al otro de la pista.

Al día siguiente, creo que en el desayuno, me acerqué a alguno de los seis porque me pareció reconocerlos desde el balcón, a pesar de la distancia. Y, oye, que conectamos al momento. A partir de ahí, una conversación llevó a otra; confesiones, preguntas, interpretaciones... Hablamos de todo: del lenguaje, de salud mental, de viajes, de comida o de los Sanfermines. Porque David, Eva y sus dos hijos son de Pamplona. Fue escuchar este dato y se me pusieron las orejas tiesas, como los caballos o los perros cuando advierten algo. Me fascinó saberlo porque Marcela, mi mujer, y yo somos sanfermineros de televisión. No nos perdemos un encierro del 7 al 14 de julio. En Calella lo veíamos desde la cama de la habitación porque a las siete y veinte de la mañana, la hora a la que comenzaba la retransmisión en La1 o en el canal 24 Horas, todavía no estaban puestas las calles.

Alrededores de Calella

El caso es que hicimos muy buenas migas con esa familia y con Raquel y su madre los días que estuvimos en el hotel. De eso fue testigo el encantador personal del comedor. Porque comimos y cenamos juntos, y hasta tuvimos pequeñas sobremesas.

El día de la marcha de Pilar y su hija a Valladolid, la capital donde viven, nos hicimos una fotografía y nos conjuramos para estar en Pamplona el 6 de julio de 2024, el día del chupinazo. "Eva organiza un almuercico espectacular en su casa", desveló David, trabajador del pladur y la pareja de Eva. Ambos ofrecieron sus casas para repartirnos y a mí me hicieron los ojos chiribitas.

Marcela y yo habíamos estado una vez en Pamplona durante los Sanfermines. Debido a la cantidad de gente y al desparrame que vimos hace años, aseguramos que no regresaríamos. Pero conocer a David, Eva y sus hijos, dos adolescentes de 17 y 19 años, nos cambió el parecer.

También conectamos inmediatamente con Raquel, logopeda, y su madre, funcionaria. Tanto fue que, mientras la otra familia viajaba a Barcelona a pasar el día, nosotros cuatro fuimos en tren desde Callela al vecino pueblo de San Pol de Mar. Allí conocimiento a Joshemari Larrañaga, un arquitecto técnico jubilado que es un apasionado de la pintura. Estuvimos en la Casa de Pescadores, un precioso inmueble en el que el entrañable artista mostró alguno de sus tesoros, que tanto nos maravillaron, sobre todo a Pilar.

Alrededores de Calella

Y llegaron las despedidas, algo que, sinceramente, me tocó mi corazoncito, que hacía 15 años que me lo pusieron en hora en el hospital madrileño Gregorio Marañón. Pero Eva creó inmediatamente un grupo en WhatsApp -bendita tecnología cuando es bien usada- y los miembros de 'Viajar es maravilloso', que así se llama, estamos unidos desde entonces.

Sin embargo, los días siguientes no fueron iguales sin ellos, aunque no paramos de hablar con las simpáticas y trabajadoras camareras del comedor: Wefa, su hermana Lili -más fácil que su nombre en marroquí-; Gisela, una argentina puro nervio; Iwona, una veterana polaca que se aprendió nuestro número de habitación al cuarto día; o Ariadna, una química que está a punto de firmar su primer contrato con la empresa en la que hace prácticas por la tarde.

Con mi tocayo Manuel al frente de todo el equipo como jefe de cocina, también estaban dos jovenzuelos, Nissi y Hugo, junto con otro veterano, Joan. Además de Adrián, pareja de Wefa y un artista haciendo huevos fritos. Por no hablarte del creativo Moha, que hace virguerías con las frutas. Y en el bar, entre jarras de medio litro de cerveza, hicimos buenas migas con Rafa, un andaluz que acababa de aprobar unas oposiciones en el Ministerio de Hacienda y al que di mi número de teléfono por si lo destinaban a Toledo. Nunca se sabe... 

El penúltimo día lo dedicamos a visitar Gerona (10 euros ida y vuelta en tren). Como era fin de semana, tuvimos que hacer un transbordo. A la ida, sin retraso. Mientras iba releyendo el mensaje con Gemma Arenas, una almagreña que acababa de conseguir el campeonato de Europa en carreras de montaña, llegamos a la conocida como 'la ciudad de los cuatro ríos' -Ter, Güell, Galligans y Oñar- con tiempo para recorrer su excelente casco histórico. Algunos de sus rincones y edificios me recordaron a ciudades y pueblos del norte de Italia, una zona que este verano no hemos visitado.

Manuscrito de Joshemari Larrañaga

Por sus recoletas calles llegamos a la catedral, a la que accedimos después de subir por una imponente y larguísima escalinata. En el interior del bello templo había misa y tuvimos la oportunidad de disfrutar en directo de su majestuoso órgano y de la voz angelical de una mujer que intervenía en el oficio religioso, del que no practico hace mucho tiempo. "Ya verás cuando le diga a mi madre que hemos escuchado misa el día de la Virgen del Carmen", dijo mi mujer, una enamorada de la música, como lo era mi suegro, Severiano, ya fallecido.

Zigzagueando por la zona vieja de Gerona, llegamos a otra escalinata de piedra, aunque en esta ocasión había que bajar. Desde lo alto, quizá una de las vistas más bonitas de la ciudad, aunque los dos edificios que la flanquean necesitan una reforma urgente. Precisamente de eso hablamos con Artús en su restaurante, Le Bistrot, cuya terraza se encuentra en el rellano que hay a mitad de la magnífica escalera. En el local entramos sobre el mediodía porque desde fuera nos llamó la atención su interior, y no nos defraudó. Artús, un joven muy simpático con una barba larga anillada a tramos, nos invitó a entrar hasta el final del restaurante, que está en forma de l, y nos encantó su decoración antigua. '¡Anda, de Toledo! ¡Pero aquí no tenemos escaleras mecánicas!', bromeó el socio de Artús al contarles que procedíamos de la 'Ciudad de las Tres Culturas'.

Gerona

Charlamos con ambos durante unos minutos, echamos un ojo a su carta -no era hora de comer-, nos recomendaron encantadores pueblos medievales de la zona y continuamos nuestro recorrido a pie por el precioso casco histórico. Sus calles están salpicadas -en algunos tramos, abundan- por lazos amarillos y cartelería reivindicando el derecho de autodeterminación de Cataluña por parte de sectores secesionistas.

Así llegamos a la estación de tren, fuera de la zona vieja, para volver a Calella. Sin embargo, nos detuvimos unos metros antes, en un restaurante del que me llamó la atención que anunciaran la cerveza Estrella Galicia de bodega. Y nos tomamos cada uno un par bien fresquitas mientras escuchábamos a Frank Sinatra, entre otros cantantes míticos. ¿Se puede pedir más, Paquito?

Por aprovechar el tiempo, comimos el pícnic que nos prepararon en el hotel y el convoy al que nos subimos llegó con retraso, lo que me permitió conocer a Pedro, de padre gitano y madre paya instantes antes de acceder a él. Me preguntó si ese servicio iba hacia Maçanet-Massanes, a lo que le contesté que sí. Subimos y entablé conversación con Emilio. Aficionado a la bicicleta -la llevaba doblada en el tren-, este almeriense llegó a Cataluña hace 38 años buscando un trabajo. Él es natural de Vélez-Blanco y se le iluminaron los ojos cuando le dije que habíamos estado en Topares, una pedanía de su pueblo. Fue precisamente aquí donde la dueña de la gasolinera de este municipio me enseñó un secreto en mi coche que desconocía: sacar el aire del depósito de combustible gracias a un apéndice, lo que te permite echar muchos más litros y, por tanto, una autonomía  mayor, de casi 200 kilómetros.

Por esto de las casualidades, comenté a Emilio si conocía a José Manuel Bretones, periodista, último director del periódico 'El Caso' y al que considero amigo. Me respondió que no, pero esto doy pie a que Emilio me contara su periplo laboral en Cataluña y su afición a la bicicleta.

Una creación de Moha

Al llegar a la estación Maçanet-Massanes para hacer transbordo en dirección a Calella, charlé con Pedro durante más de veinte minutos. Fue muy agradable, ya que hablamos de todo un poco. De TikTok y de lo malo que es su uso abusivo, principalmente para los jóvenes que no encuentran el momento de desengancharse.

También conversamos de su barrio, La Mina, en San Adrián de Besós, pegado a Barcelona, y me hizo una confesión: un familiar de su mujer, que estaba junto a nosotros, había sido la persona tiroteada a mediados de junio. "Está bien, fue en la pierna", me dijo Pedro cuando le pregunté por su estado.

Me fijé en su cuello y en su brazo izquierdo. Me llamó la atención la cadena y el pulsera que llevaba a juego, con una guitarra como cierre. Le pregunté si era aficionado al flamenco, me contestó que sí y me explicó lo difícil que es interpretar este cante. Él cantaba algunos palos, pero otros se le resistían.

Ya en el tren, Pedro y su familia se bajaron en la próxima parada, Tordera, y yo conocí a un matrimonio de andaluces con su vida hecha en Cataluña, como muchos emigrantes procedentes de esa bella tierra que adoro. Los llamaré Felipe y Ana porque no les pregunté sus nombres. Le conté que estábamos alojados en el hotel President, un establecimiento que conocían porque pernoctaron en una ocasión y guardaban un grato recuerdo. Eso me dio pie a hablar de viajes y a sugerirles, si no habían estado, que fueran a Galicia, nuestro próximo destino este verano de 2023. 

Felipe y Ana me confesaron que no conocían las tierras gallegas y que este año se habían quedado sin vacaciones porque el dinero lo habían destinado a otras necesidades. Además, ahora no pueden viajar porque sus hijos los necesitan para quedarse al cuidado de los nietos. 'Ley de vida', me dijeron. En cualquier caso, les insistí en que viajaran a Galicia en tren, en coche o en avión. Luego allí se encontrarían con las capitales de provincia conectadas por tren, con lo que podrían recorrer esa tierra como nosotros habíamos hecho en Cataluña.

Gerona

Al día siguiente, fue la despedida de Calella. "Me ha gustado el hotel", me escribió por WhatsApp mi vecina Flori, seguidora de mi cuaderno de viaje. Mientras nosotros nos divertíamos, su marido, Ángel, había tenido el gran detalle de acudir a casa a última hora de la noche para arreglar un cable en el registro de la luz que se había calcinado. "Anota, anota", respondí a Flori, invitándola así a que visite el President. 

Aunque lo puse por escrito, antes de marcharme pedí hablar con el director del hotel, Albert, para decirle personalmente lo bien que lo habíamos pasado y lo bien que habíamos sido atendidos por todo el personal del President. 'Así da gusto comenzar un lunes', me confesó.

Y me dio por leer en Google opiniones del hotel que íbamos a dejar con pena. Vi la que había escrito detalladamente Raquel, una integrante de nuestro flamante grupo en WhatsApp, del que te hablé al principio. Me fijé en su apellido, Camarón, y me vino a la cabeza Pedro, de padre gitano y madre paya, con el que había hablado de flamenco...

Flamenco no creo que cantemos mucho el 6 de julio de 2024 en Pamplona, pero nunca se sabe. El 'almuercico' en casa de Eva podría dar para mucho, y más después de pasar por su peluquería para arreglar mi cabellera. Ya te contaré, porque seguro que Paquito, el oso viajero, correrá el encierro vestido de blanco y rojo... Y quizá Marcela se anime.

  



























 



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