Siete pequeños emprendedores en el Camino de Santiago

Los pequeños emprendedores se fotografían con Paquito
El Camino de Santiago es un negocio. Los peregrinos lo saben muy bien y sus bolsillos se quejan amargamente de los precios de algunos desalmados que se aprovechan. Luego están los siete pequeños emprendedores en edad escolar que conocimos en nuestro último viaje a Galicia, en el sendero portugués. A Paula, Lucía, Dani, Carmen, Samuel, Paloma e Iria los vimos de casualidad el segundo día. Siguiendo el camino en dirección a la ciudad del santo, Marcela y yo habíamos salido a patear los alrededores del hotel Glasgow, donde estábamos alojados. En el cercano municipio de Mougás, nos detuvimos al llegar a la altura de este simpático grupo. Paula, una chavala pizpireta que estaba debajo de una sombrilla, nos soltó rápidamente si queríamos piedras pintadas por ellos. Pero no sólo eso. Pulseras, limonada, chuches y hasta barritas de turrón nos ofrecieron mientras charlábamos.

Algunas de las piedras pintadas por los emprendedores

Nos acordamos inmediatamente de nuestra hija, Marta, que de pequeña salía a la puerta de casa con su amiga María vendiendo pulseras, diademas y pendientes que habían creado con las cápsulas de café que consumíamos en casa. Así lograron reunir algunos euros, al igual que los siete pequeños emprendedores de Mougás, que comenzaban la jornada sobre las nueve de la mañana, dijeron, y cerraban el chiringuito alrededor del mediodía para irse después a la piscina de alguno de ellos.

En esas llegaron en un vehículo dos matrimonios ya mayores, creo que conocidos de algunos de los críos, y se bajaron para comprarles piedras decoradas, que vendían a un euro. Hubo hasta una generosa propina de una de las dos mujeres para que los chiquillos se la repartieran luego.

Cajones en la ferretería de Lucas que cumplirán 80 años

"Estas piedras son parecidas a las que hay un poco más arriba, ¿verdad?", pregunté a los simpáticos chavales. Varios asintieron mientras echábamos un ojo a sus trabajos manuales antes de comprarles dos. Para entonces ya nos habían contado que hacían la limonada que tenían en una jarra de cristal. "¡No, no lleva alcohol!", respondió uno después de que uno de los dos hombres le preguntara entre risas si lo llevaba.

Me vino entonces a la cabeza el veterano emprendedor, ya jubilado, que habíamos conocido dos días antes en Verín. Allí hicimos noche yendo a nuestro destino en Galicia, Viladesuso, en el Camino portugúes, a cuatro kilómetros de Oia y a 15 de Baiona. Con Lucas Martínez, dueño de una de las ocho ferreterías abiertas en este pueblo, entablamos conversación de una manera casual en la terraza del Adega do Caneda. Es un bar de estupendas tapas junto al río Tamega a su paso por Verín, donde la experiencia de tapear con el arrullo de la pequeña cascada que forma una presa en su cauce es casi religiosa. Este amasador ruido nos acompañó durante la agradable charla con Lucas, con el que empezamos a hablar de los cencerros que hace años compraban en la localidad toledana de Sonseca para los famosos y particulares carnavales de Verín. También se conocen por Entroido y seguro que habrás visto en internet o en la televisión la figura del cigarrón, que lleva un traje típico de esta localidad y cubre su rostro con una careta de madera pintada con colores llamativos.

La enriquecedora conversación derivó en los tiempos del contrabando y el estraperlo en la zona, además del exitoso negocio que puso en marcha su abuelo, con Portugal a un tiro de piedra, y de dos propuestas de Lucas muy sugerentes.

Uno de los atardeceres en el
hotel Glasgow mientras cenábamos

Así, a la mañana siguiente y antes de seguir nuestra ruta, visitamos la espectacular pescadería del supermercado Gadis -ojiplático me quedé- y pasamos por la ferretería de Lucas, que lo ha sido casi todo en Verín según nos contó: desde político hasta presidente de un equipo de baloncesto. En su negocio, al frente del cual está su mujer, pudimos ver cajones de madera que van a cumplir 80 años y donde todavía guardan las piezas, desde tornillos hasta roscas, que siguen vendiendo a sus clientes. También echamos una miradita a la vieja caja registradora, que aún funciona y que fue testigo de tiempos mejores.

No abandonamos Verín sin visitar su parador de turismo, a unos kilómetros, y el aledaño castillo de Monterrei. No puedes perderte esta fortaleza y subir por el interior de su torre del homenaje para poder contemplar, desde una altura de 22 metros, una panorámica que te dejará sin aliento. Allí también conocimos a  dos palentinos, Mamen y a su marido, Fernando, que irán a Toledo en octubre para conocer el parque temático Puy du Fou y a los que les dije que, si este recinto les gusta, tendrán que visitar después el parque que sus dueños tienen en Francia. Allí los ojos les harán todavía más chiribitas, seguro.

En dos horas y media en coche nos presentamos en el hotel Glasgow. Era nuestra segunda vez y, por tanto, sabíamos a los que íbamos: a disfrutar de un tiempo fresquito con el sonido del mar de fondo y a comer como unos reyes gracias a su jefe de cocina, José. Por eso volvimos a reservar pensión completa en este establecimiento a cinco kilómetros de Oia. Y acertamos de nuevo porque en mi casa no como ni de lejos tantos tipos de pescado y marisco en una semana, que fue el tiempo que estuvimos.

El castillo de Monterrei

Uno de los primeros días, nos acercamos a Oia para visitar su monasterio por la mañana y su iglesia por la tarde. La visita guiada al templo fue un auténtico descubrimiento, aunque Pilar, una jubilada que se encarga de abrir y cerrar, ya nos había advertido. Fue una hora y media muy amena a cargo del sacerdote, Daniel, pianista de conservatorio antes que cura. Nos llevó hasta lo alto del campanario y al precioso coro de madera, donde con la tabla de multiplicar del 5 nos hizo partícipes de cómo se cantaba gregoriano, y hasta él solito hizo luego una impresionante exhibición mientras lo esperábamos abajo.

Una calle de Verín

Como nos había sucedido unos días antes en el hotel President, en Calella, el personal del Glasgow se hace querer. Especialmente, Laura, Antxo y Mónica. La primera es una chavala que todavía no ha cumplido los 18 años y que habla cinco idiomas: inglés, francés, portugués, gallego y español. Lo suyo es el turismo y va a estudiar dirección. Tiene una hermana, Paula, que con 16 primaveras ya despunta en la cocina, donde me preparó un jugoso Tournedó (solomillo de ternera). Pedimos que saliera para felicitarla y le di mi enhorabuena. Entonces supimos que también juega al fútbol, en el Lóstrego CF, y hablamos de Alexia Putellas, una de las mejores futbolistas del mundo, con dos Balones de Oro consecutivos.

Zamburiñas en el hotel Glasgow

Te cité a Antxo, uno de los dos socorristas en las piscinas del hotel. Es locuaz y divertido, como Miguel, su compañero el año pasado y con el que pudimos hablar esta vez gracias al teléfono de Antxo. Este chaval, formado en actividades deportivas, puede representar a los cientos de jóvenes que, como él, han pensado buscarse el futuro, aunque sea momentáneo, fuera de España con el fin de hacer dinero y regresar para poner en marcha un negocio. Seguro que con el mismo espíritu de los siete pequeños emprendedores que encontramos en Mougás.

Percebeiros y ayudantes en la lonja de La Guadia

Luego está Mónica, camarera del Glasgow. Gracias a Paquito, la conocimos bien durante nuestra primera visita. El pasado verano, se llevó un día entero al oso viajero a su pueblo, La Guardia, donde lo fotografió en diferentes lugares: en el monumento al pescador, conocido como La Barca y donde los guardeses celebran los triunfos del Vigo de fútbol; con las barcas de los bravos pescadores en el puerto y hasta lo retrató en su propia cocina, delante de uno de los postres que ella elabora y por los que ha ganado varios premios.

Castro en el monte de santa Tecla

Había vuelto a saber de Mónica hace unos meses, cuando me enteré del horripilante accidente de tráfico que tuvo debido a un conductor con narcolepsia que se estampó contra su coche en una curva. A Mónica la llegaron a dar por muerta, aunque lograron reanimarla y finalmente fue intervenida del esternón. Esta intervención me resulta familiar -a lo mejor te lo he contado alguna vez-, ya que me operaron de corazón hace quince años y sabes que para llegar a la 'patata' hay que abrir el cuerpo un poquito (una cicatriz de 25 centímetros da fe en mi caso).

Petroglifos en La Guardia

El asunto es que Mónica ya está trabajando y, en su día libre, nos propuso ser nuestra guía por La Guardia y alrededores. Aceptamos. La jornada la dividimos en dos partes: por la mañana, nos llevó al monte de santa Tecla, donde recorrimos un espectacular castro gallego antes de llegar a la cima. Desde aquí, además de disfrutar de una consumición en la maravillosa terraza de uno de los dos bares, pude quedarme en la retira con una bella panorámica del río Miño muriendo en el océano Atlántico, con el islote de una antigua cárcel emergiendo en la misma desembocadura. Y fotografié Caminha, un coqueto pueblo portugués que hay enfrente y de donde procedía un antepasado mío. "Antonio José Martines", apuntaron mi hermano Javier y mi prima María Jesús cuando hice la consulta en el grupo de WhatsApp que creamos en 2017. Ese año, una nutrida representación de mi familia materna viajó en varios coches hasta Caminha y Argela, a cuatro kilómetros, para conocer la tierra de Antonio José. Y, seis años después, yo estaba allí y alucinaba con el recargado interior de la iglesia de santa Rita.

Un helicóptero en el Camino portugués

Por la tarde, después de comer, quedamos con Mónica en el mismo punto que nos había recogido por la mañana: junto a la lonja de La Guardia. Pero Marcela y yo fuimos una hora antes para ver la subasta de percebes y de pescado, siguiendo las instrucciones de Manuel, un trabajador de la lonja. Sin embargo, las mareas retrasaron la subasta de percebes hasta las seis y la de peces no la hubo. Pero sí pudimos ver a percebeiros como Lito -de Manuel- o Chelino, cuyo verdadero nombre es Alberto. El primero limpiaba el molusco a una velocidad endiablada con una navaja que yo nunca había visto, mientras que Chelino calificaba los percebes por tamaños: primera, segunda y tercera, lo que influirá en el precio. Me puso varios ejemplos para que viera la diferencia de tamaño y, oye, se nota muchísimo.

Monasterio de Oia

Mónica nos recogió en su coche y emprendimos la ruta hacia Caminha, para lo que cruzamos el puente de Amizade, inaugurado en 2004 y que conecta España y Portugal. Tomamos un café y comimos un riquísimo pastelillo de hojaldre y crema en un bar donde viví una escena fascinante. Calculo que, en menos de seis metros cuadrados y durante unos minutos, entre las ocho personas que estábamos sentadas alrededor de tres mesas diferentes se habló cinco idiomas: inglés, francés, español, portugués y alemán. Porque Mónica estuvo viviendo más de una década en el país germano y domina su idioma.

Caminha, el pueblo de mis antepasados

Luego se empeñó en llevarnos hasta lo más alto en Vila Nova de Cerveira para ver una panorámica todavía más espectacular, dijo, que la que hay desde el monte de santa Tecla, de la que Mónica es devota. A mí me parecía difícil mejorarla, pero después de subir por un trazado estrecho y sinuoso he de aplaudir el afán de Mónica: la vista desde el mirador de Vila Nova te quita el hipo, te hipnotiza, te deja sin palabras, callado, pensativo... El ciervo de hierro sigue en su sitio, no así el columpio que había, y que se hizo famoso a través de redes sociales. Pero esto es lo de menos. Si estás por la zona, ve. No te arrepentirás.

Atardecer en Viladesuso, preparando
un programa para Radio Castilla-La Mancha

El día antes de marcharnos de Oia, nuestros vecinos en Toledo Benito y Mari Paz se acercaron desde Pontevedra para visitarnos. Habíamos quedado en ir a la localidad portuguesa de Viana do Castelo con Mónica, pero una migraña la dejó grogui a última hora. Fue muy a su pesar, porque estaba ilusionada con mostrarnos una panorámica bellísima, aunque finalmente los dos matrimonios emprendimos ruta en coche hacia un municipio a orillas del océano Atlático que Benito y Mari Paz conocen perfectamente porque lo han visitado varias veces. Con ellos da gusto charlar mientras se viaja, ya que son dos avezados y jubilosos aventureros. Siempre que coincidimos con ellos hablamos de nuestras expediciones y llegamos a la conclusión que mi amiga Marta me ha dicho muchas veces: "Una cosa es viajar y otra, saber viajar". Marta dice que esto último es lo que yo hago y, ciertamente, estoy de acuerdo con ella.

Santuario de santa Lucía en Viana do Castelo

Después de pasar de nuevo por Caminha, el pueblo de un antepasado mío como te dije, llegamos a Viana do Castelo. Zigzagueamos el monte en coche por un bello empedrado que los portugueses colocan divinamente y alcanzamos la cumbre. En efecto, Mónica tenía razón: el santuario de santa Lucía es asombroso y las vistas panorámicas, sensacionales. No sabía muy bien hacia dónde mirar. Me vino a la cabeza el síndrome de Stendhal; ese que causa un elevado ritmo cardíaco, felicidad, palpitaciones, sentimientos incomparables y emoción cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando éstas son consideradas extremadamente bellas, según leo en internet.

Una cabra en el monasterio de Oia

Regresamos al hotel Glasgow a comer y Mónica pretendió visitarnos por la tarde para llevarnos a ver unos molinos. Pero la migraña la dejó finalmente en casa la misma tarde que se conocía que la cantante irlandesa Sinéad O'Connor había muerto.

A la mañana siguiente salimos temprano hacia La Puebla de Sanabria, aunque antes tuvimos una parada en una gasolinera cercana. Allí nos esperaba Mónica con el espectacular bizcocho con el que ha ganado varios premios. A pesar de su migraña, sacó fuerzas para hacerme este regalo dos días antes de mis 53 tacos y ya le dije que lo degustaría en casa durante la celebración de mi cumpleaños. 

Paramos en Allariz, conocida por la historia de Manuel Romasanta, el primer asesino en serie español, del que he hablado en el programa de 'La crónica negra' en Radio Castilla-La Mancha y en 'Estando contigo', de la televisión regional, con el profesor Aurelio Zazo, al que llamé por teléfono para decirle dónde estaba. En Allariz aprovechamos para echar un vistazo a las tiendas de bajo coste, siguiendo el sabio consejo de Benito y Mari Paz, pero no vimos nada especial. Sería que no era el día de gastar.

El lago de Sanabria desde dentro

A la hora de la comida llegamos a Pedrazales, un municipio de menos de 50 habitantes cercano a Puebla de Sanabria y a unos kilómetros del magnífico lago, el mayor de origen glaciar de Europa, que luego recorrimos en barco con Javier y su mujer, Aurora. Nos alojamos dos noches en un edificio del siglo XII reformado y donde encontraría el final de esta aventura. Aunque con Aurora y Javier charlamos en el aparcamiento de la posada unos instantes, no fue hasta la cena cuando se alinearon los planetas. Resulta que Javier comenzó a contarnos que el 8 de agosto iba a cumplir un año del trasplante de pulmones que le ha dado otra ficha para seguir viviendo, un relato que me estaba poniendo el vello de punta mientras él buscaba en su teléfono móvil una imagen. En realidad, se trataba del reportaje periodístico en el que Javier fue portada el 18 de octubre de 2000 por su larga lucha contra el Covid en el hospital Puerta de Hierro. "¡Leches, si es en mi periódico, ABC!", exclamé al ver la fotografía del reportero Álvaro Ybarra, sobre quien habló maravillas por su trato humano.

Portada en ABC con Javier en primer término

Javier habla por los codos, tiene serios problemas de movilidad, camina con un bastón, está jubilado a sus 53 años, pero se ve a un tipo con muchas ganas de vivir, apoyado en Aurora, que no lo ha soltado de la mano. Son un buen final para estas líneas porque me veo reflejado en ellos. Cuando has tenido una experiencia en la que la muerte te ha llamado a la puerta, es fácil que por la cabeza te ronde un refrán al que recurro mucho: "No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy". ¿Te apuntas tú también?



Fotografías para el recuerdo

Alrededores del santuario de
Santa Lucía en Viana do Castelo

 Santuario de santa Lucía






Monasterio de Oia


Oia


Monasterio de Oia


Desde el castillo de
Monterrei. Al fondo,
el parador de Verín


Castillo de Monterrei


Puebla de Sanabria

Allariz

Paquito y el bizcocho de Mónica

Aquí fue juzgado Romasanta
en Allariz



Allariz


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