El cáncer, Venecia y su carnaval

En el Gran Canal.
Fotografía de Juanjo Pérez del Pino

Tócame las palmas y te organizo un viaje. Me suele pasar con poquito que me animen. Y eso fue lo que hizo mi amiga Ana en mayo de 2023: "Podíamos volver al carnaval de Venecia", me dijo.

Allí estuvimos por última vez disfrazados de época unas semanas antes del primer estado de alarma en España por la maldita pandemia mundial. Sería además una magnífica manera de festejar que Ana, fotógrafa y apreciada compañera en ABC durante muchos años, había superado un cáncer de mama.

En menos que canta un gallo, yo tenía comprados los billetes de avión para mi mujer, para Ana, para su hija y para mí: iríamos del 2 al 4 de febrero de 2024. También había reservado algunos hoteles, aunque más adelante las chicas decidirían en cuál dormiríamos.

Marcela, reina del carnaval
Los trajes los teníamos, porque serían los mismos que mi mujer y yo venimos utilizando desde nuestra primera vez en el carnaval de Venecia, allá por 2017. Ana lo tenía también de su primera vez, en 2019, y de una segunda, en el aciago año 2020.

Estuvimos pendientes por si alguien más se sumaba a la excursión y, finalmente, se animaron los padres de Ana, Juanjo y Carmen, a los que conozco hace muchos años, aprecio y son muy buenos compañeros de viaje. Juanjo fue concejal de Seguridad Ciudadana del Ayuntamiento de Toledo y con él tuve mucho contacto por dedicarme a la información de sucesos. Carmen, en cambio, tiene una tienda de regalos en la calle del Comercio (Ancha la llaman los toledanos), por lo que ella conoce muy bien a los turistas.

Pero la princesa de la corte sería Gadea, como ya había aventurado su abuela Carmen. Con 3 años, puso firme al resto de la expedición en las calles venecianas. Una niña muy despierta, dicharachera y tragona, que nos marcó el paso, la hora de la comida y a la que es mejor comprarle un traje. "En la asamblea de tu clase vas a necesitar dos días", le vaticinó mi mujer, maestra, en más de una ocasión.

Otro personaje clave en el viaje fue Paquito. Marcela y nuestra amiga Marina, enamorada del peluche, se propusieron, y lo consiguieron después de darle vueltas, disfrazarlo de época y con unas prendas y colores que se asemejaban al traje de mi mujer y al mío.

El grupo, desde la azotea del
centro comercial de Rialto.
Fotografía de Juanjo Pérez del Pino

Volamos el 2 de febrero con más sueño que otra cosa ya que hubo que madrugar. La llegada al aeropuerto prometía un viaje con sorpresas porque la primera fue encontrarnos al piloto de motociclismo Marc Márquez, ocho veces campeón del mundo, en la misma fila para pasar el control de seguridad.

Ya en el aeropuerto Marco Polo de Venecia, Michael fue el simpático conductor que nos recogió en una amplia furgoneta. Después de muchos cálculos, este transporte privado resultó más barato que el autobús del servicio público para llegar hasta el hotel Plaza, en la localidad de Mestre. Este establecimiento está situado enfrente de la estación ferroviaria y también de la parada del autobús urbano, a sólo diez minutos de Venecia vayas en tren o en autobús.

Atardecer desde el puente de Rialto.
Fotografía de Juanjo Pérez del Pino

En Mestre había estado hacía unos días mi amigo Javi, que fue guardaespaldas de un presidente de Telefónica y ahora un trotamundos en bicicleta desde que se jubiló. Inesperadamente, creó un graciosísimo 'sticker' de Paquito a partir del traje que idearon Marina y Marcela, y me lo he guardado para otras ocasiones.

Con Javi coincido en que Mestre es un extraordinario lugar para tener el cuartel general porque los alojamientos son muchos más económicos que los desorbitados precios en Venecia, y más en la época del carnaval, que este año conmemora el 700 aniversario de la muerte de uno de sus hijos más ilustres, Marco Polo, ocurrida el 8 de enero de 1324.

Poco después de registrarnos en el hotel, partimos para Venecia, la 'reina del Adriático'. Siempre espléndida, siempre bella, pateamos entre canales al ritmo que Gadea y su carrito de bebé nos permitieron. Comimos de maravilla en 'Bacaro Quebrado', un pequeño restaurante con terraza donde conocimos al jefe, aunque fuimos atendidos por Denis, toda una profesional. Nos maravilló el parecido físico de Isabel, una de sus compañeras, con Ángela, una amiga murciana de nuestra hija, por lo que la pedimos que nos permitiera hacerle una fotografía para enviársela. No nos equivocamos: acertamos.

Camino de la plaza de San Marcos, pasamos por la calle de la Vida o la dedicada a Colombo, "como el detective", apuntó Juanjo. Y hablamos del turismo, de lo que te aporta viajar, de cómo te abre la mente y los ojos; del cobro de una tasa para supuestamente mantener una ciudad que a la vista se cae a trozos cuando giras una esquina; de la calidad de sus hoteles, que nada tiene que ver con los estándares en España; del número de canales, de...

Como los buenos ciclistas escaladores, subimos con el carrito de Gadea las escaleras del puente de Rialto, a tope de gente, como siempre. Desde allí disfrutamos de un electrizante atardecer que bien merece el viaje de dos horas y media en avión desde Madrid.

El Gran Canal desde el puente de la estación del tren
En San Marcos vimos a un hombre y a una mujer disfrazados espléndidamente de época, accediendo a las peticiones de los turistas para fotografiarse debajo del 'campanile', un particular campanario independiente del templo. Y comencé a girar sobre mí para admirar la belleza de una plaza a la que volvería al día siguiente.

Habíamos comprado cada uno una tarjeta de transporte de 48 horas por 35 euros (los niños hasta 6 años no pagan). Este título te permite usar todas las veces que quieras el 'vaporetto', un barco de pasajeros, y el autobús que comunica Mestre y Venecia. Sin embargo, no está incluido el uso del tren, como nos había dicho equivocadamente el tendero en el negocio de Mestre donde adquirimos los billetes, que además te permiten entrar una vez en el Casino de Venecia.

Los zapatos de Seve, mi suegro

Después de pasar por la librería Acqua Alta, que descubrimos en el viaje anterior gracias a nuestra vibrante amiga Nuria, decidimos subir a un 'vaporetto' para regresar a la estación del tren. Y me volvió a cautivar ver las casas asomadas al Gran Canal mientras el barco rompía las aguas ya anochecido. Se iba convirtiendo en 'la Serenísima', porque las calles de iban despoblando de turistas, y pasábamos por debajo del puente de Rialto, el mismo que la Peña del Rey Moro de Toledo había diseñado para el desfile del 10 de febrero con motivo del carnaval en la Ciudad de las Tres Culturas. 

Para irnos a la cama con el estómago calentito, colocamos nuestras posaderas en la repleta pizzería de Michele, a pocos metros del hotel, después de esperar una larga fila. Nos atendió amablemente David, que había trabajado en Ibiza. Nos guio a la hora de pedir y volvimos a acertar. Fue de esas cenas que recordaremos tanto por la calidad de la comida como por el extraordinario servicio que recibimos, y que también conoce mi estimado José Carlos García, abogado con el que coincidiré próximamente en la Audiencia Provincial de Toledo por la repetición de un juicio con jurado popular por asesinato.

En el 'vaporetto'.
Fotografía de Ana Pérez Herrera

El sábado, temprano, me desperté con dos mensajes en mi teléfono móvil. Me informaban de un trágico accidente mortal, de madrugada en una carretera próxima a Toledo, en el que habían fallecido dos jóvenes de 19 años y otros dos estaban heridos graves. Pasé los datos que tenía a la cuenta de WhatsApp de mi periódico, desayunamos y comenzamos con los preparativos para disfrazarnos de época.

El grupo de seis partimos hacia la ciudad de los canales en el autobús urbano porque en el tren no se podía usar la tarjeta de transporte que habíamos comprado el día antes. Podíamos habérnosla jugado, pero ¿'pa' qué? ¿Te imaginas a un antiguo concejal de Seguridad Ciudadana multado por colarse en el tren? Mejor, no.

En el autobús, ya camino de Venecia, la gente nos miraba con ganas de pedirnos fotografías o grabarnos. Algún valiente se atrevió y se llevó el premio gordo. Otros, esperando a que nos bajáramos al llegar a la plaza de Roma, última parada, para solicitarnos permiso. Y nosotros accedimos gustosos.

Confeti en la plaza de San Marcos.
Fotografía de Ana Pérez Herrera

En el 'vaporetto' fuimos en dirección a la plaza de San Marcos, aunque hicimos parada en Rialto. Como otras veces, disfruté del paseo en un día soleado que no esperábamos, como también había sucedido el día antes, porque la previsión del tiempo desde España apuntaba niebla.

Llegamos a tiempo para subir a la azotea del centro comercial junto al puente de Rialto; un lugar que igualmente descubrimos en el viaje anterior gracias a la infatigable Nuria. Esta vez, Ana había reservado varias semanas antes para poder estar quince minutos y realizar unas instantáneas preciosas con una de las amejores panorámicas de la hermosa ciudad.

Al llegar en 'vaporetto' a los alrededores del 'campanile', en San Marcos, fotografías y más fotografías con turistas a los que se le iluminaba la cara al vernos enmascarados y vestidos con unos trajes de otra época. A la vez, tu teléfono no paraba de recibir mensajes de conocidos que veían las fotografías que ibas publicando en tu estado de WhatsApp, y a algunos les decías que tenían que probarlo una vez en la vida. Nunca defrauda. Como tampoco defraudó el restaurante que reservamos desde España para comer, Oke San Giacomo, donde nos faltó conocer a un David como el de la pizzería de Michale. Pero todo no se puede tener.

Regresamos a Mestre para descansar antes de la segunda y última noche. Marcela se cayó del grupo y el resto volvimos a los canales. El número de turistas había descendido exageradamente con la llegada de la oscuridad, aunque seguía habiendo gente paseando disfrazada de época (si no vas a sí, das mucho el cante).

En el restaurante donde cenamos -no probé bocado por la falta de apetito-, me fijé en los dos agentes de Guardia di Finanza, una especie de policía militar, que entraron acompañados de las dos señoras con las que nos habíamos cruzado cuando nosotros llegamos. No alcanzaba a oír qué reclamaban, pero el agente más veterano no tenía cara de buenos amigos hablando con el que parecía el responsable del local. El caso es que las dos señoras se marcharon sonrientes y, unos minutos más tarde, los dos policías.

De carnaval.
Fotografía de Juanjo Pérez del Pino

A la mañana siguiente, Luciano esperaba puntual en la puerta del hotel para llevarnos al aeropuerto en una elegante furgoneta. De camino, supe que el 4 de febrero se conmemoraba el Día Mundial del Cáncer. Precisamente en los asientos traseros viajaba nuestra amiga Ana, siempre risueña, por la que organizamos el viaje a la 'reina del Adriático' después de haber superado un cáncer de mama. Y luego dicen que las casualidades no existen.    


  

Fotografías para enmarcar




A Gadea mejor comprarle un traje

El puente de los Suspiros.
Fotografía de Ana Pérez Herrera


Paquito, en la librería Acqua Alta.
Fotografía de Juanjo Pérez del Pino

La plaza de San Marcos.
Fotografía de Ana Pérez Herrera


El Gran Canal.
Fotografía de Juanjo Pérez del Pino

   
Puente de Rialto Fotografía de
Ana Pérez de Herrera

Fotografía de Ana Pérez de Herrera

Fotografía de Ana Pérez de Herrera

Fotografía de Ana Pérez de Herrera

Fotografía de Ana Pérez de Herrera

Comentarios

  1. Espectacular aprovechamiento de los dos días! Una se queda con ganas de ir. Gracias por este maravilloso artículo

    ResponderEliminar

Publicar un comentario