Y Ricardo Fernández del Moral hizo llorar a Florencio


Folletos sobre la actuación de Ricardo
en el Teatro Real de Madrid.
Foto: Marta Moreno
A Ricardo Fernández del Moral lo descubrí en el corral de comedias de Almagro hace casi tres años, a sólo 25 kilómetros de su Daimiel natal. El 13 de mayo de 2022, este cantaor y guitarrista actuó por primera vez en el histórico escenario ciudadrealeño acompañado de las bailaoras Ofelia Márquez, Rosa Guerrero y Marta Serrano. Me quedé prendado de esa mano derecha, grande, fuerte, que se mueve como un torbellino sobre las cuerdas de su guitarra; y me cautivó también su mano izquierda, precisa como un bisturí sobre los trastes de madera de ciprés de la casa Contreras.

Desde entonces, al ganador de la prestigiosa 'Lámpara Minera' en La Unión (Murcia) lo he entrevistado y he hablado con él en varias ocasiones. Por ejemplo, conté la travesía que realizó en un bergantín de 1905 hablando, cantando y tocando flamenco. Con la bailaora Ofelia Márquez, amenizaron un viaje de una semana a una veintena de pasajeros entre Cartagena y Motril en 2023.

El último verano, relaté la maravillosa experiencia de verlo tocar delante del 'Guernica' en el Museo Nacional Reina Sofía y ante un impresionante cuadro de Tintoretto, 'El Paraíso', en el Thyssen-Bornemisza. Allí volvió a sacar a pasear su arte y comprendí eso del duende en un cantaor, instrumentista o bailaor flamenco: es como si un espíritu endiablado los poseyera momentáneamente. 
 
Ricardo se inició en la guitarra a los ocho años, pero no se dedicó profesionalmente al flamenco hasta primeros de 2024, ya crecidito y después de ganarse la vida entre cables. Técnico en electrónica, arregló televisiones y pequeños electrodomésticos. Después vinieron las reparaciones de máquinas de tragaperras o videojuegos por eso de la evolución de la sociedad.

Hace un año, decidió dejar el trabajo por su pasión, de la mano de la productora Solana Entertainment, y en septiembre comenzó una gira de dos meses y medio por Canadá y Estados Unidos con el bailaor 'Juan del Puerto' y el cantaor y bailaor Manu Soto.

Volví a verlo en el Teatro Real de Madrid el último viernes de enero, en una espaciosa sala estrellada que recordaba a un tablao flamenco, con sus mesitas, sus faldillas y sus sillitas adornadas para la ocasión. Actuó tres noches y tuve la ocasión de disfrutarlo la última invitado por el artista. Coincidimos en la mesa con África, bailaora en retirada y mujer de Kiko Martín, uno de los dos palmeros, pura expresión artística, que acompañaron al guitarrista y cantaor. El cuadro lo completaban la bailaora Belén López, un ciclón, y Juan Carlos Gil a las palmas. Un conjunto que avivó al público hasta ponerlo en pie.

Lo de Belén, primera figura en los mejores tablaos españoles y girando por todo el mundo con su compañía, no se me olvidará fácilmente. Ni a mí, ni a mi mujer ni a mi hija, que veía por primera vez flamenco en directo. Estuvo inmensa, electrizante, arrolladora. Y me recordó al actor y bailarín Daniel Torres, quien interpreta a Alvarado en 'Malinche', el musical de Nacho Cano donde mi hija trabaja. 

Homenaje a Félix Grande
Me fui con una sugerencia de África bajo el brazo: los domingos de vermut y potaje en el Teatro Flamenco Madrid, en el barrio de Malasaña, con Maui de Utrera y un grupo de artistas. Tan bien lo vendió África que ya he comprado dos entradas para el 23 de febrero (a 25 euros cada) y tomar un platito de ese guiso cocinado en los fuegos del Restaurante La Malaje.

Al día siguiente, volvimos a Toledo, cambiamos ropa y carretera hasta Tomelloso, en Ciudad Real, porque Ricardo participaba por la tarde en un homenaje al poeta y flamencólogo Félix Grande en el auditorio Antonio López Torres. Comimos en el restaurante El Porrón. No era la primera ocasión y esta segunda tampoco nos decepcionó. Un fabuloso y copioso menú por 21 euros, servido por Miguel y Ernesto, me llevó a una reflexión: cómo pudo pasar hambre don Quijote en La Mancha.

Tras la siesta, al auditorio. Ricardo ya nos advirtió que sería algo completamente distinto a lo vivido en el Teatro Real. Y acertó. Después de oír al poeta y catedrático de literatura Dionisio Cañas, disfrutamos del profesor y flamencólogo andaluz Ramón Soler. Este profesor de matemáticas conectó con el público gracias a su donaire y empastó a la perfección con Ricardo.

El cantaor y guitarrista deleitó al respetable él solito. Caló, y mucho. Que se lo digan a Florencio. Es el dueño del hostal La Posada de Sancho, donde nos alojamos la noche del sábado. Al llegar, mi mujer y yo le contamos qué hacíamos allí y a este abuelo entrañable, apasionado del flamenco y de los toros, se le abrieron los ojos cuando le dijimos que actuaba Ricardo. Le invitamos a venir con nosotros y, durante el trayecto, nos contó cómo había sido su vida. Pasó muchas temporadas fuera de casa por trabajo, como montador de máquinas en depuradoras de agua y alcoholeras principalmente. "En Alemania estuve en la Opel montando una cadena de robots. También en Francia, Portugal y en España estuve en todos los sitios", recordaba. Ahora, el tiempo que no pudo dedicar a sus hijos se lo regala a sus nietos y se encarga de hacer las camas de su acogedor hostal.

Su hija Sandra es otra con el veneno del flamenco en las venas y hasta bailó con Ricardo, que con una de sus interpretaciones en el homenaje a Félix Grande hizo llorar a Florencio. A mí me emocionó oírle cantar su adaptación flamenca de la seguidilla 'La Mancha Manchega' por alegrías. Y luego, entre bambalinas, Florencio pudo saludarlo. Al hombre lo vi feliz, radiante, y el broche lo puso Ricardo cuando nos cantó por sorpresa otra adaptación de las suyas dedicada a otro pueblo manchego. Entonces, pensé si a este virtuoso lo habían propuesto alguna vez como hijo predilecto de Castilla-La Mancha. Porque su tierra la lleva por bandera.   

  

      

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