Así fue mi camino para ver a Santiago, el de Compostela

En Santiago de Compostela
Siempre me han dicho que soy un oso resultón. Marina, una amiga de mi padre humano, está enamorada de mí y me ha llevado de viaje hasta Egipto con su marido, Luis. Todo a gastos pagados, oye. Una maravilla para un peluche como yo, que no doy un ruido; ni como, ni bebo ni ...

Pero lo de Mónica, una camarera del hotel Glasgow, en Oia (Galicia), no ha sido igual, ni mucho menos: hacer a pie el Camino de Santiago, 166 kilómetros, pasando calamidades y conociendo a mucha gente, como a los periodistas que nos grabaron pocas horas después de comenzar esta aventura. Una preciosa peripecia, un viaje a tu yo para muchos, que te cuento por si no tienes propósitos para 2024.

Bueno, he de puntualizar que yo a pie no fui, claro. Mónica sus dos amigas, Nieves e Imelda, me llevaron como a un rey, a pesar de las dos borrascas, Ciarán y Domingos, contra las que peleamos enérgicamente y que no lograron que abandonáramos. En mi diario lo anoté todo y te lo cuento ahora.

Con unas compis de caminata

Llegué a casa de Mónica, en el municipio gallego de El Rosal, a finales de septiembre. Viajé en una caja de cartón desde Toledo gracias a mi padre, Manolo, quien me llevó a una oficina de Correos ya empaquetado. Mi destino era un bonito pueblo en la comarca del Bajo Miño, en la provincia de Pontevedra, y allí aparecí después de una excursión que me dejó el cuerpo molido.

Con Mónica ya había pasado una mañana hace dos veranos por la zona y, esta segunda vez, me presentó a todos los paisanos durante las semanas que estuve con ella hasta que comenzamos el Camino de Santiago. Pero fíjate: no hay días en el calendario, que tuvimos que empezar a patear con la entrada de una borrasca llamada Ciarán, que casi me lleva el primer día volando a las islas Cíes.

Arrancamos en La Guardia (A Guarda, en gallego) a las siete de la mañana. Yo llevaba mi credencial y mi Compostela, y Mónica telefoneó a mi padre una hora más tarde, ya amanecido, para contarle el momento de la partida. "Voy con mucha ilusión", había escrito a Manolo el día antes. Pero también quiso llamarlo para darle las últimas novedades y ponerme a teléfono para despedirme.

Por la Galicia profunda

Ya en el Camino, Mónica, Nieves e Imelda no pararon de hacerme fotos en todas las posiciones y de enviar algunas a Manolo, que las iba colgando en su colorista y entretenido estado de WhatsApp. Trabajo en equipo, vamos.

Disfrutando del sonido del mar por el Camino Portugués de la costa, pasamos por Oia, Viladesuso, Mougás, Baredo y Baiona, nuestra meta en la primera etapa. El día amaneció nublado y fue empeorando a medida que pasaron las horas. Apareció la lluvia y el viento azotó tan fuertemente que las chicas me tenían que llevar bien sujeto para que no me fuera volando a las Cíes cuando llegamos a su altura.

Llegando a Baiona, a eso de las cinco de la tarde, periodistas de una televisión entrevistaron a Mónica, Nieves e Imelda por el temporal. Y aprovecharon para que yo ganara unos segundos de popularidad en la 'caja tonta'. "¡Si no salimos volando, salimos en la tele con las Cíes al fondo!", repetía Mónica con su aterciopelado acento gallego.

Santa Marina de Carrecedo

Seguía lloviendo. Daba igual. Avanzamos camino de Santiago. Hicimos parada, por ejemplo, en la iglesia de Santa Mariña de Carrecedo, en Caldas de Reyes, y continuamos mojándonos por la Galicia pura, "con sus olores y paisajes", según contaba Mónica con ese acento gallego que me encandila. Caladitos hasta los huesos, algunas; hasta el último pelo, yo. "¡Ahora sí estamos en el Camino!", repetía ella emocionada. Sin esperarlo, nos encontramos con un sacerdote, Miguel, quien nos echó la bendición. Bueno, en realidad nos cruzamos con él y luego se dio la vuelta para ir a nuestro encuentro y charlar con nosotros. 

Llegamos a Padrón, donde en un mercadillo olía a castañas asadas. Pero a mí lo que me encantó fue la ración de pulpito recién cocido que comimos sentados en una mesa con una tacita de vino ribeiro. Y hasta me dieron a probar bica, un bizcocho gallego, típico de las zonas rurales cuya receta ha ido pasando de generación en generación. Como decía Mónica, estas son las vivencias del Camino. No sólo es penar bajo la lluvia; también hay que coger fuerzas.

No pasé hambre

Saliendo de Padrón, pasamos por el espectacular cementerio de Adina de Iria Flavia, donde están los restos de un escritor, Camilo José Cela, premio Nobel de Literatura y a quien mi padre, Manolo, conoció durante una visita a Toledo hace ya tropecientos años. Él me ha contado que fue para la inauguración de la restauración de la puerta del Sol, en la cuesta desde la puerta de Bisagra que te lleva a la plaza de Zocodover. Y es que este hombre conoce a tanta gente...

Me fotografiaron en el olivo bajo el que yacen los restos de Cela y, después de pasar por Iria Flavia, seguimos por la Galicia "antigua", como repetía Mónica: caminos estrechos, casas de piedra muy antiguas en los pueblitos, con callejuelas, arcos, enormes losas de piedra y madera. "¡Precioso!", exclamaba Mónica, que no paraba de hacerme fotografías y mandárselas a Manolo, que estaba en Toledo.

Estampas

Nos cruzamos hasta con un arcoíris. "Cuanto más caminamos, menos sentimos el dolor y más la emoción", decía Mónica tan feliz, como mística. Y así llegamos a la Casa Camiño da Vieira, en la aldea Angueira de Suso, a sólo 14 kilómetros y a menos de tres horas a pie de la plaza del Obradoiro de Santiago. En ese alojamiento espectacular, dirigido por un tal Roberto, nos quedamos a dormir. Estábamos reventados. Pero antes fuimos a cenar a un restaurante y Roberto nos acercó en su coche porque, cómo no, llovía mucho. Luego descansamos plácidamente en unas camas comodísimas en una casa hasta con chimenea y desayuno. Solamente 20 euros por persona (bueno, yo al ser un peluche no pagué), y felicísimos. "Di a Manolo que le mande gentiña, que Roberto es majísimo", me insistía Mónica antes de echarnos a dormir.

¿Qué es?

Allí, coincidimos con tres alemanes, un austríaco, una asiática y otra holandesa. "Una mezcla impresionante", repetía Mónica, una de mis madrinas en este viaje fantástico junto con Nieves.

Nos levantamos temprano y con fuerza después de haber dormido de maravilla y desayunado mejor. Pero yo tenía un gusanillo en mi cuerpo de peluche porque Santiago estaba a tiro de piedra. Seguimos caminando por la Galicia rural, con callejuelas estrechas y empedradas, casas muy rústicas, con el día muy nublado y "fresquito", como diría un paisano. Pero los últimos kilómetros no lo hicimos solos. Nos acompañaron la holandesa Bieke, la taiwanesa Pink, la húngara Gabor y los alemanes Davide y Nike. Con estos dos germanos, Mónica estuvo como en casa porque ella habla muy bien alemán.

Faltando ocho kilómetros para llegar a Santiago, le escuché contar sus sentimientos a mi padre en uno de los audios que le enviaba: "La emoción, la alegría, la pena, la constancia de los peregrinos y el cariño de los habitantes de la zona, que viven el Camino cada día; cómo te saludan; cómo te desean buen Camino; cómo te miman y te envuelven en una nube de algodón. Tengo el estómago lleno de maripositas. Es algo que no te puedo describir, Manolo; hay que vivirlo".

Hubo que reponer fuerzas
para no desfallecer

A Mónica se le puso el corazón a dos mil cuando, a un kilómetro y medio de la meta, vimos la catedral al fondo. Mi entrada en la plaza del Obradorio fue en silencio, disfrutando de un momento único para un osito de peluche. "Gracias por confiarme tu compañero de viaje", oí a Mónica decir a mi padre por teléfono. Y yo me emocioné al terminar mi primer Camino para ver a Santiago, el de Compostela.




Comentarios

  1. Qué bien sé lee aquí sentado, junto a un fuego alcarreño. Pero como me hubiera gustado haberte acompañado, bajo la lluvia en esa Galicia profunda, especialmente a tí oso de peluche y a los sentimientos que recogías en ese camino.

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