Y Ricardo Fernández del Moral hizo llorar a Florencio
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Folletos sobre la actuación de Ricardo en el Teatro Real de Madrid. Foto: Marta Moreno |
Desde entonces, al ganador de la prestigiosa 'Lámpara Minera' en La Unión (Murcia) lo he entrevistado y he hablado con él en varias ocasiones. Por ejemplo, conté la travesía que realizó en un bergantín de 1905 hablando, cantando y tocando flamenco. Con la bailaora Ofelia Márquez, amenizaron un viaje de una semana a una veintena de pasajeros entre Cartagena y Motril en 2023.
El último verano, relaté la maravillosa experiencia de verlo tocar delante del 'Guernica' en el Museo Nacional Reina Sofía y ante un impresionante cuadro de Tintoretto, 'El Paraíso', en el Thyssen-Bornemisza. Allí volvió a sacar a pasear su arte y comprendí eso del duende en un cantaor, instrumentista o bailaor flamenco: es como si un espíritu endiablado los poseyera momentáneamente.
Ricardo se inició en la guitarra a los ocho años, pero no se dedicó profesionalmente al flamenco hasta primeros de 2024, ya crecidito y después de ganarse la vida entre cables. Técnico en electrónica, arregló televisiones y pequeños electrodomésticos. Después vinieron las reparaciones de máquinas de tragaperras o videojuegos por eso de la evolución de la sociedad.
Hace un año, decidió dejar el trabajo por su pasión, de la mano de la productora Solana Entertainment, y en septiembre comenzó una gira de dos meses y medio por Canadá y Estados Unidos con el bailaor 'Juan del Puerto' y el cantaor y bailaor Manu Soto.
Volví a verlo en el Teatro Real de Madrid el último viernes de enero, en una espaciosa sala estrellada que recordaba a un tablao flamenco, con sus mesitas, sus faldillas y sus sillitas adornadas para la ocasión. Actuó tres noches y tuve la ocasión de disfrutarlo la última invitado por el artista. Coincidimos en la mesa con África, bailaora en retirada y mujer de Kiko Martín, uno de los dos palmeros, pura expresión artística, que acompañaron al guitarrista y cantaor. El cuadro lo completaban la bailaora Belén López, un ciclón, y Juan Carlos Gil a las palmas. Un conjunto que avivó al público hasta ponerlo en pie.
Lo de Belén, primera figura en los mejores tablaos españoles y girando por todo el mundo con su compañía, no se me olvidará fácilmente. Ni a mí, ni a mi mujer ni a mi hija, que veía por primera vez flamenco en directo. Estuvo inmensa, electrizante, arrolladora. Y me recordó al actor y bailarín Daniel Torres, quien interpreta a Alvarado en 'Malinche', el musical de Nacho Cano donde mi hija trabaja.
Me fui con una sugerencia de África bajo el brazo: los domingos de vermut y potaje en el Teatro Flamenco Madrid, en el barrio de Malasaña, con Maui de Utrera y un grupo de artistas. Tan bien lo vendió África que ya he comprado dos entradas para el 23 de febrero (a 25 euros cada) y tomar un platito de ese guiso cocinado en los fuegos del Restaurante La Malaje.
Al día siguiente, volvimos a Toledo, cambiamos ropa y carretera hasta Tomelloso, en Ciudad Real, porque Ricardo participaba por la tarde en un homenaje al poeta y flamencólogo Félix Grande en el auditorio Antonio López Torres. Comimos en el restaurante El Porrón. No era la primera ocasión y esta segunda tampoco nos decepcionó. Un fabuloso y copioso menú por 21 euros, servido por Miguel y Ernesto, me llevó a una reflexión: cómo pudo pasar hambre don Quijote en La Mancha.
Tras la siesta, al auditorio. Ricardo ya nos advirtió que sería algo completamente distinto a lo vivido en el Teatro Real. Y acertó. Después de oír al poeta y catedrático de literatura Dionisio Cañas, disfrutamos del profesor y flamencólogo andaluz Ramón Soler. Este profesor de matemáticas conectó con el público gracias a su donaire y empastó a la perfección con Ricardo.
El cantaor y guitarrista deleitó al respetable él solito. Caló, y mucho. Que se lo digan a Florencio. Es el dueño del hostal La Posada de Sancho, donde nos alojamos la noche del sábado. Al llegar, mi mujer y yo le contamos qué hacíamos allí y a este abuelo entrañable, apasionado del flamenco y de los toros, se le abrieron los ojos cuando le dijimos que actuaba Ricardo. Le invitamos a venir con nosotros y, durante el trayecto, nos contó cómo había sido su vida. Pasó muchas temporadas fuera de casa por trabajo, como montador de máquinas en depuradoras de agua y alcoholeras principalmente. "En Alemania estuve en la Opel montando una cadena de robots. También en Francia, Portugal y en España estuve en todos los sitios", recordaba. Ahora, el tiempo que no pudo dedicar a sus hijos se lo regala a sus nietos y se encarga de hacer las camas de su acogedor hostal.
Su hija Sandra es otra con el veneno del flamenco en las venas y hasta bailó con Ricardo, que con una de sus interpretaciones en el homenaje a Félix Grande hizo llorar a Florencio. A mí me emocionó oírle cantar su adaptación flamenca de la seguidilla 'La Mancha Manchega' por alegrías. Y luego, entre bambalinas, Florencio pudo saludarlo. Al hombre lo vi feliz, radiante, y el broche lo puso Ricardo cuando nos cantó por sorpresa otra adaptación de las suyas dedicada a otro pueblo manchego. Entonces, pensé si a este virtuoso lo habían propuesto alguna vez como hijo predilecto de Castilla-La Mancha. Porque su tierra la lleva por bandera.
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